Epílogo

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RETENER las lágrimas le era una proeza imposible. No había forma alguna en la que sus pensamientos pudiesen apartarse ni por un instante de Futakuchi Kenji. Transcurría largas horas sumido en una contemplación silenciosa, con la vista fija al frente, como si ante sus ojos se materializasen y sucediesen unos tras otros los recuerdos de las veladas compartidas con su amado, revoloteando en torno suyo un Kenji risueño que le hablaba sin que sonido alguno emitiese su boca, como si se encontrase inmerso en una película muda. Trataba entonces de aferrarse a él, y en cuanto hacía ademán de intentar acercarse, la visión se esfumaba, llevándose consigo los buenos momentos transcurridos en su compañía, aquellos ratos que con tanto afán añoraba, para ser reemplazada por las crudas imágenes del suicidio. Y todo él se estremecía, presa del gran dolor que le escocía el alma, y sus sollozos desconsolados eran lo único que resonaba en el vacío apremiante que le rodeaba, mientras se culpaba a sí mismo por la muerte del mafioso. Torturábase con la idea de que si no hubiese intervenido, si se hubiese mantenido al margen en vez de inmiscuirse en asuntos que no le concernían, en un vano intento por acercarse y sentirse amado por alguien que en realidad no le quería, tal vez la situación habría tenido un desenlace diferente. Pero todo aquello se reducía a tan sólo un tal vez, a algo que pudo haber sido y ya no lo sería.

Y allí se encontraba, ahogándose en el mar de su profunda miseria, sin querer salir de éste, porque no se sentía merecedor de reponerse de su pesar a causa de esa certeza que le atormentaba, de que por su culpa su amado yacía enterrado varios metros bajo tierra. No sabía cuánto tiempo había transcurrido así; lo mismo habría podido ser apenas un día, una semana o incluso un año entero. Atrapado en su tortuosa eternidad, perdía con facilidad la noción del tiempo, y el transcurso de los minutos y las horas, tan preciados por los efímeros hombres, figurábanse para él ahora carentes de valor, al no encontrarse ya atado a nada que pudiera hacerle preocuparse por el paso imparable de los segundos. Ajeno a esto y a todo cuanto acontecía en el mundo, su atención se hallaba centrada por completo en la esferita que albergaba el alma de Futakuchi Kenji, cuyo azulado fulgor era lo único que iluminaba la sombría oscuridad que le envolvía.

Habíase rebelado contra todas las reglas existentes al negarse a hacer retornar aquella alma a su estado de polvo; se sentía incapaz de ello, pues no quería desprenderse de lo único que le quedaba en recuerdo de su amado. Manteniendo junto a él la esferita, era como si Kenji aún estuviese a su lado.

Sin embargo, de repente, dejó de estar solo en aquel vacío en el que habíase encerrado. Tras la esferita, surgió un resplandor dorado, irradiado por una nube compuesta por un cúmulo de polvo de estrellas, a partir del cual se materializó la silueta de Mr. Tiempo. Entre tanto, se escuchó el ulular de una brisa invernal, que atrajo arrastrando consigo un montón de hojas y ramitas muertas, cubiertas de nieve y escarcha, del que emergió la figura de Mr. Vida. Y entonces Mr. Muerte presintió lo que se avecinaba a continuación: otro infructuoso intento por parte de sus compañeros para tratar de consolarle y aliviar su pesar. Aquello era motivado por una auténtica preocupación que su abatimiento suscitó en ellos, quienes no pudieron evitar asombrarse al reconocer que su amor por Kenji no había sido un mero capricho, debido a que nunca pensaron que él, el dios que tanto decía repudiar a la Humanidad, hubiera podido amar con tal locura a un ser humano.

Su atención se apartó entonces de la esferita, fijando su mirada en los recién llegados. Escuchó a Mr. Tiempo murmurar por lo bajo a su acompañante un «deja que yo hable primero», seguido del bufido que soltó Mr. Vida en respuesta, y luego les vio aproximarse hacia donde se encontraba, sus figuras iluminándose por el azulado fulgor de la esferita a medida de que se acercaban, hasta que se hubieron detenido frente a él. Y, antes de que pudiera reprocharles por su intromisión, o siquiera decirles cualquier otra cosa, Mr. Tiempo se le adelantó y habló:

Mr. Muerte | Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora