Capítulo 1

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Juzgando sólo por su ropa y su apariencia, no podía aceptar que esta persona tuviera tendencias autistas o violentas. Sé que todas las personas que se niegan a abrir la boca piensan que los que están frente a ellas no entienden de lo que les están hablando.


Y teniendo en cuenta el estado en el que se encuentra él en este momento, es completamente normal.

—Hola —le dije. Cerré la puerta de la sala de interrogatorios y me acerqué a la mesa—. Soy Frank.

Lo miré, hice una pequeña reverencia antes de sentarme, y le pregunté:

—¿Te apetece una taza de café?

Evidentemente, él no tenía ningún interés en contestar a mi aburrida pregunta.

—A mí también me parece que el café del Departamento Federal es un asco, así que he traído un poco de té... —dije— he traído esto desde Corea, ¿quieres probarlo? —mientras le preguntaba, le hice unos gestos a Mike para que trajera la tetera—. Me he dado cuenta de que hace mucho tiempo que no bebes agua, y los humanos necesitamos beber —lo miré antes de continuar— si queremos seguir vivos.

Se quedó quieto, en la misma posición, pero sus largas pestañas se movieron un poco.

—No soy de la policía, ni estoy aquí para charlar contigo como un amigo ni para persuadirte de que hables como si fuera tu niñera —le sonreí—. Soy médico, y creo que la persona a la que más necesitas en estos momentos.

Sus ojos miraban fijamente al suelo, parecía que no tuviera alma.

—Has pasado por muchas cosas esta semana. Pero algún día —me incliné para mirarle a la cara, ya que su pelo liso le tapaba la mitad—, algún día seguirás adelante y afrontarás todo esto. ¿Quieres saber por qué? —le pregunté.

No contestó.

—Porque no estás loco. Tu estado mental es muy estable. Tampoco tienes amnesia. Tu comportamiento de después de este incidente es una emoción propia de cualquier ser humano, sobre todo después de pasar por este tipo de experiencia. Puedes elegir no aceptarlo, pero tu capacidad y tu resistencia mental son mucho más fuertes que las de cualquier otro chico de tu edad. Aunque intentaras suicidarte en el chalet, te lo pensaste durante mucho tiempo.

Daniel agachó la cabeza, seguía mirando al suelo.

—Tuviste al menos 5 horas, y sólo te quedaste mirando ese bote de pastillas para el corazón, sin ser capaz de tragártelas —lo miré—. Podrías haber saltado por una ventana del chalet, podrías haber roto un espejo en pedazos y haberte cortado la garganta. Hiciste un montón de cosas en el baño para preparar tu muerte, pero no moriste.

Sus dedos temblaron un poco.

—Tu deseo de seguir viviendo es más fuerte que el de cualquier otro, mucho más fuerte que el del resto de tus compañeros, que ahora están muertos. Por eso tú sigues vivo —me acerqué para mirarlo a la cara—. Y la razón por la que Dios te ha permitido seguir viviendo tal vez no sea porque merecías una recompensa, sino porque no has sufrido lo suficiente. Quizás este sea su castigo para ti.

Levantó los párpados, sus ojos marrones estaban turbios.

—Puedes quedarte callado durante el resto de tu vida, pasar por una evaluación psicológica, encontrar un buen abogado que te defienda. Puedes vivir lo que te queda de vida tranquilamente, tampoco es que ser un cobarde sea nada malo —dije—. Pero tú no eres así —añadí—. Si fueras así, habrías muerto en ese chalet.

Su voz ronca murmuró sus primeras palabras en días.

—Me estás sobrevalorando.

Sentí cómo la gente que nos observaba desde fuera se adelantaba unos pasos, los que no llevaban los auriculares para oír la traducción de lo que decíamos se los pusieron rápidamente. Detrás del espejo unidireccional que había a mi espalda, más de una docena de ojos podían vernos.

Sonreí y le pregunté:

—¿Por qué dices eso?

—¿Te crees muy listo? —me devolvió la mirada y la sonrisa.

—Por supuesto que no —contesté.

—No —se rió, negando con la cabeza—. Debes de estar pensando que lo sabes todo, que tienes todo bajo control.

Lo miré, en silencio.

—Si te has dado cuenta de eso, también deberías saber que la gente que te ha invitado a venir no lo ha hecho por este caso o por mí. Yo soy sólo un impostor, he estado actuando todo el rato —Daniel sonrió y me miró con los ojos entrecerrados—. Nuestro verdadero motivo era engañarte para que vinieras. Crees que me niego a hablar porque es demasiado doloroso, pero en realidad lo único que estoy haciendo es actuar.

Miré a Daniel, y empecé a considerar seriamente si la evaluación psicológica era necesaria o no.

—¿Qué te parece? —me preguntó.

Hubo una pausa, tras la cual le contesté:

—No te creo.

—¿Qué pasa si salieras de esta habitación y te encontraras con que no hay nadie? —preguntó.

Me lo pensé por un momento y respondí:

—Asumiría que ha ocurrido una emergencia y que todos han escapado, y que no han tenido tiempo de avisarnos.

—¿Y si no pudieras utilizar tu teléfono para contactar con nadie y vieras que la puerta principal está bloqueada? —se me quedó mirando.

Yo también lo miré fijamente. Aunque el ambiente empezaba a resultarme bastante incómodo, tenía que intentar seguir manteniendo mi profesionalidad y mi tranquilidad.

—Yo... —cogí la taza con ambas manos—, me protegería a mí mismo... y tendría cuidado contigo.

Sus ojos se oscurecieron de repente, y dijo:

—Respuesta incorrecta.

—Nunca tomaría la iniciativa de atacarte antes de conocer la situación —dije—, pero tampoco confiaría en ti.

Agachó la cabeza y dijo:

—Te equivocas... yo también me equivoqué... todos nos equivocamos.

Observé su expresión y le pregunté:

—¿Todos? ¿Te refieres a los demás miembros?

Se rió como de sí mismo, agachando aún más la cabeza.

—Tu té no huele mal.

Sólo podía seguirle el ritmo y cambiar de tema.

—Oh, ¿ya lo has probado?

—Bi Luo Chon, un viejo amigo mío, solía tomar mucho ese té; lo bebíamos juntos a menudo —dijo, como si de repente yo mismo me hubiera vuelto un viejo amigo suyo.

—¿Un amigo chino que tenías en Corea? —pregunté.

—Eso es. No podemos beber alcohol como y cuando nos gustaría, así que durante el Año Nuevo Chino cambiábamos el alcohol por té —empezó a recordar.

—Ese viejo amigo tuyo, ¿sigue en Corea?

Se quedó quieto durante un instante y negó con la cabeza.

—No lo sé, pero supongo que no habrá vuelto a Corea. Siempre decía que se quería ir a casa, jeje.

Mientras hablaba, empezó a derramar lentamente el té de la taza al suelo.

Me quedé mirándolo, en silencio.

—La verdad es que no tengo muchos amigos —levantó la cabeza y me miró—. Él siempre hablaba de volver a casa, y la verdad es que lo envidio, porque yo ya no sé dónde está mi hogar. Creo que tienes razón —dijo Daniel, sonriéndome—, seguir vivo... no es una recompensa. Es un castigo.

48 Horas (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora