Me levanté de la cama somnolienta. Apagué mi alarmante despertador mirando la hora. ¡Oh! Genial... no llegaba tarde al último día de clases.
Tras bostezar y estirarme una última vez, proseguí a cambiarme del pijama al odioso y patético uniforme de mi colegio de secundaria que nos hacian poner. Era horriblemente feo. O eso, o es que detesto el color oliva de la camiseta. No pensé más. Me lo puse de mala gana y bajé para tomar el desayuno.
En la mesa se encontraban mi madre y mi hermano. Giré mi mirada al entrar hacia la silla de mi padre. Seguramente que hacia horas que se ya se habría marchado a su aburrido bufete de abogados. Y con aburrido quiero decir a verdaderamente aburrido. Eso me quedó suficientemente claro cuando el ''Día de llevate al hijo/a al trabajo'' me llevó. Aquel día me las pasé en su despacho dando vueltas en su cómoda silla que tiene (mientras hacia ruiditos infantiles, lo confieso), husmeando en los archivos y criticando la ropa de la gente que iba y venía por los pasillos. Además, mi padre no se enteraba de lo que estaba haciendo ya que había tenido una reunión durante tooooodo el día.
Suspiré y me senté en mi silla. Observé el desayuno de todos los días. Que ganas tenía de irme de vacaciones al Caribe y desconectar de la rutina de siempre.
-Hermana perezosa, ya iba siendo hora de que te levantaras.- gruñó mi insufrible (pero querido) hermanito pequeño.
-¡A callar gusano!.- le devolví asesinandolo con la mirada.
-No empecemos...- espetó mi madre cansadamente.
Ignorando aquello, porque pasaba todos los días, cogí mi tostada y empecé a untarla con mermelada, pero no sin antes dedicarle una última mirada penetrante en los ojos a mi hermano. Me comí las siguientes tostadas pensando que este sería el día que daría final a mi cuarto curso de ESO y comenzando así, el próximo año, bachillerato.
Minutos más tarde, terminado el desayuno y tras peinarme, salí de casa junto con mi hermano pequeño. Hermanos de sangre y totalmente distintos en todos los sentidos. Mientras yo iba caminando por ser el último día (casi me pongo a cantar y saltar), mi hermano, en cambio, iba bufando y quejandose de que sería el último día que podría jugar al fútbol en el recreo con todos sus compañeros de clase al completo.
-Afrontalo enano, el curso ya se acaba.- le molesté.
El en contestación me soltó un resoplido bastante sonoro. Sentí compasión de él. Así que se me ocurrió decir otra cosa para animarle (aunque reconociendolo, no soy muy buena en eso).
-Mira el lado positivo, al menos ya se acabaron los deberes y los exámenes.- le guiñé un ojo.
-Yo no soy como tú. A mí me gusta estudiar...- dijo él mirando todavía al suelo en vez de a mí.
''Pues serás el único al que le guste...'' Pensé mientras ponía los ojos en blanco.
En nuestro camino nos topamos con mi mejor amiga: Eli. En realidad se llamaba Elizabeth pero todos la llamabamos Eli. Siempre había considerado que era bastante atractiva, pero esta siempre me lo negaba. Haber, era... alta, delgada, pelo castaño y corto con ondulaciones (de aspecto infantil pero realmente mono) y ojos de color miel.
-¡Buenos días, Eli!.- la saludé alegremente para que me viera.
Esta enseguida se dió la vuelta para mirarme y se abalanzó sobre mí en un abrazo cariñoso.
-¡Buenos días, Ojitos!.- me contestó con la misma vivez que siempre tenía y destacaba en ella.
''Ojitos'' era su mote cariñoso de llamarme. ¿Por qué me llamaba así? Bueno, eso era algo que yo siempre le preguntaba, a lo que ella siempre me respondía: ''Por tus ojos azules cristalinos del color de los mares del Caribe, ojitos'' No sé por qué, pero Eli siempre me lograba sacar una sonrisa con sus cumplidos. Además, supongo que mis ojos eran lo único atractivo en mí. Mi pero es largo y color chocolate con leche tirando a rubio (algunas personas creen que lo tengo rubio), en las puntas ligeros bucles me caen. Soy alta y delgada... pero nada más. Mientras mi amiga me dice que soy toda una belleza, yo me considero ''del montón´´.
Casi sin darme cuenta llegamos a la escuela de mi hermano. Donde como todas las mañanas tube que dejarlo tras un abrazo y una despedida no muy cariñosa (casi siempre se despide llamandome tonta, perezosa o loca). Eli y yo nos encaminamos ahora si, hacia nuestro instituto. Siempre había creido que mi colegio si era bonito. No como el mounstruoso uniforme que no sé a qué director chiflado se le ocurrió poner.
Cruzamos la puerta principal del colegio. Por los pasillos todos daban tumbos de alegría, o eso parecía. La gente no paraba de saludarse, hablar de los planes del verano, o, incluso, se despedían ya de la gente que no volverían a ver el año que viene ya que no habrían elegido bachillerato, se cambiaban de colegio o por otras múltiples razones más.
Llegué a mi clase, que no echaría de menos, sí, soy bastante fría en ese aspecto, pero es que no me iba a despedir de ningúno de mis amigos ya que los volvería a ver el año que viene. Eli y yo entramos por la puerta. En el pequeño camino que hay desde la puerta hasta mi pupitre al lado de las ventanas, observé como la gente hablaba y charlaba en sus asientos con esas sonrisitas de nervios por que el día acabase pronto.
Me senté en mi pupitre igual que Eli en el suyo, que, por un golpe de suerte, estaban los dos al lado del uno del otro. Suspiré sonoramente.
-Dios, Eli, no te puedes imaginar como odio este estúpido uniforme.- dije de mala gana.
-Intenta aguantar un día más, que por lo menos en bachillerato nos lo cambian a azul, que es... un poco más bonito.- me animó entre pequeñas risas.
Giré mi cabeza al notar el ruido de la puerta al abrirse. En ella se encontraba la figura de mi otro mejor amigo: Daniel. Recuerdo que Eli y el llevaban juntos desde el año pasado y todo gracias a mí. Si soy sincera, estaba harta de que cuando rompían con sus respectivos novios, vinieran a descargarse sobre mí todas sus penas, enfados y criticas hacia la otra persona. Así que un día pensé en juntarlos ya que eran igual que dos almas gemelas. Daniel tenía el pelo de color azabache y los ojos verde oscuro. Siempre me había parecido bastante guapo. Aunque claro, por muy guapos que me parezcan algúnos chicos jamás me había llegado a gustar ningúno, ni siquiera cuando era pequeña y estaba en primaria.
Daniel se sentó en el pupitre colocado en frente mía. Segundos después el profesor de lenguaje entró por la puerta de clase. Ya empezaba la primera hora.
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El timbre sonó. Despertandome de lo que era mi estado de dormir despierta. Cuando el profesor de matemáticas terminó de despedirse de todos, tras desear un feliz verano, todo el mundo salió como loco por la puerta a disfrutar de su dulce ''veraneo´´.
Yo, en cambio, recogí mis últimos cosas tránquilamente y sin prisas, mientras con una sonrisa clavada en mi rostro me repetía en mi mente: ''Mañana me voy de vacaciones al Caribe''