Fuego en la cabaña.

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Los labios de Taiki encontraron los de Ami antes de que pudiera decir nada. Suave y dulce su beso fue más reconfortante que apasionado.
Ella suspiró contra su boca.
Cuando él levantó la cabeza, su cabello mojado le cayó por la frente acariciándole la mejilla.
—Ami dime lo que te pasa. ¿Te estoy haciendo daño, me tienes miedo?
Con el rostro a unos centímetros, Ami podía ver el ardiente deseo en sus cálidos ojos grises, un deseo mezclado con incertidumbre. Una palabra de ella, y la soltaría. Todo lo que tenía que hacer era decírselo para que la liberara.
Su cuerpo entero se rebeló contra el pensamiento, incluida su alma de lobo. El duro cuerpo se apoyaba en un costado. Su calor penetraba en todo su cuerpo. Ella se sentía segura y más deseable de lo que se había sentido en años. La última cosa que quería era liberarse.
Levantando la cabeza, le mordisqueó el labio inferior, lo lamió y saboreó en su boca. Cuando le soltó el labio le sonrió.
El cuerpo de él se estremeció contra ella cuando deslizó el brazo bajo sus hombros y la acercó más.
Tocándole levemente la mejilla con la mano izquierda sonrió.
—Te quiero.
—No tanto como yo a ti —susurró en respuesta Ami — Hazme el amor Taiki. Hazme el amor hasta que no pueda pensar más.
La respuesta de él fue otro beso. Pero este no fue suave… este tentaba, excitaba, exigía.
Enredando los dedos en el cabello de ella, le sujetó la cabeza inclinándose contra su boca. Cuando pellizcó su labio, metiendo la lengua en su boca, deslizándola por los dientes y enredándola con la de ella se quedó sin aliento.
Chupando la lengua de él, Ami la acarició con la suya. Ella lo succionó con más fuerza.
Sus dientes se entrechocaron.
Taiki separó la mano del pelo de ella, tocó el botón de su blusa, y entonces simplemente la rasgó.
Los botones rebotaron contra su pecho cayendo por el suelo.
El aire fresco acarició los pechos desnudos de Ami haciéndola temblar.
La gran mano de él cubrió un seno, y ella volvió a temblar, esta vez de anticipación.
Cuando su boca sustituyó a la mano, Ami arqueó la espalda y empujó el pecho más cerca.
—Sí, oh sí.
Él giró la lengua alrededor de su tenso y dolorido pezón lamiéndolo, mordisqueándolo y chupándolo en su cálida boca. Cuando levantó la cabeza, el pezón se contrajo al contacto con el aire fresco. Él comenzó a jugar con ambos pezones.
Ami se quedó rígida y le golpeó en la espalda.
—¡Ay! — jadeó.
Inmediatamente él levantó la cabeza.
—¿Te he hecho daño?
Apartándose Ami se levantó.
—No tú no, esta piedra sí — dijo intentando sacar una piedra medio enterrada en el suelo.
Estaba enterrada muy profundamente.
Riéndose, ocultó el rostro en el cuello de ella y se lo besó.
—Cambia de posición, entonces.
Con un suspiró ella asintió apoyándose en los codos.
—Mmmmm.
Él cubrió de besos su hombro, los pechos, su estómago, empujando hacia atrás el cuerpo de Ami mientras lo hacía.
Enderezándose Taiki exclamó:
—¡Joder!
Ami abrió los ojos.
—¿Qué pasa?
—Una rama me ha pinchado en el culo.
La risa de ella se convirtió en una carcajada.
Gruñendo, él se levantó, tiró de ella y la cogió en brazos.
—¡Taiki! Se te soltaran los puntos.
—Entonces puedes cosérmelos de nuevo. En aquella cabaña hay una cama ¿verdad?
—Sí, pero…
—No hay peros — con ella abrazada contra su pecho regresó a la cabaña.
—¡La cesta!
—La puedes coger mañana.
Descendían por el camino mucho más deprisa que cuando lo subieron, y Taiki estaba abriendo la puerta de la cabaña y entrando en ella antes de que tuviera tiempo para pensar.
—¿Dónde está la cama?
Mordiéndose los labios para no reírse, ella hizo un gesto con la cabeza a la derecha.
—Por allí, al otro lado de la estufa.
En tres pasos estuvo frente a la pequeña cama individual.
Su gemido resonó en la pequeña habitación.
Sus risas se mezclaron con el gemido de Taiki.
—Intenté decírtelo…
Colocándola en el suelo la sujetó por la cintura de los vaqueros.
