Ni animales, comida o muñecos, aquí lo que se necesita es un muerto

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Trafalgar Law observó por un instante el auricular, escuchaba el pitido de la llamada cortada. Aun no podía creer que el imbécil de Cavendish le había colgado. Trafalgar no entendía la razón del porqué el divo se ofendió si sólo le pidió «prestado» a Farul, ¡ni siquiera al dijo que era para una fantasía necrofílica! aunque admitía que no debió de haber dicho las palabras: caballo, fantasía, Kid y sexual en la misma oración. Cavendish fue su última opción para conseguir un caballo; todas las granjas, veterinarias, caballerizas y hasta zoológicos se habían negado a ayudarle, más que nada por la petición tan abrupta y porque no podía darles el seguimiento de cuidados que todos le exigían, lo mismo para perros grandes y otros animales. «Creo que mugiwara-ya tiene un mapache... no, si se entera del porqué lo quiero, el muerto seré yo. Al final tendrá que ser un pollo» pensó con sorna, por el tamaño de Kid iba a necesitar un pavo.

Pero, por mucho que Eustass estuviera de acuerdo en rellenar un pavo, ¿eso contaría como necrofilia? Más bien parecía un fetiche por la comida. Law creyó que todo el morbo se iba a ir por el caño de sólo imaginar al pelirrojo «duro contra el muro» con un pavo; en vez de algo macabro se moría de la risa. A ese paso se quedaría sin animales muertos y sin la posibilidad de cumplirle su fantasía a Kid.

Suspiró dejando el teléfono en la base y dejándose caer en el sofá de la sala; jamás habría imaginado lo difícil que era conseguir un cadáver. Igual y con un esqueleto sus celos obsesivos podían hacer de la vista gorda; podría ir al cementerio y sacar los restos de una antigua tumba, profanar un mausoleo por el bien de su relación era justificable ¿o no? De cualquier forma los restos no estaban haciendo nada sólo convirtiéndose en polvo, así podían tener una última utilidad. «Pero si es puro hueso no va a tener carnita de donde agarrarse, y a no ser que la meta en la cuenca de la calavera no va a tener dónde... No, es capaz de mandarme a la mierda con todo y huesos» Y ahí quedó otra posible solución.

¿Un muñeco inflable? Trafalgar se levantó ante ese nuevo escenario. Los muñecos no se movían ni respiraban, tampoco gemían ni tenían pulso, tal vez podía funcionar. El único pero que tenía hasta ese momento era la textura: lo plastificado y falso del material era aun problema. Kid no era de los que gustaban usar juguetes en los encuentros íntimos, irónicamente decía que lo encontraba «frío y sin chiste», para él era mucho mejor un cuerpo al natural, libre de accesorios. Inclusive las discusiones más frecuentes que llegaban a tener era porque Law le pedía que usara condón ya que era bastante incómodo sentir como salía el semen despacio y dejando una sensación húmeda y viscosa, lo peor era cuando a Kid se le ocurría la magnífica idea de visitarlo en su consultorio. Law llegó al punto de pensar, muy de vez en cuando y en plan de broma, usar pañal para no dejar todo manchado.

Con todo eso usar un muñeco podía ser contraproducente, necesitaba algo en extremo realista. El típico muñeco inflable con boca deforme y agujeros donde no debe (¿?) estaba descartado. Por Internet podía conseguir unas lindas muñequitas que aseguraban nadie iba a poder distinguirlas entre personas reales; se veían tiernas y parecían tener todo en su lugar, asimismo encontró muñequitos hiperrealista. El problema, además de la larga espera (alrededor de 25 semanas) y el costo (las dichosas muñequitas valían una pequeña fortuna): necesitaban cuidados y un buen trato como si de una persona real se tratase. Law arqueó una ceja, Kid siempre terminaba por dejarle las marcas de sus dientes con cada mordisco que se le ocurría darle; con el tiempo la elasticidad del ojigris aumentó considerablemente porque el animal de Eustass le abría las piernas de una forma muy brusca; en los últimos días Law no pudo presumir los tatuajes de sus brazos ya que el salvaje del pelirrojo los sujetó demasiado fuerte dejándole las marcas de sus dedos; y todo eso era cuando Kid se comportaba como un hombre cariñoso y delicado. Law no se quejaba, le gustaba ser tratado como, sigue la ironía, un muñeco; era ese sexo salvaje lo que lo enamoraba y le hacía terminar viendo las estrellitas, y más cuando Kid se ponía en plan violador. Pero con lo salvaje que era Eustass y lo delicado que eran esas muñequitas de plástico Law se podía imaginar al bueno de Kid arrancando un pedazo de un mordisco y moviendo lo cabeza como perro rabioso mientras, literalmente, partía en dos el maniquí. La silicona y el plástico quedaban descartados.

A ese paso no le quedaba más remedio a Law que cortarse las venas en la bañera, esperar a que Eustass lo encuentre para follárselo y después llamar a la morgue, y así los días del ojigris terminarían dos metros bajo tierra. «O tal vez no llame a nadie, me saque las entrañas, me rellene de aserrín y me tenga un par de años para metérmela cada que quiera»

Una nueva idea se le vino a la mente a Law. Sonrió al tener la respuesta a su dilema. No necesitaba animales o muñecos, si Kid quería su puto cuerpo muerto para joder, así se lo daría y no moriría en el intento. Trafalgar salió de la casa para realizar unas cuantas compras; necesitaba apurarse y vivir ese día cómo si fuese el último porque al día siguiente posiblemente a esas mismas horas iba a ser un cuerpo putrefacto.

«Eustass-ya, déjame devolverte el favor de la violación».

Mátame de placerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora