Vampiros!! (Parte III)

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La visita al circo lo impresionó mucho a Diego. Aquel lugar ahora tenía algo siniestro; eran los artistas aquellos con mascaras de payaso. 

No mucho después de acostarse empezó a soñar. Nuevamente estaba en las gradas del circo. De pronto el payaso que anunciaba los actos fue hasta el centro de la pista y, señalando con el brazo a Diego dijo por el micrófono:  

- ¡Señoras y señores, ahí está un infiltrado! ¡Véanlo, ahí está!

Y todo el público volteó hacia él, y ahora todos eran payasos monstruosos. Después soñó que estaba en la casa de su tío, conversando con este en la sala. En cierto momento de la conversación su tío miró hacia un lado; y era Ringo que entraba en la sala. Tenía el pelaje todo sucio de tierra por haber estado enterrado. 

- ¡Ringo está muerto! -exclamó Diego-. ¡Lo enterramos!

- Sí, está muerto -le dijo su tío-. Pero por las noches nos va a visitar. 

Cuando diego miró a su tío, este ahora tenía puesta en la cabeza una máscara de payaso, y lanzó una carcajada espantosa.  

Era una pesadilla tras otra. Después se encontró en una ciudad donde todos eran payasos, y él tenía que fingir que era uno de ellos. Y pasaba por multitudes de payasos, y algunos lo miraban desconfiados, y él trataba de no pensar ni sentir para que no se dieran cuenta. 

También sufrió sueños confusos y tristes, recuerdos de velorios y entierros, conversaciones con gente muerta y deformados recuerdos de su niñez, y todos los sueños se volvían aterradores cuando de pronto aparecía un payaso.

Tres veces se despertó sobresaltado, incorporándose de golpe en la cama, y muy a su pesar después volvió a dormirse. Cuando terminó la noche suspiró aliviado. 

Durante las primeras horas del día salió rumbo a la casa de Gerardo. Al pasar frente a la carpa la miró de reojo. Aún lo aturdían algo los recuerdos de las pesadillas de esa noche. 

Ya en la casa, como su tío no atendía tuvo que usar su llave. Atravesó la sala, fue a golpear la puerta del cuarto del viejo, no estaba allí, tampoco en la cocina.   Desde la puerta que daba al garaje le llegó un olor a quemado. Gerardo tenía un pequeño taller allí.  El viejo se encontraba derritiendo metal con un soplete. Sobre una mesa estaba la vieja máquina de recargar balas de Gerardo, y se encontraban desparramadas allí unas cucharas y tenedores de plata. También vio el molde para balas. 

- ¿Qué estas haciendo, tío? -le preguntó Diego, aunque era obvio. 

- Fabrico balas de plata. 

- Ya veo, pero, ¿para qué? 

- Para metérselas a los malditos monstruos del circo. Los desgraciados son vampiros. 

Diego quedó estupefacto, aunque pensó que aquello no debería sorprenderlo, no después de haber visto el circo. En realidad tenía mucho sentido. Por eso ocultaban sus rostros tras las máscaras de payasos, seguramente tenían que transformarse para hacer aquellas proezas, y su cara debía cambiar. La existencia de vampiros era algo increíble, pero no improbable. Eso explicaba la presencia de aquellos jóvenes excéntricos, eran esbirros de los vampiros, seguramente los ayudaban a cambio de la promesa de convertirlos. 

Gerardo estaba calentando un pequeño crisol lleno de plata. Cuando el metal estuvo lo suficientemente líquido lo vertió en el molde para balas. Después giró hacia su sobrino y lo miró a los ojos: 

- ¿No me crees? -le preguntó Gerardo. 

- Le creo, tío. Ayer estuve en el circo. Todos los cirqueros ocultan sus caras con máscaras de payaso, y hacen proezas increíbles, demasiado buenas para un pequeño circo. Le creo, pero, ¿cómo lo descubrió usted? ¿Los desgraciados volvieron? 

- Sí, volvieron, y fue horrible. 

Diego arrimó un cajón para usarlo de asiento. El viejo miró hacia el fondo, recordando lo sucedido, y empezó a narrar lo siguiente: 

- El ruido del circo me mantuve despierto. Cuando terminó traté de dormir, pero cuando estaba por hacerlo (bueno, en realidad no recuerdo bien si ya me había dormido o no, es confuso), algo me sobresaltó, golpearon de repente la ventana del cuarto. Al voltear hacia allí, varios payasos tenían la cara contra el vidrio, y me miraban desde afuera.    No sé cómo habían levantado la persiana, porque está adentro, pero el asunto es que allí estaban, todos mirándome y saludando con sus manos; y empezaron a reírse y a gritarme: “¡Buenas noches, viejo! ¿Dónde está tu perro?”

Salí del cuarto y fui a buscar la escopeta. Cuando volví ya no estaban, pero había un gran alboroto en el gallinero. Fui hasta allí sosteniendo el caño de la escopeta con el antebrazo, porque en la mano llevaba la linterna. Y los iluminé; estaban haciendo pedazos a las gallinas, pero no las comían, estaban bebiendo su sangre, y, ahora tenían cabeza de murciélago. ¡Nunca vi algo mas espantoso y aterrador en mi vida! Hacían ruidos de succión, y uno sostenía en alto a una gallina descabezada, y dejaba que la sangre le chorreara hasta la boca, hasta su horrenda boca. ¡Que espectáculo tan grotesco! Me sentí terriblemente mal. Disparé, y le di a uno, pero aquella criatura horrenda no dejó de hacer lo que estaba haciendo, y los otros lanzaron unas risotadas. 

Sin darles la espalda, volví a entrar a la casa y cerré con todo lo que tenía, hasta recosté sillas en las puertas.  No sé cuánto después aquellos monstruos se fueron.  Me mantuve despierto el resto de la noche. Apenas empezó a aclarar me dediqué a fabricar estas balas. Espero que funcionen. 

No te llamé porque no ibas a poder hacer nada, no contra esos vampiros.

Diego sintió admiración por su tío; no cualquiera soportaría tanto terror a su edad y con problemas cardíacos, y la mayoría huiría de allí al amanecer, pero Gerardo estaba allí, preparándose para enfrentar a los vampiros, aunque no se lo veía muy bien, sudaba mucho y respiraba algo agitado, pero qué podía esperarse después de una noche como aquella. 

Diego también se abocó a fabricar balas de plata. Aquellos engendros se iban a arrepentir de haberlos molestado. 

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