Capitulo 3

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El niño no tenía nada especial, como otros tenía una sonrisa ingenua y dulce, adorable incluso, sus pasos eran cortos debido a sus pequeñas piernas y sus ojos de color azul brillaban animados por la noticia de nieve.

Esta se había adelantado, pero la corte en lugar de preocuparse por los efectos negativos que podría tener se había emocionado hasta el punto de hacer pensar que era bueno.

El bufón solo se reía, porque sabía que pronto se oirían gritos de angustia en los pueblos, gritos que dirían que el pueblo sufría por las afecciones que la nieve provocaba en sus de por si difíciles situaciones.

Se inclinó hasta quedar a su altura y tocar al niño, se inclinó hasta acariciar su mejilla y posar un beso rápido en ella, disfrutando como un condenado del sonrojo escarlata en la pálida cara.

Le pregunto si estaba perdido.

Lo llamo pajarito, porque fue la única palabra que se le ocurrió.

El infante contestó que no estaba perdido, eso le gano una sonrisa.

Le comento que era un murciélago y no un pájaro, eso le compro su interés.

Le anunció que era hijo de Thomas Wayne, médico de cabecera del soberano y eso le dio razones para obsesionarse.

Thomas Wayne despreciaba al bufón, a pesar de su juventud podía ver más allá y confesaba sin tapujos que creía que acabaría con lo que era bueno si le permitían quedarse en el castillo.

Tener frente suyo al hijo del que estaba tan orgulloso era una oportunidad de oro, podría haber hecho algo horrible, como cerrar las manos alrededor de su delgado cuello y apretar... y apretar, más no tuvo tiempo, le falto valor o adivino en el infante un alma que podía parecerse a la suya, complementarla si lo intentaba.

Quién podía saberlo.

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¿Quién?

¿Quién podía saber que esperaría más de veinte años hasta volverlo a ver como se debía, hasta distinguir el momento indicado?

¿Quién podía siquiera sospechar que había obligado al soberano a mandarlo a la casa Wayne con una carta que impediría al noble enviarlo de vuelta por donde había venido?

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La verdad era que no le importaba nada, era imposible expresar en palabras lo que el odio puede conseguir en las personas como él, estaba obsesionado con Bruce Wayne, porque era hijo de Thomas Wayne, porque había sufrido la muerte de sus padres siendo un niño, porque se había convertido en el azote de la noche de Gotham, porque se había casado con una dama prohibida, porque había tenido un hijo con un demonio, porque había tenido el amor al alcance de la mano y lo había perdido... porque bailaba con la perdición cada día y aun así sobrevivía.

Estaba encantado, seducido, disfrutaba del dolor ajeno de tal modo que aquello podría durar para siempre.

Y podría haberlo hecho de no ser porque la carta del jocker desvelo sus intenciones.

Y vio en los ojos de Wayne al murciélago, vio la claridad del desvelo fatal.

Las intenciones calladas.

Las respuestas ocultas.

La verdad tras un juego de falsedades que no podían dominar entre ellos.

Un titiritero sin títeres.

Un héroe sin villano.

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- ¿Qué puedes hacer por mí? Dicen que mi dolor no tiene más cura que el tiempo.

-Lo que quieras... Pues estoy a tu entera disposición.

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El naipe tembló en los dedos del noble y se levantó de la silla apartando brusco a su acompañante, en la puerta el mayordomo los miraba preocupado, había visto de lejos todo aquel juego silencioso que dominaba a los dos contendientes, y podía ver en el bufón ese mismo odio que alguna vez viera en los enemigos que enfrentara durante la guerra.

Existen hombres que disfrutan de dominar y llevar a la perdición a otros.

El bufón era de esos hombres.

Hombre que derrocaban voluntades a base de los venenos del amor, la traición, la perversión o el placer.

El veneno que intentaba inocular en su amo no era cosa pequeña, pues se deslizaba a partir de su aburrimiento, paseaba su dolor, se incluía en sus penas y dejaba paso a la necesidad.

Si Wayne caía, entre ambos existiría una guerra sin final, pues existían barreras que el amo de la mansión nunca cruzaría, aunque hubiese momentos en que quisiese hacerlo.

¿Cómo había llegado hasta ese nivel de obsesión el bufón? No lo sabía, ni le importaba... lo único que podía pensar, era lo mucho que aquello le preocupaba.

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El naipe se deslizaba entre los dedos del murciélago y sus pensamientos se fundían en el pasado, en el presente y en su futuro, el sentido común le exigía ser sensato, bajar las escaleras e ir al lugar que se anunciaba en el as de espadas, el as que había dejado caer en el salón, junto al bufón, el lugar donde Selina podía estar... aunque no esperándole.

El otro lado, ese que no era sensato sino animal, le suplicaba quedarse allí, continuar con el juego que no sabía que jugaban y ver en los ojos del que le acompañaba, la locura y la destrucción, aceptar el reto, ir allí donde debía estar.

Si el bufón desaparecía la nobleza perdería a uno de sus miembros más peligrosos y dominantes, la raíz de gran parte de su villanería.

No se atrevía a permitirlo.

Entre sus dedos las tijeras se mantuvieron, no tuvo el valor de cortar la carta.

"lo que quieras" había dicho, completamente seguro de que él elegiría el camino de la destrucción.

No podía decir que fuera idiota... habría hecho eso de no haber recordado que lo conocía.

Y que existían otras razones.

Abrió la puerta dejando sobre la mesa la carta y las tijeras, bajo las escaleras y lo encontró allí, donde lo había dejado, se permitió pensar que era una locura, no era bueno, y nunca lo sería, entre ambos jamás existiría paz y un día las sombras dominarían sus vidas por completo, cada uno tenía demasiado del infierno en la piel para ignorarlo.

Se acercó hasta llegar a él y le quito el gorro de arlequín desvelando su cabellera verde, no dijo nada al respecto, viendo en cambio la expectativa en los ojos contrarios, todo, absolutamente todo saldría mal.

Para su sorpresa no le importaba mientras el afectado solo fuera él.

Bajo la cabeza, toco la mejilla contraria con la misma caricia que en el pasado recibiera el mismo y presiono la boca en los labios escarlata del otro.

Fue un beso lento, seguro, consciente, un beso que buscaba conocerse antes de cometer cualquier otro error, un beso que les arranco a ambos el alma durante ínfimos instantes que se sintieron eternos.

Un beso, que fue el último de los venenos. 

Un beso de amor, con el sabor de la traición. 

El coleccionista de venenosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora