Me pegué un tiro. En mi cabeza sonó muy fuerte. Me mareé y caí al suelo. No me moví en un buen rato. Recé para estar muerta, pero me entristecía el hecho de pensar en si me encontraría mi madre, en que cara pondría, en que sentiría en su interior. ¿Lloraría? Que pregunta mas tonta, pues claro. Entonces me puse a llorar yo, muy dentro en mi alma. No sentía las lagrimas caer, pero sabia que estaba llorando. Sentía esa sensación de presión en el pecho, esa amargura que se inyecta en tus venas como el caballo.
Me desperté. Estaba tumbada boca abajo en mi cama. No había pistola en mi mano, no había ninguna sabana manchada de sangre. Por mucho que la cabeza me doliera, no había ningún agujero de bala.
Me quedé ahí, parada.
Pensé que habia sido un sueño, pero no, porque lo sentí real como mi propia sangre.
Poco después, cuando conseguí estabilizarme, entendí un par de cosas:
1. No era un sueño.
2. Estaba mirando en lo interior de mi subconsciente.
Jamás pensé que mirar dentro del subconsciente de una persona fuera tan siniestro y real, como una alucinación.Fui a donde guardo los medicamentos y cogí todas las pastillas que pude. No vi la caja ni la etiqueta, las cogí sin más, cogí las suficientes para acabar de golpe con todo. Me vi incapaz de tomármelas todas de golpe, así que fui de una en una hasta que desaparecieron todas. Sentí una sensación áspera en la garganta, como si me la hubiera desgarrado. Era como si en vez de lengua, tuviera un estropajo de cocina.
Me metí en la ducha, abrí el agua y esperé a que saliera caliente. Preparé el jabón, la esponja y me bañé.
No pasó mucho tiempo hasta que empecé a marearme y deje de poder sostenerme en pie. Sentí la tentación de vomitar pero me lo contuve dentro, ahora no podía permitirme fallar.
Mis ojos no se podían mantener abiertos, así que les dejé cerrarse. Noté un golpe sordo en la nuca y un dolor insoportable en la cabeza. Mi cuerpo era incapaz de levantarse y reaccionar. Entonces fue cuando pensé "lo he conseguido" y me noté llorar.
No, no estaba llorando. Estaba cayéndome agua en la cabeza. Estaba de pie en la ducha, esponja en mano. Ya no tenía ganas de vomitar. Salí de la ducha y me puse una toalla al rededor del cuerpo. Fui a armario de los medicamentos y estaban todos intactos. No había cajas vacías ni desordenadas.
Una vez más, estaba parada, de pie, delante de mi misma sin saber que coño había pasado. No sabía como reaccionar. Estaba alucinando. Todo había parecido real, lo había notado así, había notado la angustia y el vómito corriendo por mi garganta y yo luchando para que no saliera.
Había notado el golpe, el dolor de la cabeza. Había notado a la muerte viniendo a por mi, incluso, noté como algunas personas me echaban de menos.
Pero no había sido real, porque yo seguía ahí, de pie, viva.
Mi cuerpo se movió solo dirigido hacia la despensa, donde encontré las cuchillas de afeitar que usaba para depilarme. Me vi, sin control, con unas tijeras, desmontando la cuchilla entera. Quitando las especies de tornillos que lleva detrás. La desmonté como pude. Doblé entero el plástico y se retiró de las cuchillas. No puedo decir que fuera fácil, porque no lo fue, estaba bastante duro pero finalmente lo pude conseguir.
Salieron dos cuchillas de la maquinilla de afeitar. Como era nueva, las cuchillas estaban afiladas, se podía ver en la distancia. Un brillo asesino, un destello siniestro que te grita "dejame cortar tu piel, atravesarla y rajar tus venas".
Esas palabras se quedaron en mi mente como un eco malvado, retumbando una y otra vez en mi mente.
Cogí la cuchilla y dejé que lo hiciera.
Al principio, dolor ¿después? Placer. Si, puede sonar extraño, pero las personas que alguna vez se han cortado saben lo que es ese pequeño placer bajo el dolor que significa rajarse la piel con una cuchilla, pero por pequeño que sea es delicioso.
Corté.
Hasta ahora solo me había cortado en horizontal, pero esta vez lo hice vertical. Partí mis tatuajes en dos, abrí mis venas por la mitad y dejé qe la sangre fluyera por mi brazo hacia el suelo, primero en un brazo y luego en el otro.
Otra vez, volvía a notar que lloraba. Me senté en el WC y dejé que mi sangre llenara el suelo del baño. Poco a poco, notaba que mi vida, al igual que mi sangre, abandonaba mi cuerpo y me sentí aliviada como si no hubiera nada más hermoso en la vida que el hecho de morir. Se me nublaron los ojos y mi cabeza dejó de penar con coherencia. Ya no controlaba nada de mi cuerpo, ni lo más mínimo. Dejé de sentir nada, ni dolor ni placer. Ni siquiera pensaba ya en lo aliviada que estaba y en lo bien que me sentía.
Has sido fuerte y lo has conseguido.
No me duró mucho, tonta de mi.
Cuando volví a abrir los ojos volví a sentir todo mi cuerpo de nuevo. Seguía en el WC sentada, pero mis venas estaban igual de largas y unidas que siempre, mis tatuajes totalmente, intactos y mis brazos y el suelo del baño sin una gota de sangre.
Mi mente estaba jugando conmigo, y solo quería que dejara de hacerlo fuera como fuese.
Pero es inútil luchar contigo mismo ¿verdad? Te conoces tus propias debilidades.
Y la lucha más difícil que alguien puede llegar a tener algún día, es contra su propia mente y pocas veces se gana, ella es la que domina y tú, amigo mío, eres el dominado.
Estaba gritando cabreada. Quería que el mundo se parara, quería dejar de estar viviendo cosas que no estaban pasado de verdad.
Cuando lo volví a notar.
Esta vez no era un tiro, no era un fallo del cuerpo ni tampoco unas venas cortadas.
Era una presión en el cuello.
De repente me vi con los pies en el aire, lejos del suelo. Colgada desde el techo del patio, con una cuerda atada como una soga y esa soga, rodeando mi cuello.
Cogí la soga con las manos intentando romperla o aflojarla, esta vez no ibas a vencerme.
"Qué ilusa".
Mis manos colgaban a ambos laterales de mi cuerpo. Mi cuello, roto. La soga clavándose en mi garganta, quemándola, dejándola sin aire. Mis pulmones sin oxígeno alguno. Mis ojos habían dejado de recibir imágenes y mis oídos de recibir sonidos. Solo notaba la cuerda apretándome, quemándome y desgarrándome.
Aquí, no sentí alivio. Sabía que, cuando volviera a despertar volvería a ser igual.
Rara vez me equivoco.
Cuando abrí los ojos, no había nada en mi cuello, ni una soga ni una quemadura ni un solo rasguño.
Estaba tumbada en mi cama. Me incorporé y supe que el juego volvía a empezar. Que no iba a parar y que me tendría que acostumbrar a él y no volver a rechistar para mantener a mi mente conforme.
Metí la mano debajo de mi almohada y cogí la pistola.
"Así me gusta".
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Un libro para no leer.
LosoweEste libro narra la historia de una vida mediante mataforas y referencias.