I

46 4 0
                                    


"Un despertar inesperado"

Su pesada respiración le desgarraba el pecho lentamente como una daga muy afilada, mientras se ocultaba bajo lo que parecían los restos de un muro derribado. Captaba siluetas fantasmagóricas de gente gritando para pedir ayuda y corriendo por todos lados para huír de un auténtico infierno. Su alrededor estaba molido, derroído y echo trizas llameantes.

Las imágenes eran borrosas, casi imperceptibles como abrir los ojos en lo profundo del mar; pero el dejo de una posibilidad hacía eco en su corazón: la familiaridad de sus voces, aunque no reconociese sus caras. Podía notar como iban despavoridos de aquí allá, llorando y suplicando clemencia.

Un picor en la mano derecha le hizo sacudirse y lo trajo a la realidad, abriendo suavemente sus ojos negros. Había estado soñando. Mientras aún se habituaba a la tenue luz amarilla de la mañana, se sentó en la cama y comenzó a rascarse para aliviar su molestia.

«Otra vez ese sueño», pensó al tiempo que observaba con curiosidad la huella solar en su mano, común entre la población de Aurum. Aquella marca de nacimiento otrora blanquecina, estaba enrojecida e irritada.

No pudo terminar de reaccionar, cuando una almohada golpeó su sien a toda velocidad, sacudiendo lo que le quedaba de adormilado.

—¡Javier por la...! —Una voz masculina rugió desde la otra esquina de la habitación—. ¿Qué no puedes dormir en silencio como la gente normal?

Los ojos del chico se posaron en la figura despeinada que ermergía de las sábanas con una expresión cansina.

—¿De nuevo hablé dormido?

—Hablar es poco —contestó su compañero de cuarto restregándose el rostro—. Casi gritabas. Estuve a punto de darte un buen «tatequieto» pero estoy tan cansado que no puedo con mi vida. Supongo que debo agradecerte por eso.

Javier suspiró apenado.

—Discúlpame Blits. Últimamente he estado soñando demasiado y casi no descanso.

—Pues busca la manera de arreglarlo —Blits se puso en pie, rascándose el pecho por debajo de la camiseta y dejando al descubierto su huella de sol a un costado de su estómago—. O los dos vamos a quedar «colgaos»  por la falta de sueño. ¿Has tomado los medicamentos que Mistral te dió?

Javier asintió con la cabeza.

—Pues no están haciendo nada. Habla con ella nuevamente y dile que te de algo más fuerte.

Blits dio un largo bostezo estirando los brazos, mientras Javier meditaba en silencio.

—Bueno que se le va a hacer, no te estreses —dijo Blits con mejor humor—. Seguro se resolverá. Ya es tan temprano te sugiero que vayas a bañarte antes que Kyuu despierte y nos atrase con sus duchas interminables.

El muchacho hizo un guiño y Javier sonrió.

—Yo voy primero.

Rato después, ya uniformado, Javier se ubicó sus gafas y se peinó, para salir de la habitación con su mochila abarrotada de libros. Sin duda ese día era el más pesado de la semana, ya que llegada la tarde tenían tres horas de Historia de Aurum, curso obligatorio para todos los jóvenes de la academia a la que asistía. No era en sí la naturaleza de la materia lo que la hacía tediosa, sino la voz monótona de quien la impartía: el profesor Curio, hombre de mediana edad y pequeña estatura que siempre tenía una mueca muerta en el rostro y cuyo humor era más seco que una tetera oxidada.

Javier bajó las escaleras hacia la primera planta del internado donde residía, para dirigirse a la cocina a desayunar. El dulce olor a mermelada de melocotones inundó la casa, atestiguando sobre la hacendosa Mistral, el ama de llaves, que ya iniciaba sus faenas del día preparándole el desayuno a los muchachos que asistían a la prestigosa Academia DelCid.

Los Hijos del Sol©Where stories live. Discover now