2

475 3 0
                                    

  acto. Lo cual, probablemente sería lo mejor que me podría pasar. Si no fuesepor mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a verel director y le habría dicho todo lo que pienso. Se caería de la mesa, ésa sobrela que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, comoes sordo, han de acercársele mucho. Pero todavía no he perdido la esperanza.En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mispadres –unos cinco o seis años todavía–, me va a oír. Bueno; pero, por ahora,lo que tengo que hacer es levantarme, que el tren sale a las cinco.Volvió los ojos hacia el despertador, que tictaqueaba encima del baúl.- ¡Dios mío! -exclamó para sí.Eran más de las seis y media, y las manecillas seguían avanzando tranquilamente.En realidad, ya eran casi las siete menos cuarto. ¿Es que no había sonado el despertador?Desde la cama se veía que estaba puesto a las cuatro; por tanto, tenía que haber sonado.Pero ¿era posible seguir durmiendo a pesar de aquel sonido que hacía estremecer hastalos muebles? Su sueño no había sido tranquilo. Pero, por eso mismo, debía de haberdormido al final más profundamente. ¿Qué podía hacer ahora? El tren siguiente salía a lassiete; para cogerlo tendría que darse muchísima prisa. El muestrario no estaba aúnempaquetado, y él mismo no se sentía nada dispuesto. Además, aunque alcanzase el tren,no evitaría reprimenda del amo, pues el mozo del almacén, que había acudido al tren a lascinco, debía de haber dado ya cuenta de su falta. El mozo era un esbirro del dueño, sindignidad ni consideración. Y si dijese que estaba enfermo, ¿qué pasaría? Pero esto,además de ser muy penoso, despertaría sospechas, pues Gregorio, en los cinco años quellevaba empleado, no había estado nunca enfermo. Vendría el gerente con el médico delMontepío. Se desharía en reproches, delante de los padres, respecto a la holgazanería deGregorio, y refutaría cualquier objeción con el dictamen del doctor, para quien todos loshombres están siempre sanos y sólo padecen de horror al trabajo. Y la verdad es que, eneste caso, su diagnóstico no habría sido del todo infundado. Salvo cierta somnolencia,fuera de lugar después de tan prolongado sueño, Gregorio se sentía francamente bien,además de muy hambriento.Mientras pensaba atropelladamente, sin decidirse a levantarse, y justo en elmomento en que el despertador daba las siete menos cuarto, llamaron a la puerta queestaba junto a la cabecera de la cama.- Gregorio –dijo la voz de su madre–, son las siete menos cuarto. ¿No teníasque ir de viaje?¡Qué voz tan dulce! Gregorio se horrorizó al oír en cambio suya propia, que era lade siempre, pero mezclada con un penoso y estridente silbido, en el cual las palabras, alprincipio claras, se confundían luego y sonaban de forma tal que uno no estaba seguro dehaberlas oído. Gregorio hubiera querido dar una explicación detallada; pero, al oír supropia voz, se limitó a decir:- Sí, sí. Gracias, madre. Ya me levanto.   

la metamorfosis de franz kafkaWhere stories live. Discover now