Prólogo

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ERA TARDE, muy tarde, alrededor de las tres de la mañana (¡la hora del diablo!). Afuera, llovía a cántaros. Las gotitas de lluvia empañaban el cristal de las ventanas, deformando las luces de la ciudad. Futakuchi Kenji, el líder de una de las mafias más grandes y poderosas de Japón, entró en su habitación del lujoso penhouse del edificio Sakurazaka, en el barrio alto de Tokio. Se sacó los guantes y la chaqueta, y dejó todo sobre una butaca, junto a la puerta. Volvía de un trabajo.

Al volverse, en la penumbra, notó que había alguien en su cama.

Encendió la luz.

Se trataba de un hombre joven, que no superaba los treinta años, de poca estatura. Era de piel pálida, cabello del color del azabache, labios finos y rosados, ojos pequeños y de un penetrante marrón claro, casi verdes. Vestía con elegancia: llevaba guantes y chaleco de cuero,  corbata del color del olivo, mocasines negros y lustrados, pantalones pulcros y planchados, sin ninguna arruga. Tendido sobre la cama, con los brazos tras la cabeza, se asemejaba a las Majas pintadas por Goya.

Futakuchi no daba crédito a lo que veían sus ojos. Creyó que estaba ante una ilusión. Era tarde, venía de un trabajo. Además, ¿cómo había podido entrar este joven a su departamento? Era imposible que esta criatura, que no parecía capaz de matar ni a una mosca, pudiese burlar a Aone, el temible matón que resguardaba su puerta. Sí, eso debía ser. Estaba cansado. Debía dormir.

—Futakuchi-kun, por fin has llegado —habló el desconocido.

Su voz sonaba demasiado real como para ser sólo una ilusión.

Su instinto le hizo retroceder.

—¿Quién eres? —Preguntó, disimulando su agitación con una expresión confiada. A su vez, se acercó lentamente al sillón, donde había dejado su pistola, junto a la chaqueta—. ¿Cómo entraste?

—Soy la Muerte —contestó el joven, con aire misterioso—. Aunque según este pasaporte falso que tengo, mi nombre es Sakunami Kōsuke.

—Siempre pensé que la Muerte era una mujer bonita, o al menos una mujer —se burló el otro.

—Discúlpame por no cumplir tus expectativas, pero no he venido a tener sexo contigo.

—¡Oh! —Exclamó y, acercándose a la cama, se cruzó de brazos—. ¿Entonces a qué debo esta visita de Mr. Muerte?

—Simplemente eres... interesante.

Futakuchi le miró con confusión.

—¿Interesante?

—Me explicaré.

Sakunami se levantó de la cama y empezó a pasearse por la habitación. Futakuchi, inmóvil, se limitó a escucharle hablar:

—Tienes todo lo que una persona normal podría querer: dinero, poder, mujeres... pero no eres feliz. Te sientes vacío, incompleto. Buscas la felicidad en los placeres triviales, pero no encuentras nada duradero. No hay nada en este mundo que te haga sentir vivo. Estás deprimido, eres consciente de ello y no haces nada para cambiarlo. Ni siquiera tienes agallas para suicidarte. Sólo esperas a que el fin llegue por sí solo algún día.

Futakuchi no respondió.

—Mira, son casi las cuatro de la mañana. Estoy cansado y no entiendo nada de lo que dices —habló con expresión irritada, impaciente. Tomó una tarjeta y un bolígrafo de su mesita de noche, garabateó algo en ella y luego se la entregó a Sakunami. Era un número telefónico —. Toma. Llama a mi secretaria, pide una cita y ahí hablamos, ¿vale?

Sakunami aceptó el papelito, pero no se movió. Futakuchi tampoco esperó a que respondiera. Inmóvil, el pelinegro vio al mafioso desvestirse y acostarse en la cama, hasta que se quedó dormido.

Mr. Muerte | Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora