Epílogo II

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Tierra De Los Ríos Aguasdulces

Dos sirvientes de los Tully arrastraron el carromato hasta el interior del castillo. Las indicaciones de los soldados que lo habían dejado, eran claras: «es un obsequio de Su Majestad, el Rey Joffrey, para Theon Greyjoy».

Theon no estaba en Aguasdulces cuando el regalo llegó, había ido con Robb a marcar un perímetro a cien leguas de distancia. No estaría de vuelta hasta la noche.

Las personas que vieron el funesto carromato entrar, llevando un enorme baúl a cuestas. Suponían cuál era el "obsequio" que el Rey Joffrey le había enviado al joven Greyjoy. No era difícil imaginarse el contenido, teniendo en cuenta el fuerte hedor a podredumbre que salía de la caja. Mil moscas rodearon el carromato, pero ni una sola persona tuvo el valor de acercarse.

Cuando Lady Catelyn se enteró de lo que estaba pasando, salió al patio solo para descubrir que los sirvientes no exageraban en cuanto a la peste o al contenido.

-La caja está cerrada, mi lady -dijo uno de los sirvientes que habían recogido el encargo- Pero... Por el olor, y por las manchas que hay debajo, está claro que es...

-No podremos saberlo hasta que Theon llegue -respondió Catelyn.

Volvió a la habitación que había sido suya cuando era soltera, y se echó a llorar cargada de culpa.

«Yo la mandé ahí -se decía- La utilicé y después la dejé morir como si fuera ganado... Los dioses van a maldecirme por esto».

Pensó en sus pobres hijas, rodeadas de gente igual a ella. La Reina Lannister también las mandaría al matadero sin dudarlo.

****
Los hermanos Manderly habían ido al pueblo para recolectar avena y trigo, volvieron al castillo mucho antes que Theon.

Los sirvientes les hablaron de la caja que cargaba el carromato enviado por el Rey.
Wyllis, el mayor, quien siempre había visto a Ellys más como a una hija que como a una hermana. Se acercó al patio dando zancadas. Le ordenó a dos hombres que le ayudaran a bajar el cajón. El olor era insoportable, pero no le importó.
Le dio varios golpes al baúl hasta que la cubierta cedió. El desagradable olor retenido espantó hasta a los más curiosos.

Wyllis se cubrió la nariz con el antebrazo y empezó a llorar horrorizado por el contenido.
Su hermano Wendel lo hizo a un lado, y cayó de bruces al suelo de piedra.

Algunos trataron de acercarse llevados por el morbo.

-¡Esto no es un maldito espectáculo! -gritó Wyllis Manderly.

Lady Catelyn oyó el ajetreo en el patio, se secó las lágrimas y fue a detener a los Manderly antes de que empezaran a atacar a la gente que se formaba alrededor de la caja.

-Ustedes no debieron abrir eso -le dijo a Wyllis- Era para Theon Greyjoy.

-¿Y dónde está ese maldito Greyjoy ahora? -gritó el robusto hombre- ¡Ella era mi hermana antes de ser su esposa!

Catelyn no supo que responder. Ordenó que volvieran a tapar el cajón y que lo llevaran al Salón de Reuniones.

-Por favor, envíen a alguien a buscar a mi hijo y a Theon -le pidió a Lord Blackwood- Deben volver lo más pronto posible.

****
El olor a muerte se había impregnado en las paredes del salón. En las cortinas, en las mesas, y Catelyn pensó que incluso podía sentir ese olor provenir de sus ropas.

Theon lo sintió a penas cruzó las puertas del Gran Salón.
Fijó los ojos en el cajón de madera que estaba a mitad de la habitación, en medio de las mesas y las pinturas de guerra.
Los Manderly estaban sentados en la orilla de la mesa principal, lo miraban con hostilidad y desprecio. Ambos tenían los ojos hinchados y la cara enrojecida.

Theon caminó tembloroso hasta el origen de la peste. El cajón tenía aproximadamente noventa centímetros de alto y un metro y medio de largo. La tapa no estaba clavada, así que solo tuvo que removerla despacio para poder ver el interior.

El cuerpo de la mujer estaba en un avanzado estado de descomposición, era irreconocible. La piel parecía haberse reventado hacía adentro, creando enormes agujeros en su rostro y brazos que dejaban al descubierto parte de los huesos. Lo que parecía ser ropa estaba adherido a la base de la caja, manchado con sangre seca y pus. Lo único que se mantenía eran algunos mechones de cabello rojo deslucido, saliendo del cráneo deshecho del cadáver.
Aún más grande fue su horror, cuando se dio cuenta que entre los brazos de la mujer, había otro cuerpo. Muchísimo más pequeño, una cabecita diminuta sin un solo cabello en ella. La piel del bebé era verdosa y los ojos estaban abiertos y fríos como cuevas recubiertas de musgo.

Theon metió el brazo entero a la caja y acarició la cabeza de ese niño al que ni siquiera había podido conocer. El pellejo se desprendía con el tacto como las masas de hojaldre.
Iba retirar el brazo, pero se chocó contra una superficie dura. Diferente a la madera y a los carne muerta. Era un metal frío tapado por un trozo de tela azul. Escarbó con los dedos y sacó el cinturón de plata que le había regalado a Ellys hacía cerca de dos años. Lo apretó con tanta fuerza que los bordes le hicieron sangrar la mano.

Robb se acercó a su amigo cuando lo vio caer de rodillas, gritaba frenéticamente y lloraba lleno de ira.

-Ellos pagaran por esto, te lo juró -inquirió Robb- Haremos justicia...

-¡Yo no quiero justicia! -respondió Theon- Yo quiero venganza -bramó. Su mirada irradiaba fuego, tenía ganas de destruir a cualquiera que se le pusiera como obstáculo - Contra los Lannister y contra todos los que ayudaron a que Ellys y mi hijo terminaran metidos en esa caja.

Paseó la vista por todo el salón, Lady Stark se estremeció cuando su mirada y la del joven se encontraron.

«Los dioses van a maldecirme por esto» -se repitió Catelyn, y agachó la mirada.

Los Últimos Reyne | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora