•Capítulo 2•

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P.O.V. MERCEDES.

—Bienvenida, está contratada— dijo con seriedad la directora del colegio, me extendió la mano.

—Muchas gracias, le aseguro que no la voy a defraudar— sonreír me fue inevitable. Estreché su mano con seguridad.

—Espero que en su clase exprese todo lo que dice su curriculum —soltó mi mano.

—Claro que sí, Señora Patricia.

—Señorita, no estoy casada —frunció el ceño, se apartó ligeramente del escritorio, las rueditas de su silla rechinaron un poco. Abrió uno de los cajones de donde sacó un folder de papel color crema.

—Lo siento, Señorita Patricia —dije lamentándome, escondí mis manos debajo del escritorio como si fuera una niña pequeña. No me explicaba cómo una mujer tan grande no estuviera casada, aunque mi caso no era alejado al de ella.

Tomó una pluma negra con detalles dorados que estaba perfectamente acomodada sobre la gruesa contraportada de un libro.

—Sólo firme estos papeles y quedará oficialmente como profesora titular de castellano.

La directora giró el folder y lo movió hacia mí, me entregó la pluma, la cual tomé con entusiasmo, abrí el folder, leí rápidamente y sin pensarlo dos veces firmé en donde correspondía, la firma de Patricia ya se encontraba allí.
Cuando terminé de firmar las tres hojas que contenía el documento cerré la carpeta, mi nueva jefa lo acercó bruscamente hacia ella, en acto seguido lo devolvió al cajón.

—El día lunes comienza con su labor como profesora. Su hora de entrada es a las 6:30 a.m., sea puntual.

—Por supuesto.

—Ya se puede retirar— señaló con la palma de su mano la puerta.

—Gracias, la veo el lunes.

—Claro— contestó sin expresión alguna.

Tomé mi bolso y caminé haciendo sonar mis zapatillas en el piso de madera de la oficina. Abrí la puerta y la cerré con cuidado, suspiré, avancé por los pasillos observando el colegio al cual ahora pertenecía, era mucho más grande que el de Villa Ruiseñor, y claro, era una institución mixta en una capital, albergaba a alumnos de todo Chile. Todo estaba vacío ya que aún eran vacaciones. Llegué a la puerta principal y la crucé. Estaba muy entusiasmada por llegar a casa y contarle la maravillosa noticia a Bárbara.

Paré un taxi, había mucho tránsito de autos, todos llegaban de sus vacaciones, los adultos estresados por empezar de nuevo a trabajar y los niños tristes por retomar las clases.
Movía la pierna rápidamente sentada en el asiento trasero en mi desesperada espera.
Al fin, el automóvil se detuvo en frente de mi destino, le pagué al chofer y me bajé corriendo del taxi.
Abrí la reja del jardín de la casa de Elsa y mi hermano Horacio, pasé por un corto camino de piedra rodeado por un jardín podado y cuidado a la perfección, el jardinero era tan bueno que ni siquiera me percataba de su presencia en las mañanas. Busqué las llaves en mi bolso, separé la de la chapa de la puerta de las demás, la introduje y la giré con rapidez.

—¡Bárbara! ¡Bárbara! ¡Mi amor!

Escuché sus pasos cada vez más próximos.
Se detuvo en seco al verme. Su falda aún se tambaleaba un poco.

—Mercedes —se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja al verme.

Corrí hacia ella y la abracé muy fuerte. Cerré los ojos mientras reía.
Nos separamos con las manos manteniendo aún el contacto a través de las manos para poder mirarnos.

—Me aceptaron— Bárbara saltó y gritó de alegría como una niña al recibir el mejor regalo de su vida.

—Lo sabía, sabía que te contratarían— me volvió a abrazar, esta vez, sobre su hombro vi a una persona a la cual conocía con no tanto agradecimiento.

Cuerpo de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora