Prólogo: En un lugar dentro del todo.

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Nunca pensé que la muerte tuviera un sabor... ¿Cómo describirlo?... ¡Metálico! Tal vez sea por la sangre que inunda mi boca, o simplemente sea que tengo una bala entre los dientes, no lo sé. Solo sé que me desvanezco, escucho los disparos a mi alrededor y siento un frío aterrador que recorre mi cuerpo, al menos en las partes que aun siento, claro está.

Mi visión empieza a desvanecerse, veo que se aproxima el fin, cierro mis ojos y me entrego totalmente a lo que el juicio de Dios, tenga deparado para mí. Y esperé, esperé mucho tiempo, pero nada pasaba. Ya no sentía el ruido de los disparos, mucho menos aquel frío aterrador, pero si sentía que mis ojos estaban cerrados y debo de reconocer que me daba miedo abrirlos, pero no tenía opción.

Empecé a abrirlos lentamente, esperando encontrar algo aterrador, pero no, solo podía ver el blanco. Todo el lugar era de ese lugar, sabía que me encontraba parado en algo, pero nada más.

Poco tiempo después, escuche el tarareo que provenía de alguna dirección. Seguí el ruido y finalmente encontré algo, concretamente a alguien.

En un principio, tuve miedo de acercarme, pero viendo a los alrededores... Me daba cuenta que no tenía muchas opciones disponibles. Mientras me acercaba, el sonido de mis pasos hacia un eco tremendo en todo el lugar.

La persona en cuestión no se inmutaba para nada ante mi presencia, seguía sumido en su labor, una labor bastante extraña; sus acciones cobraron nitidez cuando estuve lo suficientemente cerca y lograba verlo mientras una pequeña esfera flotaba frente a él.

Una mueca de desconcierto se grabó en mi rostro, me parecía tan absurdo todo lo que allí acontecía. Un ser completamente vestido de blanco, el cual no podía distinguirle rostro alguno, se encontraba de pie frente a una esfera estática en el aire, la cual rotaba igual que un planeta.

Sus manos se movían de igual manera que las de un orfebre, moldeando el lodo de su creación. Aquel ser no hizo nada ante mi intromisión, solo siguió trabajando en su fina tarea mientras tarareaba una melodía que no lograba distinguir.

Mis ojos se maravillaban con los movimientos de la esfera y su rápida transformación a manos de la persona. Empezó como una roca común y corriente, la cual empezaba a brillar de manera incandescente, con un brillo naranja igual al hierro recién salido de la forja.

Con sus dedos, creaba pequeñas protuberancias en el pequeño planeta y con un soplo, el brillo empezó a menguar. La roca comenzó a enfriarse y su color naranja se cubrió de negro; luego, utilizando sus dedos, fue lanzando pequeñas piedras, como si fueran meteoritos, para que impactaran en el planeta.

Una fina capa de polvo quedo suspendida alrededor de la esfera y poco a poco se tornó azul mientras que algunas manchas quedaban descubiertas. Tierra en medio del océano la cual se partía en varios pedazos, se unían y volvían a partirse, creando nuevas protuberancias y aplacando a otras.
Como última acción, acercó su dedo índice y le dio un pequeño toque, tan leve que solo su uña toco el agua. En pocos segundos, la tierra se tornó verde.

—Es hermoso... ¿No lo crees? —era difícil para mí distinguir si aquella voz pertenecía a un hombre o a una mujer. Solo sé que estaba tan concentrado en aquella esfera, que no me sorprendió su voz.

—En verdad que lo es —respondí de una manera despreocupada, pero con gran honestidad frente a lo que mis ojos habían visto.

—Ve, encuéntrate un camino —al decir esas palabras, la esfera empezó a moverse y finalmente desapareció entre el vacío blanco que nos rodeaba—. Me divierto tanto al crearlos y me maravillo tanto con su belleza, que muchas veces me da pena verlos irse.

El Arquero del NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora