27- No todo es desgracia

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Día 27: Intercambio Cultural
≫ Chile y Japón ≪

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No era como si Kiku no estuviese acostumbrado a la barbarie que se formaba en el metro durante las horas críticas del día, sin embargo la Línea Yamanote distaba mucho de la Línea 2 del metro de Santiago.

Un suspiro se escapó de su boca cuando, al parar en una estación con combinación hacia otra línea, las personas en el interior del vagón sin aire acondicionado ni espacio suficiente para que el oxígeno circulara parecieron disminuir. La ilusión fue corta, pues al segundo siguiente, junto con el pitido y la luz roja que anunciaba el cierre de puertas, la misma cantidad de personas, si es que no más, subió al tren.

Cuando Yao había dicho que se mudarían a un lugar mucho más tranquilo y relajado, le creyó por un segundo. Ahora, de camino a la universidad con la esperanza de alcanzar a comprar algo para comer antes de entrar a clases, el japonés no tenía ninguna duda de que su concepto de tranquilidad distaba mucho del de su hermano mayor.

Escuchó un quejido a su costado, y si no fuera por la falta de espacio de seguro habría retrocedido. Justo a su lado, sujetandose de los pasamanos superiores de la máquina, se encontraba uno de sus compañeros de carrera. No recordaba su nombre, pero sí su rostro y ese inconfundible tono de voz. Se sentaban bastante separados, pero varias veces le había escuchado hablar o leer, ambos estudiaban literatura después de todo.

El tren dio una pausa brusca al estar llegando a la próxima estación, y de alguna forma sus miradas se cruzaron.

Ninguno dijo nada, pero el castaño más alto le dirigió una sonrisa como un intento de saludo que Kiku no supo responder. El viaje continuó sin que ninguno dijera alguna palabra más, con tan solo el relativo silencio (mentira) de los pasajeros en el vagón.

Cuando ya faltaban tres estaciones para llegar a su destino, y con una sonrisa de alivio Kiku se permitía suspirar, pasó lo impensable y el tren se detuvo.

Las vociferaciones de los pasajeros no se hicieron esperar, y luego de bastantes minutos en la más completa incertidumbre llegó el anuncio del conductor: alguien había saltado a las líneas un par de estaciones más adelante, y debían detener el servicio por un rato.

Kiku solo quería volver a su hogar, abrir la puerta de su cuarto y dormir.

De alguna manera consiguió salir al exterior, siendo guiado por la marea humana que se deslizaba en búsqueda de una salida rápida para continuar con sus vidas y llegar a sus destinos. Los paraderos de la locomoción colectiva más cercanos ya estaban a rebosar de personas cuando Kiku se fijó en ellos, por lo que descartó inmediatamente el llegar de esa forma a su universidad.

Estaba a punto de sacar su celular para revisar el GPS o llamar a uno de esos convenientes Uber's cuando una mano tocó su hombro con suavidad.

— Honda. — Escuchó su apellido, y no tardó en voltea para ver frente a él otra vez al castaño. — Tenemos mala cuea, ¿no? Igual demás que llegamos si nos vamos a pata, pero... —

— Ah, sí... — Tardó un momento en traducir el dialecto del otro, intentando no mostrar la duda en su rostro. — ¿De casualidad sabe como llegar desde aquí a la universidad? —

Una sonrisa tranquila se dibujó en el rostro del castaño antes de que asintiera con la cabeza, haciéndole un ligero gesto para que viniera con él antes de comenzar a caminar. Kiku no dudó en seguirle el paso.

— No tení que ser tan formal, ¿sabíai? — Mencionó de pronto el otro, luego de un pequeño silencio. — Si al final estamos en el mismo año y to'o. —

— Si así te parece bien, entonces... — Fue ahí cuando recordó que seguía sin saber el nombre del castaño, que inmediatamente lo notó.

Era algo vergonzoso no saber el nombre de tu compañero pese a que este sabía el tuyo.

— González, Manuel González. — Se presentó sin más. — Si escuchai que dicen algo del flaco González igual hablan de mí, el otro es el pica'o González. —

Por alguna razón, Kiku se encontró riendo ante las palabras de Manuel, asegurándose de grabar bien su nombre en su memoria. No se perdonaría el olvidarlo luego de que este se presentara directamente.

Continuaron el trayecto con calma, pese a que de seguro iban a llegar tarde a clases. Las personas a su alrededor caminaban deprisa, con el aura de estrés y presión constante que tanto los esclavos corporativos de su patria como los ejecutivos de ventas del país latino poseían.

Cuando Manuel sugirió comprar un par de sopaipillas en un puesto de la calle para "no llegar caga'os de hambre a la u", Kiku no pudo negarse.

Así fue como terminó llegando veinte minutos tarde a su clase, con una sopaipilla con ketchup entre sus manos y su celular con un nuevo número de contacto.

Como excusa, tan solo diría que hablar más con el otro le serviría para aprender más rápido de aquella extraña pero similar cultura.

Latin Hetalia - Promptatón 2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora