Prefacio.

33.8K 1.3K 347
                                    

Mashville, 12 de Enero, 1998.

El chico admiraba con minuciosidad el cuerpo que yacía sin vida en la tierra, frente a él.

Coppel, 11 años, jugaban en el parque cerca de su casa y Coppel, como de costumbre, había hecho un comentario con respecto al físico un poco retraído y de aspecto enfermizo del contrario.

Hora y media después, llegó su madre, con la preocupación y el miedo corriéndole por las venas.

Se acercó lentamente al chico y lo tomó por los hombros, alejándolo de aquel cuerpo.

—¿Qué has hecho, hijo mío? —susurró su madre. El chico se encogió de hombros con indiferencia, y luego dirigió su fría mirada, casi muerta, hacia ella.

—No me agradaba. —respondió.

La señora suspiró, negando. Y con ayuda de su hijo, arrastraron el cuerpo hasta el río que se encontraba en aquel escalofriante, pero a la vez hermoso, parque, una entrada hacia el bosque lleno de árboles altísimos les permitió no llamar la atención.

La luz de la luna brillaba, y era lo único que les permitía ver entre tanta oscuridad.

Se encaminaron a su casa, y al llegar, su madre lo reprendió, casi sin ganas.

—¿Por qué lo hiciste? Ese pobre chico tenía una familia que lo esperaba en casa ¿Cómo crees que me sentiría yo si no regresaras de jugar?

El chico la miraba con indiferencia, repitiendo una y otra vez la imagen del cuerpo sin vida del chico en su memoria.

—Dijo que era un monstruo. Que era demasiado raro, y que no debería de estar vivo —respondió, entre dientes, el chico.

Su madre lo miró unos segundos más, y luego lo envolvió entre sus brazos.

—Mañana nos vamos. Es un lindo lugar, te gustará —murmuró, el chico la miró, y suspiró cansado.

Se dirigió a su habitación y se tiró a su cama, pensaba en la manera en la que había matado a aquel chico. La cara de arrepentimiento que cruzó por sus enormes ojos azules cuando vio la furia irremediable en las facciones de él.

Una sonrisa torcida pasó por su rostro, pero se borró en el instante en que recordó lo que le había dicho su madre.

Mañana se irían, se mudarían, de nuevo.

Ya había perdido la cuenta de las veces en las que se tuvieron que mudar a otro lugar debido a las pequeñas —no tan pequeñas— travesuras que el chico cometía.

Pero, en su defensa, desde su punto de vista no hacía nada malo.

Las personas que había lastimado, se lo merecían, según él. Eran personas que no entendían su mundo, no podían tampoco contar nada, hablar de eso.

No era raro —O al menos no lo quería admitir— simplemente era diferente al resto de los chicos.


BLOODY © [S.S #01.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora