mi jodida vida

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Tengo diecinueve años y vengo escribiendo desde los quince. De mi infancia borrosa, teñida de violeta, lo único que conservo son paisajes desolados en la distancia que se veían a través de las ventanas de aquella casa donde cada amanecer olía a tierra mojada. Cuando tenía ocho años los días mantenían el color y dolor de los raspones y las caídas que me provocaba el jugar fútbol en aquel parque frente a la casa de mi abuelo. Aparte de aquella actividad, el tiempo que tenía libre lo confinaba a afilar el arte plástico que llevaba conmigo desde la cuna: el dibujo. Me veía de mayor mereciendo apelativos como «el mejor dibujante del país/del mundo». Mi mente por entonces era tan despierta que era capaz de encontrar figuras donde otros sólo veían trazos y texturas. Pronto descubrí que también me gustaba cocinar y, para cuando cumplí los diez años, ya le había dedicado buena parte de mi tiempo.  A los doce los cambios en mi vida vinieron como torrentes y pronto desaprendí a sonreír como antes. Los cielos se volvieron de color ceniza, en una perpetua amenaza de lluvia que nunca llegaba a realizarse. En esos días supe que por el resto de mi vida me gustaría volver a mi pasado menos a tener doce años. Cuando cumplí los trece me enamoré como sólo puede enamorarse alguien del mar cuando lo ve por primera vez. Se llamaba Estefani y, aunque el cielo seguía gris, se convirtió en mi primera musa, sin yo dedicarme a la escritura aún. Tuve unas pocas secuelas después de ella, cicatrices que al mirarlas casi puedo decir que no recuerdo cómo me las hice. Ya para los quince años sufrí una de las peores crisis de mi vida: no encontraba inspiración para dibujar y pasaba largos minutos del día preguntándome si realmente era lo que quería hacer. Cada vez que lo intentaba mis manos repasaban las líneas de las que hasta yo estaba cansado. Debía haber algo más, pensaba. Algo más. Fue entonces que di con Tumblr y aunque no tenía una idea total de lo que iba a hacer, opté por arriesgarme y disfrutar la aventura, a ver qué pasaba.  Con el transcurrir de los días me sorprendí a mí mismo leyendo más de lo habitual y disfrutando de aquellas caricias invisibles que sólo un buen texto es capaz de conceder. Era raro porque, aparte de que nunca fui amante de la lectura, aquello siempre me pareció una pérdida de tiempo. Después, cuando me abandonaba a dibujar cosas incomprensibles y triviales, daba vuelta a la página y me encontraba con una cara en blanco. Poco a poco, mis manos procedían a trazar palabras en lugar de figuras. Las rimas fluían con esa facilidad propia del principiante y, para cuando quise detenerme, ya era tarde. Aquellos primeros poemas los mantengo conmigo en el cuaderno donde los escribí y no pienso publicarlos jamás.  En agosto de aquel mismo año, supe que quería dedicarme a escribir. Si el cielo serguía gris, yo le iba a poner color. Si la lluvia nunca llegaba, yo iba a desatar mi propia tormenta. Si alguien quería a venir a joderme, le iba a abrir las puertas y a pintar las paredes con mi propia sangre cuando se fuera. Iba a dejarme herir sólo para que mis heridas fueran las de alguien más. A la vista de aquel panorama, supe que iba a dedicar buena parte de mis desvelos a amar a quienes no iban a corresponderme sólo por el hecho de disfrutar de revolcarme en mi propio lodo. Porque sabía que mi historia algún día sería la de alguien distinto, y que mis experiencias podían almacenarse en la conciencia de cualquiera que supiese ver y sentir más allá de lo que está acostumbrado hasta convertir mis recuerdos en los suyos y mis cicatrices en su piel, aunque nunca me hubiese conocido. Sin que nadie me lo dijera, comprendí que aquélla iba a ser la base de mi eternidad en la escritura y que cada vez que alguien se aventurara a navegar entre mis palabras, el espíritu que las alimentaba iba a ser más grande y fuerte. Y que yo, aunque mi nombre algún día llegase a resbalar de la memoria de mis más fieles lectores, podría vivir para siempre.  Hoy, con diecinueve años y un montón de sueños todavía intactos después de tantos derrumbes, ya no tengo muchas ganas ni esperanzas de cambiar de rumbo. Me he enamorado de la manera que juré no hacerlo nunca y todavía lucho por olvidar por completo a la última chica que me atreví a querer como si nunca nadie me hubiese lastimado antes. He decepcionado y enorgullecido a propios y extraños. He abierto brechas entre lo que he sido, lo que soy y lo que llegaré a ser. He leído novelas que me han envenenado el alma de admiración y envidia. He escrito los libros que, antes de convertirme en escritor, jamás hubiera pensado en leer. Y aunque desde los doce años nunca he dejado de sentirme solo, sé que todavía hay algo más dentro de este mundo y que me está esperando, paciente. Todas las sorpresas de mi vida han llegado de esa forma. He nacido para escribir y para contar historias más que para vivirlas. Y no pienso escapar a ninguna parte, ni moverme si no es para escalar un peldaño más arriba, para algún día llegar a aquella cima invisible bajo este cielo de plomo, donde la lluvia no llega pero donde no deja de haber tormentas.

Descripción de mi vidaWhere stories live. Discover now