—Estate quieta y quítatelos antes de que te los arranque.
Escalofríos de anticipación le recorrieron la columna, su voz, la mirada en su cara, él la quería.
Ahora.
Y ella lo quería.
Su alma de lobo aulló de anticipación.
Con los dedos temblando de excitación, se quitó los pantalones, las braguitas y se deshizo de la camisa abierta quedándose desnuda ante él.
La cabaña estaba oscura, pero él la colocó en un rayo de luna que entraba por una de las pequeñas ventanas.
Su voz susurró.
—Eres tan hermosa.
Con una respiración rápida, Ami parpadeó conteniendo una lágrima. ¿Cómo había podido vivir todos estos años sin él?
—Tú me haces sentir hermosa.
Sentándose en el camastro extendió la mano.
—Acércate a mí.
Ella no dudó en poner su mano en la de él.
—La cama es muy pequeña.
Cuando él la empujo en sus brazos, sus dientes brillaron en la oscuridad.
—Nos las arreglaremos.
Él permaneció sentado con las manos alrededor de su cintura y la puso en su regazo.
—Rodéame con las piernas.
Su pene le rozó la cara interna del muslo.
—Oh, sí.
Él la beso, le lamió la lengua y entonces levantó la cabeza mirándola fijamente a los ojos.
—¿Estás preparada para mí? — dijo bajando una mano entre sus piernas, deslizando los dedos por su feminidad. Seguidamente se rió y deslizó un dedo dentro de ella.
—Más que preparada. Estás tan mojada.
—Ahhhhh — Ami movió las caderas contra su mano introduciendo el dedo más profundamente.
—Te necesito dentro de mi — dijo arqueando la espalda.
Inclinando la cabeza él se metió un pezón en la boca.
Ami le abrazó por el cuello e inhaló. Olía a hombre limpio, sano, caliente y a lobo en celo, a almizcle.
—Oh, sí.
Con la mano libre, la sujetó por la cintura levantándola, y la deslizó sobre su grueso pene.
La estiró, llenándola por completo, profundamente.
—¡Oh, dioses! — ella movió las caderas haciendo que él se introdujera todavía más en ella.
—¡Sí!
—Eso es amor, tómame más profundamente.
La levantó, sumergiéndose en su interior nuevamente.
Gimiendo, Ami cerró las piernas alrededor de su cintura y comenzó a moverse de un lado a otro.
—¡Estás tan duro! — ella sacudió la cabeza, besándole en el hombro y después mordiéndole.
Un excitado gruñido fue la respuesta.
—Más rápido amor. Estás tan húmeda, tan apretada. Muévete más rápido.
Con las manos de él guiándola y sincronizándola con su ritmo, Ami obedeció. De un lado a otro, de un lado a otro se deslizó moviendo las caderas contra él, montando su polla, ordeñándola tan profundamente como podía.
Su respiración se volvió jadeante.
—Así es amor. Cabálgame. Cabálgame más fuerte.
Él empujó las caderas. Su polla se hundió todavía más.
El calor llegó hasta su entrepierna. Sus músculos vaginales se estremecieron. Ella enterró los dedos en sus hombros.
—¡Taiki! No puedo…
—Córrete para mí, nena. Goza.
El calor ardió en su sexo, subiéndole por el vientre hasta sus pechos.
—Ahhhhhh — echando la cabeza hacia atrás, ella se estremeció gritando.
Taiki giró las caderas enterrando la polla aun más en ella.
Su cuerpo entero vibró. Entonces con un estremecimiento se desmoronó sobre los hombros de él.
Lentamente los sentidos de Ami regresaron. Escuchó como las cuerdas que sujetaban el colchón protestaban, saboreó el sudor de él cuando le lamió el cuello, levantó la cabeza y vio la pasión no satisfecha en sus ojos. El olor de su pasión los envolvía, sintió los brazos fuertes de él que todavía la abrazaban, y su polla larga, gruesa todavía enterrada en su interior.
Se estremeció, balanceándose, aliviando la leve tensión en la parte interna de sus piernas que estaban todavía rodeándole la cintura.
Su polla latía dentro de ella. Empujó las caderas hacía adelante.
Cuando Ami respiró profundamente y gimió sintiendo el maravilloso placer, él dijo:
—Todavía no hemos terminado, amor. Sujétate bien. Antes de que esta noche termine, el pasado dejará de existir. Te voy a amar hasta que no recuerdes ni tu propio nombre.

Caluroso Anochecer. (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora