Capítulo primero

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FUTAKUCHI Kenji sabía que iba en serio cuando notó que Sakunami Kōsuke le seguía al auto. Futakuchi no tuvo oportunidad de reprocharle nada, pues Aone le pasó a uno de sus agentes más cercanos por teléfono, quien le entretuvo informándole acerca de un tipo, supuesto primo del príncipe heredero del trono tailandés, que estaba interesado en comprar treinta y dos de los pavo reales que habían traficado desde la India, con la intención de fabricar un par de abrigos y enredones con las plumas del exótico animal. Cuando la extensa llamada hubo finalizado, ya estaban a mitad de la autopista. Aone iba al volante, él de copiloto y Sakunami atrás.

Futakuchi lo vigiló de reojo durante una buena parte del viaje. Le extrañó que Aone no comentara nada sobre la presencia de ese intruso, lo que quería decir —según él— que le habían lavado el cerebro. A Kenji le picó la curiosidad. Moría por saber qué tan cierto era todo el cuento de Mr. Muerte, y así podría determinar si había sido víctima de un engaño o no. Mas no se le ocurría ningún pretexto para iniciar una conversación y que no pareciese forzado, pues Aone Takanobu era un hombre de pocas palabras.

Finalmente, luego de darle muchas vueltas a la cabeza, a Kenji se le ocurrió una idea.

—Oye, Aone —habló, procurando que su voz sonase lo más natural y despreocupada posible—. ¿Al final pudiste ir al ballet con Ai-chan?

Ai era la hija menor de Aone, una pequeña de nueve años cuya madre presumía a la gente con que era una bailarina prodigio. La niña le había pedido a su padre que la llevara a una función de ballet que una prestigiosa academia francesa presentaría en la ciudad, como parte de un itinerario de viaje por el continente asiático. Incluso después de meses de puro insistir, el padre había recordado el asunto a última hora, y no consiguió los boletos por ningún lado, ni siquiera revendidos en la calle. El tema lo sacó el propio Aone casualmente, una noche en la que les sorprendió un atasco en Tokio. Quedaba menos de una semana para la presentación, y no tenía ni la más mínima idea de lo que iba a hacer. Ya se estaba preparando para ser odiado por su hija de por vida. Kenji, finalmente, le había salvado el pellejo, consiguiéndole los boletos gracias a un contacto que tenía en la dirección del teatro donde se presentaría el ballet.

—Sí, Sakunami me consiguió las entradas —respondió Aone, con la voz de barítono que tanto le caracterizaba, capaz de intimidar a cualquiera. Despegó su mirada del camino por un momento, y miró al susodicho, que no había dicho nada, por el espejo retrovisor—. Gracias.

Sakunami le sonrió.

—No hay de qué.

Futakuchi sintió miedo. Debía estar frente a magia negra, por lo menos. Se despreocupó tan rápido como se asustó, teniendo el presentimiento de que las cosas se pondrían muy interesantes de ahora en adelante.

Unos diez minutos más tarde, llegaron a su destino: la oficina de Futakuchi, un edificio de unos quince pisos, que a diferencia de los edificios a su alrededor, parecía haberse quedado atrapado en los años sesenta. Sus paneles grises y sus ventanitas cuadradas no lo hacían muy vistoso. Más bien parecía la sede de alguna agencia de corredores de bolsa en bancarrota en lugar de la guarida de una de las mafias más grandes del país. Incluso si se veía inofensivo, ningún policía se atrevía a poner pie allí. Habría sido una misión suicida intentar pasar sobre el muro impenetrable de matones armados hasta los dientes. Incluso si lo intentaban, no habrían encontrado nada allí de valor policíaco, debido a que las mercancías se guardaban en almacenes secretos, nunca los mismos, y los archivos se destruían apenas se cerraban los tratos, para seguridad de los clientes. La hegemonía de la Mafia Verde, como la llamaban, aumentaba mientras los policías se contentaban con cortar los pequeños eslabones de la gran cadena, en el marco de un plan lento, pero seguro. Una vez más, se trataba de la inmunidad que otorgaba el dinero.

Mr. Muerte | Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora