Capítulo 05✔

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«Llevo años jugando a la ruleta rusa

y la bala no me ha tocado»
–Rusa.

Me despierto con el fastidioso tocar de mi puerta.

—¿Quién? —digo alzando un poco la voz.

—Señorita, el señor Olivieri pide su presencia en su oficina en treinta minutos.

¡Maldita seas! ¿Ahora que querrá?

—Bien. —gruñendo me levanto de la cama y voy a mi baño propio realizando mi rutina matutina.

Bajo a la cocina ya lista, abro la nevera y tomo lo primero que veo, una dona cubierta con glaseado de fresa y un jugo de naranja, me siento en los taburetes comiendo mi desayuno, al terminar voy a la oficina de Olivieri.

Abro la puerta sin tocar, adentro estaba Leandro sentado en su silla, Darío está de pie a su lado derecho y Rey estaba sentado en una de las sillas enfrente de Olivieri.

¡Mierda! No tengo puesto mi tapa boca.

Del bolsillo trasero de mi jeans rasgados color negro saco mi tapa boca y hago el ademán de ponérmelo.

—No lo necesitas —con esas solas palabras de Leandro guardo nuevamente mi tapa boca sin evitar mirarlo con el ceño fruncido.

—¿Qué necesitas? —pregunte cerrando la puerta, me cruce de brazos. Leandro me señala con su mano para que me siente en la otra silla disponible enfrente de él, al lado de Rey. —tengo prisa, Piero me dijo que hoy llegará un nuevo cargamento.

—Piero puede esperar —esta vez interviene Darío. Ruedo los ojos y suelto un suspiro de fastidio.

—Bien, ¿qué quieres? ¿para que me mandaste a llamar? —pregunto sentándome, cruzándome de brazos y subiendo mi pierna derecha encima de la izquierda.

Leandro saca de su escritorio una hoja junto con un elegante bolígrafo, el bolígrafo que utiliza cuando hace que alguien firme un contrato o algo por el estilo.

Alzo una ceja. —¿Qué es eso?

—Es un acta de matrimonio. —dice con simplicidad Leandro. Frunzo el ceño. —fírmenlo —ordenó.

—¿Qué? —pregunto mirando a los hermanos Olivieri en busca de un rastro de mentira, pero no hay nada. Darío solo tiene una expresión divertida al ver mi cara. —¿están locos? —pregunto mirando a los dos, no hace falta que me respondan la pregunta, ya que la respuesta aparte de ser muy clara era obvia.

—Esto es por un bien mayor. —comentó Darío.

—¿Un bien? ¿para quién? —lanzo las preguntas y ninguno me respondió.

—Solo piensa que todos ganamos. —dijo Leandro sonriendo. Sonrió como si lo que dijo fuera la mejor idea del mundo, como si hubiera resuelto uno de los más grandes problemas del momento, como si eso explicara el por qué hay un acta de matrimonio enfrente de nosotros y él pide que la firmemos.

—¿Y que gano yo? —vuelvo a preguntar. —¿un esposo? Yo no quiero un esposo —me levanto de la silla negado. —no firmaré nada. —sentencio. —estás loco —camino hacia la puerta con decisión —no aceptaré otro de tus descabelladas ideas, ya no más —abro la puerta, pero me detengo al escuchar el descriptible sonido del arma cuando le quitas el seguro.

—Un paso más y te disparo. —amenazó Leandro Olivieri. Me volteo. —cierra la puerta. —ordenó.

—No. —dije con firmeza.

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