XXXIV. Señales De Guerra

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El Norte
Winterferll

Ya había transcurrido cerca de un mes desde que Lord Stark y su escolta se fueron de Winterferll, Lady Catelyn mantenía su posición al lado de Bran, algunos decían que ella estaba enloqueciendo.

-¿Qué haces, madre? -preguntó Robb, ella no lo había oído llegar pero estaba en la puerta, mirándola.

-¿Que qué hago? -repitió asombrada- ¿Cómo puedes preguntarme eso? ¿Tú qué crees? Estoy cuidando de tú hermano, se Bran.

-¿De verdad? No has salido de esta habitación desde que resultó herido. No siquiera fuiste a ma entrada del castillo cuando mi padre y las chicas se fueron al sur.

-Los despedí aquí, y los vi partir por la ventana. No puedo dejarlo solo ni un momento, porque ese momento podría ser el último. Tengo que estar aquí por si él... Por si él...

Tomo la mano inerte de su hijo y entrelazo los dedos con los suyos. Era una mano tan frágil y enflaquecida, pero pese a todo, aún se le notaba el calor de la vida a través de la piel.

-No se va a morir, Madre. -el tono de Robb se había suavizado- El maestre Luwin dijo que el riesgo de muerte ha pasado.

-¿Y si el Maestre está equivocado? ¿Y si Bran me necesita y yo no estoy aquí?

-¡Rickon te necesita! -replicó Robb bruscamente- Es muy pequeño, no entiende que está pasando. Cree que todos lo han abandonado y me sigue todo el día, se me agarra de la pierna y no para de llorar. No se que hacer con él -hizo una pausa y se mordisqueó el labio inferior, solía hacerlo cuando era un niño- Y yo también te necesito, Madre. Lo intento pero no puedo... no puedo hacerlo todo yo solo.

El repentino arrebato de emoción le quebró la voz y Catelyn recordó que sólo tenía dieciséis años. Quiso levantarse, correr a él y abrazarlo, pero Bran la tenía agarrada de la mano y no pudo moverse.

De pronto todos los perros empezaron a ladrar a la vez, eso si que era raro.
Robb se dirigió a la ventana y se puso muy pálido a la luz de la lamparilla.

-Fuego -susurró el muchacho- No te muevas de aquí, madre -dijo Robb mirándola nervioso- Volveré en cuanto apaguemos el fuego.

Salió corriendo y lo oyó gritar a los guardias y descender las escaleras a toda prisa. Catelyn se acercó a la ventana, vio al otro lado del patio, la Torre de la Biblioteca ardía en llamas.
Al volverse, vio al hombre.

-No deberías estar aquí -murmuró él con voz ronca- Aquí no debía haber nadie.

Era un hombrecillo menudo, sucio, con ropas marrones mugrientas y hedor a caballerizas. Llevaba una daga en la mano.

-¡No! -gritó Catelyn mirando el cuchillo y a Bran.

Corrió hacía la ventana para pedir ayuda, pero aquél hombre era más veloz de lo que parecía. La alcanzó y le tapó la boca con una mano, le echó la cabeza hacia atrás y me puso la daga en la garganta.

Catelyn agarró la hoja con las dos manos y tiró con todas sus fuerzas para apartarsela de la garganta. Tenía los dedos resbaladizos por la sangre, pero no soltó la daga. La mano que le cubría la boca presionó con más fuerza, impidiéndole la respiración.

Entonces Lady Stark vio la sombra que se deslizaba por la puerta abierta. Se oyó un ruido sordo. El lobo mordió. El grito del hombre duró menos de un segundo, lo que tardó el animal en arrancarle media garganta.

-Gracias -susurró Catelyn con un hilo de voz.

El lobo se acercó con suavidad, era Verano, el de Bran. Le olfateó los dedos y lamió la sangre con su lengua húmeda y áspera. Cuando se la hubo limpiado, se dio media vuelta sin hacer el menor ruido, se subió de un salto a la cama de Bran y se tendió junto a él.

Los Últimos Reyne | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora