Liebestod, "Tristan und Isolde", R. Wagner

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Sherlock Holmes llegó al 221B de la calle Baker en mitad de la noche, abrió la puerta con aspecto cansado y subió las escaleras en silencio tratando de no hacer mucho ruido. Cuando llegó arriba se dio cuenta de que John no estaría en casa, probablemente haría noche en el piso de Mary para celebrar el éxito del concierto. La enfermera rubia había venido a darle la enhorabuena a él también, con su enorme sonrisa y su encanto natural; Sherlock tenía que reconocer que aquella chica que se convirtió esa misma noche en la prometida de su mejor amigo, era tremendamente increíble y le tenía un cariño fraternal que a pocas personas había tenido en su vida. Un pequeño suspiro de cansancio salió de sus labios, y dejó el estuche del violín sobre la mesita del salón. Se quitó el abrigo con desgana y lo dejó sobre una de las sillas que estaban colocadas dentro del caos propio de su vivienda. Las reuniones de revisión de misiones con su hermano y su equipo de agentes ineptos y estirados le parecían una pérdida de tiempo y una gran pesadez. Se sentó en el sofá y cerró los ojos un momento, adentrándose en su Palacio Mental, trataba de caminar por aquellos pasillos harto conocidos, pero a cada paso un susurro sensual le desviaba de su camino, Irene Adler había tomado con todo el éxito posible la mente del violinista. Donde antes solo había obras completas de la música clásica, información forense y criminal útil y listas de cenizas de diferentes tipos de tabaco; ahora estaba cada milímetro de la piel de Irene Adler que Sherlock Holmes había memorizado, y aquellos rincones que no conocía de primera mano habían sido completados por la prolífera imaginación del violinista, cada sonrisa, cada gesto, y sobre todo el tacto de aquellos labios que suponían la perdición en el estado más puro. Abrió los ojos con el sonido del timbre, pero no se movió, como una especie de invocación tentadora el repiqueteo de tacones que había recreado en su cabeza durante los últimos días comenzaron a subir su escalera; se levantó despacio y a la luz que entraba por la ventana en mitad de la noche y aquella procedente del hogar encendido, la silueta de sus delirios apareció envuelta en un elegantísimo abrigo negro. Sherlock se levantó en silencio, y la miró a los ojos, mientras se acercaba a ella despacio, como si no se creyera que estuviera allí de pie.

- Buenas noches junior...- Dijo suavemente con una voz que a Sherlock le sonó como la más perfecta de las melodías.- Parece que hubieras visto un fantasma...

Sherlock sonrió con su saludo, y se acercó todavía más a donde ella estaba; la cantante estiró su mano derecha y acarició suavemente su pómulo contrario si decir nada más durante unos minutos, el violinista se encontraba bastante vulnerable frente a ella, y no le importaba demasiado; sus pupilas se dilataron despacio mientras veía como las de ella hacían exactamente lo mismo. Paró frente a ella cuando su nariz rozaba la frente de La Mujer y notaba el pequeño cuerpo de ella contra su pecho, sus manos se posaron despacio en sus mejillas y se miraron como si de la mayor obra de arte se tratara el otro. Sherlock abrió la boca como para decir algo, pero ni un solo sonido salió de sus labios; ella sonrió de vuelta y Sherlock la observó con curiosidad bajo las sombras y luces que les daban la hoguera de la chimenea. Irene Adler estaba tremendamente cómoda con las caricias del menor de los Holmes, se mordió el labio inferior siendo plenamente consciente de cómo aquello le afectaba, pero no nos engañemos, la Mujer era una experta en muchos ámbitos y la seducción probablemente fuera en el que mejor se defendía, muchísimo más cuando se trataba de algo que hacía por placer y no por trabajo. Los dientes de la contralto se sustituyeron en un gesto aventajado del violinista por uno de sus pulgares, aquellos labios carmín eran tan suaves, tan ardientes y ahora estaban tan cerca y tan lejos que Sherlock se mordió su propio labio inferior sin saber por dónde seguir. Irene besó ese pulgar despacio y con una sonrisa susurró mirándole:

- ¿Cenamos?- La expresión de confusión del hombre le pareció tremendamente tierna.-

- No tengo hambre...- Contestó Sherlock arrugando un poco el entrecejo pero sin separarse ni un milímetro de ella.-

Molto cantabile (Sherlock's BBC AU!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora