•Capítulo 1•

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—Por fin, por fin, Bárbara. Por fin podremos ser felices el resto de nuestras vidas, ya no hay nadie que nos moleste, o que nos diga qué es lo que está bien y lo que está mal.

—Soy tan feliz. Toda mi vida soñé con este momento. Si me hubieran dicho hace cinco años que mi amor sería una mujer nunca lo hubiera creído— dijo esbozando una pequeña sonrisa.

—Sin embargo no será nada fácil, también piensa en Margarita, ¿cómo le explicaremos cuando crezca?

—No sé, no sé. Para eso falta mucho, mi amor —respondió Mercedes apoyando sus manos en los hombros de Bárbara.

—El tiempo se pasa volando, cuando menos te los esperes comenzará a hacer preguntas.

—No quiero pensar en el futuro, lo único que me importa es el presente. Ahora la prioridad es tu entrevista de mañana. ¿Cómo te sientes?— Bárbara se sentó en el sofá, acto que replicó su compañera.

—Pues nerviosa, no te lo puedo negar.

—Tranquila, todo saldrá bien.

—Eso espero —suspiró la pelirroja.

—Eres muy inteligente y entregada en todo lo que haces, a parte con la recomendación de tu papá hacia el colegio será más fácil.

—Sólo espero que no estén enterados de lo que decían las viejas de ese pueblo.

—Quiero creer que no. A final de cuentas eso no importa. A parte, Villa Ruiseñor está demasiado lejos.

—Tienes razón.

—Tú tranquila, todo saldrá bien.

P.O.V Bárbara.

Me acerqué lentamente hacia su cuerpo, sabía que mis besos eran su única forma de que se calmase. Podía sentir su respiración sobre mi mejilla, nuestras narices se rozaron, cuando, de repente un llanto me hizo separarme de mala gana, Mercedes rió.

—Ay, no es posible— exhalé el poco aire que me quedaba en los pulmones. —Esa niña no duerme nada.

Salí veloz de la sala de estar, recorrí el pasillo hasta llegar a nuestra habitación, donde en una esquina se encontraba mi hija llorando como si estuviera por morir. La cargué en brazos con sumo cuidado, comencé a arrullarla en mis brazos para lograr que se calmara.

—¿Qué tiene? —dijo Mercedes desde el marco de la puerta.

—Ni idea. Ya la alimenté, le cambié el pañal, la bañé, ya hice todo y ni aún así logro que esté tranquila por media hora. Creo que me falta el instinto maternal.

—No digas eso— ladeó un poco la cabeza.

—Es la verdad.

—Dámela, tal vez yo logre hacer algo.

Mercedes se acercó hacia mí, agarró a la niña, colocó su cuerpesito sobre su pecho y su cabeza en su hombro, dio brinquintos sin levantar los talones del suelo mientras le cantaba suavemente, al paso de un par de minutos se volvió a dormir, como si el llorar la cansara y mi hermosa mujer tuviera poderes. La colocó con suavidad en su cuna.

—¿Ves? No era tan difícil.

—Tienes magia.

—Quizás.

—Qué orgullosa eres —ante mi comentario sólo se limitó a reír.

—Salgamos de aquí antes de que vuelva a despertar.

Salimos juntas tomadas de las manos, cerré la puerta en silencio. Caminamos de nuevo a la sala, nos sentamos en el sofá.

—¿Qué vamos a hacer?

—¿De cenar? —preguntó.

—No —reí. —Hablo de nosotras.

—¿A qué te refieres?

—No nos podemos quedar toda la vida aquí. Esta no es nuestra casa.

—Lo sé. Espero que me den el trabajo.

—Yo también, pero no sólo me refiero a eso. No podemos permitirnos volver a tropezar con la misma piedra.

—No entiendo.

—Nadie puede enterarse de nuestro amor, nadie.

—¿Lo negarás?

—No, pero tampoco lo aceptaré públicamente, o al menos no por ahora. Sabes como es la gente, sigue siendo igual, no por estar en Santiago la gente nos van respetar. Las personas están inundadas de ignorancia, se ahogan en ella.

—Tienes razón, entonces, ¿qué haremos?

—Ser amigas allá fuera y amantes aquí dentro.

—Será muy difícil.

—Lo hicimos durante años.

—Y nos descubrieron.

—Es la única alternativa que tenemos.

—Aunque no me guste la idea de ocultarnos, lo haré sólo por ti.

—Muchas gracias. Es que no quiero perderte de nuevo.

—Nunca me vas a perder, nunca —acarició mi mejilla de una forma tan suave que hizo que me estremeciera.

—Perderte sería como dejar de existir, como ser enterrada con vida, como desvanecerme aún manteniendo mis huesos, suicidarme sin morir.

La miré a los ojos. Mis labios la pedían a gritos. Mis manos temblaban por acariciar su cabello. Mi cuerpo anhelaba tocar al suyo. Y en un suspiro la besé, su cabello acaricié. Mis manos dejaron de temblar al tomar su cintura. Y así, como lo hice la primera vez, levanté su falda buscando el calor debajo de ella. Podía sentir como su corazón se aceleraba y su respiración se hacía cada vez más sonora e inquieta. Pude presenciar el olor de su perfume, ¿y cómo no hacerlo? Si me encontraba totalmente sumergida en su cuello.

La obscuridad se hacía presente y la ropa ausente. Nuestros cuerpos se encontraban desnudos en completa y total libertad. Ya no había llantos ni aves cantando. Ahora sólo se podían escuchar los suspiros de placer de Mercedes cada vez que acariciaba sus blancas colinas. Su cuerpo era el mapa en el cual era capaz de perderme a pesar de conocer cada milímetro.
Su humedad no bastaba para apagar el fuego que me hacía arder. Su piel blanca y perfecta iluminaba cada rincón del salón. Entre cada rose aterraba las uñas en el sofá.
Sus labios eran la entrada al paraíso, yo era la única que poseía las llaves de las puertas. Mi melodía favorita escapó de su boca acompañada de una hermosa tormenta.

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Espero que les haya gustado el primer capítulo.
Tal vez los últimos párrafos fueron algo apresurados, pero, si tengo que describirlas en tres palabras (ordenadas alfabéticamente) serían: amor, pasión y valentía.
Sus comentarios y votos me harían muy feliz.
Gracias por leer.

Cuerpo de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora