MATSUKAWA Issei condujo la camioneta, con las luces apagadas, por los callejones desiertos del puerto, con dirección al último almacén. Iban en silencio, y lo único que se escuchaba era el ruidito que Makki hacía al mascar un chicle tan rosado como su cabello, y que a cualquier otra persona le habría resultado un sonido molesto, menos a él, que sintió el impulso de orillar el auto y comerle la cara a besos. No obstante, tuvo que reprimir su deseo, debido a que iban tarde a una entrega, y no tenía ganas de andar escuchando las quejas de vieja de Iwaizumi, alegando con que no podía enviarles a hacer ningún trabajo juntos, pues a la primera oportunidad, detenían hasta las más serias de las misiones para hacer el amor en cualquier rincón donde les pillara la inspiración.
Cuando llegaron a su destino, detuvo el vehículo ante las enormes puertas del edificio, dejando el motor en marcha y poniendo el freno de mano. Bajó del auto, y dio una última calada al cigarrillo que venía fumando, antes de apagarlo en el suelo y dar inicio a su trabajo.
—No te preocupes —dijo, al ver que Makki hacía ademán de bajarse del coche—. Esto será rápido. —Y sacó de la cajuela la mercancía ilícita, camuflada en el fondo de un bolso deportivo.
—Siempre me dejas esperando en la camioneta —le reprochó el otro, haciendo un puchero infantil, que sabía que volvía loco a Mattsun.
—Te lo puedo compensar —sugirió entonces, apoyando el peso de su cuerpo contra la puerta del copiloto—. Después de esto, te invito a cenar. ¿Qué tal en el Imahan Honten? —Propuso, como si aquél no fuese uno de esos restaurantes exclusivos de Tokio, sino el más vulgar de los establecimientos de comida rápida.
—Mejor en lo de las hamburguesas —replicó Makki contra sus labios.
Mattsun le guiñó el ojo, como prometiéndole secundarlo en su intención de embasurarse con comida chatarra, y Makki le vio alejarse y entrar al depósito con la mercancía al hombro.
Iba por el segundo chicle —el primero se le tornó insípido, por lo que lo había pegado en la silla del conductor, para que a su novio se le pegara en el culo al volver a sentarse—, cuando empezó a hacérsele que Matsukawa se estaba tardando demasiado. Era un simple intercambio, la mercancía por el dinero, ¿qué tanto podía demorarse?
Estaba por bajar del coche para ir a buscarle, cuando lo escuchó.
El sonido inconfundible de un disparo.
Abandonó la camioneta, y corrió con dirección al edificio. Desenfundando su arma, entró al almacén. A pesar de la penumbra, no se le dificultó reconocer el cadáver de Matsukawa Issei, pues de tanto amarse en las noches, había aprendido a memorizar el contorno de su cuerpo. Lo encontró bocarriba en el suelo, con la cabeza torcida, los labios entreabiertos, paralizados en el último grito que quiso dar y nunca dio; los ojos abiertos y desorbitados, fijos en el vacío, y la sangre que aún le fluía a borbotones, de un disparo limpio en la frente.
No le había dado tiempo ni de desenfundar.
Sabía que aquello era una trampa. Lo supo desde el instante en que le pareció que Mattsun se estaba tardando demasiado, y no necesitó que se lo corroboraran, cuando escuchó el sonido del disparo, y vio cómo las gaviotas alzaban vuelo hacia el cielo nocturno, despavoridas por el rugido de la detonación. Y sin embargo, se dejó arrastrar a la boca del lobo, movido por una ingenua esperanza, que le forzó a creer que Mattsun era el que había disparado y no el que recibió el impacto; siempre habían bromeado con que su exceso de vello corporal le había dotado de un sexto sentido, uno que le permitía percibir el peligro en el aire.
Pero no fue así. Mattsun yacía aún tibio en el piso, muerto sin pena ni gloria, tan irreal que parecía que en cualquier momento se levantaría, contaría un chiste malo y mantendría en pie su invitación de llevarle a cenar. Y Makki estalló en risa y llanto, y sus carcajadas de gata y sus sollozos entrecortados resonaron en todo el almacén, porque se le hizo ridículo que, de las mil formas en las que podía morir, el destino había decidido hacerle caer en una trampa que hasta un niño de primaria podía concebir.
ESTÁS LEYENDO
Mr. Muerte | Haikyuu!!
Фанфик❝Del polvo vienes, al polvo volverás...❞ GÉNESIS 3:19 Alcohol, sexo y drogas. Así era la vida de Futakuchi Kenji, el líder de una de las mafias más grandes y peligrosas de Japón. Superficial, vacía, fría. Vasitos de whisky con hielo, putas rubias c...