III.

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Dejar que Nicholas leyera sus manuscritos se había vuelto una costumbre que aún no sabía cómo quitársela. Con el pasar de las semanas, cada noche cuando el contador volvía de trabajo, antes de practicar con su instrumento tomaba su manuscrito para leerlo. Aunque al principio había resultado innovadora la idea, ahora era tediosa. Y se debía más que todo, porque había descubierto una faceta no conocía de su casero. Una faceta de un lector demasiado salvaje.

—Lo has vuelto hacer. —Nicholas pronunció las palabras con cansancio. Pasando una mirada verdosa llena de reproche hacia la cocina, donde estaba el escritor. Quien no levantó la mirada del fregadero, aquella noche era su turno de lavar los platos y las manos las tenía llena de espuma con la camisa remangada hasta los codos.

—¿El qué?

—¡Matar a un personaje! ¡Lo has vuelto a hacer como si nada! —Volvió a regañarle y dejó caer el manojo de hojas sobre la mesa de centro de la sala. La primera vez que le había mostrado sus escritos, sus opiniones siempre habían sido positivas, pero desde que Charlie empezó a pedirle opiniones críticas, el contador se lo había tomado a pecho. Cuando terminó de lavar el último plato, cerró la llave con cuidado.

Se acercó a su casero mientras secaba sus manos.

—Ah, sobre eso...era necesario para la trama, créeme.

—¿Necesario para la trama? —repitió con un rostro angustiado—. ¿Qué tenía de necesario matar a Kurt? A mi caía muy bien. Todos lo amaban, y lo has matado.

—Estás exagerando...

—Esto es asesinato ¿sabes? —murmuró. Había descubierto que Nicholas era un lector muy pasional, de esas personas que sentía cada palabra que leían. Dejó el trapo en el mesón y se sentó con cansancio frente a él en la butaca.

Con pereza empezó a sacar un cigarrillo, claro antes de que su casero se lo quitara.

—¿Por qué hiciste eso? —exigió derechos, mirando con ojos tristes como tiraba el cigarrillo a la basura.

—No fumes adentro.

—Solo estás resentido porque he matado a tu personaje favorito.

—Por supuesto que no. —refutó y un silencio se instauró entre ellos.

El Sr. Evanson se inclinó a su portafolio y sacó unas hojas escritas a mano.

—Este es el borrador del siguiente capítulo ¿quieres echarle un vistazo? — lo extendió ante la indecisa mirada de Nicholas. Los tomó dejándose caer en el sillón frente a él.

—Si esto continúa así tendré que empezar a pagarte por corregir mis escritos. —dijo impasible metiendo una mano dentro de su saco para sacar los cigarrillos, hasta que recordó la conversación anterior y se abstuvo con pereza.

—Claro, cuando empieces a ganar algo por escribir esto. —lanzó la flecha.

No lo soportaba más. Suspiró y con parsimonia tomó el paquete de cigarrillos.

—Iré afuera.

Ya había prendido su cigarrillo y exhalado el humo dejando que se mezclara con las nubes igual de grises, cuando sintió los pasos de Nicholas detrás. Miró en silencio como se sentaba a su lado.

—No quise decir eso.

—No estás equivocado —acercó el cigarrillo a los labios—. No estoy ganando nada.

—Pero estoy seguro que pronto una editorial aceptará tus manuscritos. — sonrió con calidez y el escritor se fijó en el gesto.

—Es optimista de tu parte.

—Tú eres demasiado pesimista, es diferente —apuntó—. Y, por cierto, ¿por qué está incompleto?

Desvió el tema mostrando las dos hojas que le entregó hace poco, con ojos confundidos.

—Porque no sé cómo continuar.

—¿Te quedaste sin inspiración? —preguntó con la mirada en la hoja amarillenta. Su letra cursiva era de una tinta oscura, e inclinada a la derecha sobre el papel. Se preguntó, por un momento que hubiera sido del escritor, si su mano lisiada fuera la derecha en lugar de la izquierda. Probablemente se las hubiera apañado para seguir escribiendo.

— No creo que existe algo así. —Fue su respuesta a lo que levantó la mirada perdido—. Creo que, si disfrutas haciendo algo, no necesitas algo como la inspiración para seguir haciéndolo.

Bajó la mirada de nuevo al escrito pensando en sus palabras. Dejando que su memoria se pintara de campos verdes y atardeceres violetas. De un violín tocando.

—¿Pero hay lugares inspiradores, no lo crees? —deslizó una suave sonrisa.

Caviló desviando los ojos a la luna con cachetes regordetes, antes de responder.

—No he pensado en eso.

Nicholas metió las manos en los bolsillos, el frío empezaba a morderles la piel. Sin embargo, lograba entender en parte porqué a su inquilino le gustaba a ir al patio trasero en las noches. Era un bálsamo de tranquilidad, donde el silencio gobernaba con sus telarañas y la única que te acompañaba era la luna. Sus manos se encontraron con algo que había olvidado por completo, dentro de sus bolsillos.

—¡Olvidaba que tenía esto! —sonrió en un gesto perlado y sacó la barra de chocolate—, ¿quieres un poco?

El escritor miró la barra con ojos confundidos.

—Hace tiempo que no veía una barra de chocolate.

—Nos la regalaron en el trabajo —arrancó un trozo de la barra—. Yo tampoco veía hace tiempo una. Después de la racionalización que hubo durante la Gran Guerra, ahora resulta tan extraño conseguir cosas dulces. ¿Quieres?

—No, gracias —Lo detuvo con un gesto y apagó el cigarrillo—. No me gusta lo dulce.

—Vaya, eso explica un poco las cosas. —murmuró el de ojos verdes dándole un mordisco al chocolate.

—¿Qué cosas?

—Porqué eres tan amargado. —dejó que el dulce sabor del chocolate lo embalsamara. Tomó otro trozo con los dientes.

—Que no me guste lo dulce, no me hace amargado —explicó con aquel tono apático al que Nicholas aún no se acostumbraba del todo—. Además el chocolate original era amargo.

—Sí, pero luego le añadimos azúcar, y ahora es lo que es —Una sonrisa se pintó en su rostro. Charlie notó que tenía un poco de chocolate en la comisura del labio. —, una dulce golosina.

— Tienes chocolate en la cara. — señaló.

Comenzó a limpiarse con rapidez y el escritor empezó a reír a carcajada limpia.

Definitivamente era una mala costumbre, pasar tanto tiempo después del trabajo con ese violinista extraño. Dejar pasar las horas y las semanas e ir afianzando un lazo de amistad. Hablar de cosas sin sentidos; de libros y escritores; de música y lugares muy lejos de Inglaterra. Burlarse uno del otro. Ayudarlo con su manuscrito. Definitivamente era algo malo. Si algo había aprendido en Francia, era que cosas como la amistad y personas cercanas, solo traen problemas. 

Nota de Autora:

Gracias por leer, espero que lo estén disfrutando tanto como a mi me gusta escribirlo -insertar muchos abrazos aquí- <3




La Maldición Del EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora