Capítulo 2: Larosan, Tierras de Libertad 2

45 1 3
                                    



Mi habitación era desordenada como ninguna otra dentro de la casa. Era mi espacio personal, y el desorden era algo natural en mí. Las paredes eran de madera y estaban cubiertas por pieles, como todo lo demás. Tenía acceso a una ventana que pocas veces abría, una cama como cualquier otra, con un colchón duro como una piedra... pero era mi colchón; también tenía un ropero, junto con un nochero que iba a juego, hechos por el carpintero del pueblo, Sulkas.

No tenía mucha ropa, así que el ropero guardaba más polvo que ropa. El nochero, por otro lado, era el lugar especial en donde guardaba los pocos libros que era capaz de conseguir y un pequeño diario, en donde escribía todos aquellos sueños extraños. El ultimo que tuve, me mostraba unos grandes edificios hechos de alguna especie de piedra, pero lo que más brillaba en ellos era su gran cantidad de ventanas, además, había muchas personas que vestían igual, caminaban como borregos ciegos, como si solo ellos existieran.

Me tiré a la cama para descansar y tratar de buscar un significado a ese sueño en específico. No eran pesadillas, ya que la idea de la lana con el aloe venia de aquellos sueños. Era como si una parte de mí hubiera estado en otro lugar... Mientras más pensaba en ello, más me dolía la cabeza.

Afortunadamente, en medio del silencio de mi habitación, pude escuchar el sonido de instrumento en el exterior. Inmediatamente me emocioné, salté de la cama y me apuré para bajar las escaleras. Zarsa estaba caminando en el salón, así que la tomé con mis brazos y la alcé con alegría.

—¡Ha vuelto! ¡Padre ha vuelto! —le dije con júbilo.

Ella de inmediato empezó a reír, mientras que yo la subía y la bajaba. Mi madre, quien también nos escuchó, rápidamente trajo consigo un abrigo para Zarsa.

—¡Ita! ¡Papa Volvió! —grité, antes de salir.

Cerca de la casa, a unos 30 metros, se encontraba nuestro padre, con larga cabellera rubia y su laúd, el cual hacía sonar fervientemente.

"Alegría es aquella que un hombre siente al llegar a su hogar,
abrazando con júbilo aquellos que le recibirán tranquilo.

Busco señores, que ustedes celebren mi regreso,
ya que nuestra vida es algo que no espera receso."

Mi madre aceleró el paso para abrazarle, mientras que yo trataba de apurarme un poco, sin hacerle daño a Zarsa. Antes de que yo llegara, ellos se encontraban fundidos en un abrazo.

—Tu calidez opaca el frío de los alrededores, mujer —habló él, mientras apretaba fuertemente.

Al acercarnos, mi madre soltó su agarré y él, con alegría, también nos abrazó a ambos. Dándole especial atención a Zarsa, quien expresaba su felicidad de manera ferviente.

—Mi pequeña Zarsa, te extrañe tanto mi chiquilla —él la tomó en brazos y Zarsa le abrazó de inmediato. Luego, sus ojos se centraron en mí—. Hijo mío, me alegra verte sano.

—También me alegra verte, padre. ¿Cómo te fue en tu viaje?

—Cansado, hijo, como siempre. Pero siempre es bueno salir más allá de este paramo y conocer la tierra teñida de verde —dijo, con su voz grave pero melodiosa.

Una de las ventajas de tener el talento de mi padre, era poder salir al exterior con naturalidad. Sus historias, poemas y canciones obtenían fama, además, debía salir para escuchar aquellas historias de grandes héroes y damiselas para poder dar rienda su imaginación. Tal vez, en un futuro, yo sea el encargado de tomar ese rol... Pero no me hago muchas ilusiones.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 17, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El Arquero del NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora