¿Quien sonríe en la oscuridad?

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  Capitulo Nº 1: "Mala Muerte" 


     Ya hacia rato que la luna bañaba con su luz plateada el rancho conocido como "Mala Muerte", un sucio bar perdido a las afueras de un pueblo, en algún lugar de la provincia de Buenos Aires. El sendero entre las acacias moría en la puerta abierta del nada higiénico local, frecuentado en su mayoría por personajes oscuros y peligrosos.

    La escasa iluminación distorsionaba las facciones feroces de los parroquianos, el humo del tabaco dominaba cada rincón, en tanto las toses ganaban su lugar entre las carcajadas, las puteadas y las amenazas gritadas entre borrachos. Eran las sinfonías nocturna de una horda de seres que escasamente llegaban a la definición de humanos.

    Las prostitutas se aventuraban entre la clientela con su escaso vestuario, solo un poco más de ropa de la que vinieron al mundo, alimentando el apetito sexual de los hombres se dejaban toquetear por algún billete extra, mientras hábilmente sin respiro llenaban los vasos con vino barato.

    Cada uno de los personajes que descansaban sus huesos entre esas mesas eran sórdidos representantes de la peor escoria, tristes celebridades de una sociedad estrecha y desordenada, un legado oscuro del triste manejo de una autoridad sobornable.

      El lugar sobresalía en la pobreza del mobiliario, unas cuantas mesas destartaladas y sillas chuecas en un piso de ladrillos gastados, donde el agua se acumulaba en los huecos, un mostrador de madera, un cantinero de ropa sucia y manchada, flaco y desgarbado, de largas piernas y barriga de bebedor, una tela blanquecina velaba en parte su ojo, privándolo de su vista periférica, producto de un golpe en una pelea entre borrachos cuando intentó intervenir. Se ubicaba de forma que su ojos malo quedará hacia dentro y con el bueno controlaba todo el lugar, a sus espaldas una estantería despintada con vasos cachados y botellas de vino. Las paredes del local eran de adobe blanqueadas a la cal, a fin de matar cualquier bicho y dar la apariencia de un bar, techo de zinc agujereado por las balas del entusiasmo desmedido o las peleas típicas de borrachos armados, se complicaba los días de lluvia, pero unas cuantas goteras no ahuyentaban a nadie, menos aquellos ávidos de la juerga indiscriminada, donde las mujeres fáciles, las apuestas y el trago ataban su vida.

    En el centro del local, en una de las tantas mesas, una partida de cartas se desarrollaba en el más absoluto silencio, el mohín angustioso de sus labios en el rostro curtido mostraba cuanto estaba perdiendo, la última apuesta como manotazo de ahogado le aseguraba que su mala racha no duraría. Cuando su mano se deslizó dentro del bolsillo toco la foto que apropósito llevaba, conociendo la afición de algunos de los jugadores, la mano dejo caer la fotografía familiar y un dedo tembloroso señaló a una niña de rostro angelical. Los ojos de Javier Molina se abrieron desmesuradamente, y un hilo de baba cayó de la lengua pegada a los dientes, sobre esos labios finos en una boca abierta en el deseo perverso de esa criatura. Los otros dos miraron fijamente la fotografía y dejaron caer los billetes sobre ella, sus rostros no demostraban expresión alguna, parecían cincelados en piedra, mientras que Javier Molina, el comisario, se removía con nerviosismo excesivo sobre la silla, a él le gustaban así, chatas y sin forma, conservando el aspecto infantil sobre sus cuerpos, no podía esperar posar sus manos sobre la niña, se relamía aun antes de poseerla. La partida comenzó cuando una a una las cartas fueron repartidas, si bien los rostros no reflejaban emoción alguna, había uno que transpiraba el alcohol que consumía sin parar, y que secaba en su camisa a medias remangada. La secuencia en la que se desarrollaba la partida absorbía la atención de los cuatro en cuestión y de otros tantos curiosos , que aprovechando la ocasión daban rienda suelta a una apuesta nueva, especulando quien por fortuna se haría con el dinero y el cárnico trofeo, para desdicha de la niña.

    Ni las prostitutas se arriesgaban interrumpir con su presencia la mesa, una de ellas algo entonada osó aventurar su escuálido trasero sobre las rechonchas piernas de Molina, quien se la sacó de encima como quitándose una pelusa del pantalón, con desdén y sin mirarla la apuntó con un dedo amenazante. La chica que por un par de semanas disfruto de la atención del hombre más importante que pisaba el local, camino tambaleándose, abriéndose paso entre la gente con aire superior a pesar de la humillación sufrida, y salió al frío de la noche con cabeza erguida y porte señorial de reina desdichada, solo cuando cruzó el umbral y se internó más allá, alejándose en la oscuridad, dio rienda suelta a su frustración gritando y dando patadas al aire, escupía su ira levantando tierra y cascote dando rienda suelta a la decepcionante frustración de su fallido intento.

    En el último tramo de esta silenciosa partida el aliento de todos se contuvo, cuando el hombre de la cicatriz en la cara sin apartar los ojos del desdichado padre, dejó caer la carta sobre la mesa con malsana lentitud, dando así por terminada la partida y haciéndose con el botín. Abrió una rústica mochila desgastada de cuero y dejo caer en su interior todo lo que había sobre la mesa, empujándolo con su antebrazo, antes de cerrarla rebusco en su interior tomando con dos dedos la fotografía familiar, la levanto a la altura de sus ojos para mirarla con la frialdad de un descuartizador, la contempló un rato antes de aventársela a la cara con desprecio al hombre que sollozaba amargamente al entender lo sacrificado, quien con ojos inundados de lágrimas siguió el descenso lento del retrato hasta la mesa después de golpearle la cara.

    El sujeto de la cicatriz a quien pocos conocían por su nombre real y llamaban "El Enterrador", se levanto sin prisa, cargando sobre su hombro derecho la mochila de cuero, antes de abandonar la mesa destinó una apática mirada alrededor evitando intencionalmente al hombre derrotado que sujetaba con ambas manos su cabeza. 

    -A las ocho... mañana, con pocas porquerías,  nada de muñecos, no estoy dispuesto a cargar basura extra - 

    Fue todo lo que dijo en ese tono llano y monótono que acentuaba toda su frialdad, cuando se alejó dejo flotando tras de si toda la maldad de un hombre sin escrúpulos ni conciencia, y los pocos que aun observaban el espectáculo se abrieron, formando un corredor honorífico por donde el vencedor se perdió rumbo a la salida, algunos, los más osados, palmearon la espalda del hombre que no demostró simpatía o agrado, por quienes alardeaban una fingida amistad o familiaridad con él.

    - Julián -

    La voz ronca sonó a sus espaldas y un obeso rubicundo salió de las sombras y se ubicó delante con una sonrisa de satisfacción, Julián se detuvo y esperó paciente a que el hombre le ofreciera un cigarrillo, se inclino para alcanzar el fósforo encendido, dio una pitada y apenas torció la cabeza para dejar escapar el humo de la boca entre abierta. Caminaron despacio dejando atrás el bullicio enfebrecido de los borrachos y las risotadas estridentes de las putas contentas. 





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