3) El Profesor de Pociones, Severus Snape

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-Allí, mira.- susurró una chica de Ravenclaw de rasgos asiáticos.

-¿Dónde?- preguntó la chica de Hufflepuff que estaba conversando con la Ravenclaw.

-Al lado del chico y la chica Weasley.- le informó la Ravenclaw asiática señalándonos a Ron y a mí con el dedo disimuladamente.

-¿El de gafas?- preguntó otra chica de Hufflepuff que se había unido a la conversación de la chica de Hufflepuff y la chica de Ravenclaw.

-¿Has visto su cara? ¿Y su cicatriz?- se escuchaban murmullos persiguiendo a Harry desde el momento en el que él y Fon se reunieron conmigo en la Sala Común.

Los alumnos que estaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para verlo o se daban la vuelta en los pasillos.

Y cómo Ron y yo éramos los que protegíamos a Harry de las miradas también nos miraban a nosotros de rebote.

*Esto es insoportable, pobre Harry.*

En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas.

Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes mientras otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar.

Después había puertas que no se abrían a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lu­gar exacto y puertas que no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas por diversión.

También era muy difícil re­cordar dónde estaba todo ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente.

Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros y estaba segura de que las armaduras podían andar.

Los fantasmas tampoco ayudaban.

Siempre era una de­sagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir.

Nick Casi Decapi­tado siempre se sentía contento de señalarnos el camino indica­do a los nuevos Gryffindors pero Peeves el Poltergeist se encar­gaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegábamos tarde a clase.

También nos tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, nos tiraba tizas o se deslizaba por detrás en su invisibilidad, cogía la nariz de alguno y gritaba "¡TENGO TU NARIZ!"

Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el cela­dor Argus Filch.

Harry, Ron y yo nos las arreglamos para chocar con él en la primera mañana.

Filch nos encontró tratando de pasar por una puerta que desgraciadamente resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso.

No nos creyó cuando dijimos que estábamos perdidos, estaba convencido de que queríamos entrar a propósito y nos amenazó con encerrarnos en los calabozos hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, nos rescató.

*Este viejo debe tener el mismo síndrome que el Director sumado al mal humor... ¿qué hace el profesor Quirrell cerca del pasillo prohibido?*

Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatu­ra flacucha y de color polvoriento con ojos saltones como linternas iguales a los de Filch.

Patrullaba sola por los pasi­llos y si uno infringía una regla delante de ella o ponía un pie fuera de la línea permitida se escabullía para buscar a Filch, el cuál aparecía dos segundos más tarde.

Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto quizás mis hermanos gemelos) y podía aparecer tan súbita­mente como cualquiera de los fantasmas.

La Hermana de Ron Weasley (Draco Malfoy y tú) //1//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora