Dos años y meses antes:

22 4 1
                                    

De niña siempre quise volar un papalote. Me encantaba verlos surcar el cielo al lado de mi hermana y de mi mejor amiga. Aún recuerdo verlos casi cada día con sus colores majestuosos, tan vibrantes y bellos, dominar el espacio que les pertenecía. 

Mi hermana me había dicho entonces que a los doce me regalaría mi propio papalote, el que tuviera los colores de mi corazón.

Yo decliné.

A pesar de amarlos también me aterraban. Sentía que uno de aquellos de tamaño monumental me arrastraría y jamás volvería a ver ni a mi hermana ni a mi mejor amiga, sentía que pocos los podían controlar pero me encantaba ser una espectadora. Esperaba algún día tener la fuerza para sujetar uno de aquellos y guiarlo por el aire como las personas que lo conseguían. 

Pero todo cambió dos años después.

 Aquel día salí de la escuela, como cada alumno al terminar las clases, y me quedé a esperar. A muchos ya los esperaban fuera, otros caminaban solos a sus casas y por otros venían en autos. Mis padres o hermana siempre me pedían quedarme, no moverme y jamás desobedecí. Miraba como poco a poco la salida se vaciaba. Mi mejor amiga y su padre me acompañaron y esperaron conmigo pero no podían quedarse mucho ya que él estaba en jornada laboral y tenía que volver. Me ofrecieron llevarme a las oficinas donde ella también se quedaría, pero sabía como se enojaría cualquier miembro de mi familia que ese día fuese por mí así que de ellos, me despedí. 

De saber que sería el último día que recordaría y reproduciría cada día en mi mente, tal vez aceptar irme con ellos era entonces la mejor opción. 

La mejor opción había cambiado.

Abrí mis ojos y miré a la nada. Estaba a punto de cumplir once años, a punto de cumplir once...ni siquiera sabía ya qué edad tenía, tan sólo sabía que, aunque el nuevo lugar de traslado era mejor, mucho mejor, más lujoso y cómodo, lo que se hacía seguía siendo lo mismo. Y ya no lo quería. Tal vez tenía, o tal vez no, edad suficiente para decidir sobre mi vida y eso era lo que intentaba hacer. 

Sin día en mente, ni interesada por el lugar, volví a evocar sólo a los papalotes. Era como si las luces de colores de los edificios aledaños fueran las mismas que alguna vez vi en el cielo volar. Y me llamaban, era el día que dejaría todo atrás. 

Sentía el frío de la loseta subir por la planta de mis pies, apretaba mis manos, dándome fuerza para no detenerme, el viento azotaba mi vestido; me había vestido de gala para el día que aprendería a volar. 

Y así, sin más, en esa parte del edificio, donde los cristales no me detendrían ni me encerrarían, caminaba hacia la orilla buscando la forma perfecta de salir de aquí. Mi última opción. Mi última... 

Volvería a mi familia, a mi mejor amiga, a mirar los colores, comenzaría a volar. Con las manos en el pretil, me crucé del otro lado y miré la distancia que estaba del más cercano suelo. 

Me erguí en toda mi altura; la cual no es mucha, pero me hizo sentir fuerte. Miré más allá, despidiéndome de mis sueños que nunca se iban a hacer realidad, ni siquiera un solo deseo. Miré a mis pies descalzos y luego detrás. ¿Extrañaría algo de lo que dejo? Posiblemente, a dos chicas de mi edad que esperaba pudieran encontrar una salida mejor a la que estaba a punto de tomar. No había nadie mirando, en un segundo sería otra muerte anunciada más tarde que sembraría silencio. Nadie me recordaría, mi cuerpo sería libre y mi mente se uniría con el. Un sollozo escapó de mí junto a una carcajada. Así era el adiós, sin nadie que te consuele o te diga que está mal porque tal vez esté bien.

Pero sólo resbalé y me sujeté cuando un ruido proveniente del edificio de al lado me alarmó. Después le dio paso a un cuerpo masculino que de mí no apartaba los ojos. Ya no sabía que hacer, sabía que soltarme y que él lo estuviera presenciando, le causaría problemas a quien era mi compañera. También sabía que si no saltaba ahora, la cobardía a mí volvería y no sería lo suficientemente valiente después para saltar. O que, simplemente con verme y que lo reportara, tendría un castigo severo, que sería una muerte pronunciada y lenta. 

Quería un fin, un fin rápido sin tanto dolor pero entonces vi que eso, dolor, era lo que su rostro reflejaba. 

Se acercaba a la orilla y al tocarla, parecía prepararse para saltar, de ser necesario, detenerme. O intentarlo. 

— No lo hagas. 

Con voz cálida y serena se dirigió a mí.  

Y eso me aterraba, que se dirigiera a mí, ¿Acaso no sabía lo que estaba haciendo? Si alguien más le escuchaba, se asomaba y también me veía, tal vez creería que nos amábamos, o estábamos en una relación y nos matarían. Ya no sólo era yo; era él, mi compañera y yo dentro de un solo castigo.

—No,— susurró —aún no saltes, Cristal.

Si lo sabía parecía darle igual, pero a mí me llenó de pánico.

Con prisa me sujeté y al otro lado pasé. Ni siquiera le volví a ver mientras corría y pasaba a mi habitación jalando la puerta corrediza. ¿Qué ganaba él al detenerme? ¿Por qué alguien quisiera salvarme? 

Jalé las cortinas volviendo a las tinieblas e intenté calmarme. Quería morir pero no arrastrar conmigo la muerte de alguien más y con él mirándome, eso hubiera pasado. 

Cuando estuve segura de volver, jalé la esquina de una cortina y le miré. El bar se estaba llenando, las luces estaban prendidas, las mesas que se encontraban en la terraza semi-vacías, pero él seguía mirando furtivamente a mi habitación. ¿Quién era aquel hombre desconocido? ¿Aquel chico que también le robaron años y se encontraba ahí? Me grabé por primera vez su físico: Un chico de nariz fina, labios gruesos, pómulos altos, cara alargada, mentón oval, cabello negro, quebradizo, piel morena, alto, complexión media. Tenía los músculos tan trabajados como todos los demás y como todos los demás, fueron por obligación. Ahora que le notaba, sabía que trabajaba con tres mesas a su cargo, justo las que daban hacía mi balcón. Tal vez estábamos a un metro uno del otro, tal vez un poco más. Poco a poco deslicé la cortina entre mis dedos hasta que de mi vista desapareció.

Si hubiera podido le hubiera dicho lo idiota que fue al truncar mi muerte. Tal vez las palabras que de mi boca salieran serían aquellas que le preguntaran sobre, si quería morir, sólo tenía que decirlo para que saltáramos juntos, o quizá preguntarle: ¿Cómo supo el nombre que llevaba en ese lugar? Si alguna vez él vino como cliente a la habitación, o de alguien lo escuchó. 

Aquello con el tiempo dejó de tomar importancia y en cambio desee algo nuevo: Conocerle.

Once Deseos [*PAUSADA*]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora