Lord Wayne abrió los ojos a la mañana sin apuro ni ánimos, ojos de azul marino se distinguían entre sus pestañas y cuando se extendió hasta tocar con la espalda la cabecera de su lecho, su mayordomo se permitió una sonrisa desde un lado de su cama.
Era como un padre para él y así se sentían muchas veces entre sí, Bruce Wayne había sonreído cuando niño en su presencia y más tarde siendo el adulto que era solo Alfred (pues tal era su nombre) Pennyworth podía jactarse de tener toda la confianza de su amo.
Se levantó del lecho, consiguiendo una vez más que el mayordomo asintiera como una madre animando a su pequeño hijo a dar sus primeros pasos.
No era una acción inconsciente, el ánimo del noble había decrecido notablemente desde hacía un año y solo en los últimos tiempos había logrado restablecerse solo un poco de los golpes que atormentaban su pobre alma.
Todo había empezado con la muerte de su hijo, un infante pequeño de salud frágil, tal y como su pobre madre que había muerto en el parto, solo había sobrevivido hasta los ocho años, rumores decían que era culpa de la sangre de su progenitora, que estaba envenenada por siglos de despecho y perversión, esa mezcla imposible que convierte a las malas personas en apostatas y no lo contrario porque incluso los malos saben del infierno y creen en él.
En fin, el niño había muerto en su octava primavera, su pequeño cuerpo había quedado frio y aquello habría sido suficiente para destrozarlo de dolor de no haber sido por ella.
Ella, que era la razón de su actual tristeza, era hermosa, demasiado hermosa, con una forma de caminar que semejaba perfectamente al atractivo animal de una pantera.
El cielo sabía que la había amado desde el primer momento, y mil infiernos más tarde seguiría haciéndolo.
Cuando la muerte del pequeño hijo de la casa acaeció, solo la fina influencia de Selina Kyle, actriz de teatro, había impedido que el noble se dejará morir, sus palabras suaves y su amable afecto habían conseguido el milagro de calmar la culpa y el dolor del padre sufriente, y Bruce se había aferrado a ella como un náufrago se aferra al madero que le permite flotar en altamar.
Había sido insensato de su parte confiar su corazón y su salud mental a una sola persona, pero en situaciones como la que él había pasado en aquel entonces ¿Quién podía preciarse de ser sensato? El corazón se arriesga todos los días y uno de aquellos termino de perderlo.
Seis meses más tarde de la muerte de su hijo le pedía matrimonio a su morena enamorada, y ella aceptaba, con dulzura y encanto enamorado, su amable propuesta.
Cruel infierno.
Las lenguas viperinas no tardaron nada en hacer de la orgullosa criatura un manojo de infelicidad y temores, no podía acusársele de falta de amor, aunque sus coetáneos la acusaban de ello y mil cosas más, en realidad debía de haberle amado demasiado para haber hecho lo que había hecho.
Para tomar la decisión que había tomado.
Renunciar a un título como el del noble debería considerarse un acto valiente, renunciar al amor de su vida algo heroico.
No habrían funcionado, había dejado escrito ella, eran demasiado diferentes, venían de mundos diferentes y no podía estar segura de poder hacerlo feliz.
Él se había quedado allí, con el corazón roto en una mano y las lágrimas sin derramar en los ojos de azul imperecedero.
Después de aquello se había dejado caer en el abismo de la desesperación, el dolor le desgarraba el alma como una cuchilla mal trabajada, que se deshacía con cinismo en impecables ganas de sadismo.
No eran cortes perfectos sino desiguales que se fundían en su pecho sin ser letales, heridas por placer, por el daño y no por la vida.
Sus pensamientos sombríos se elevaban cada vez más hasta asustar al resto de la servidumbre.
Sus salidas nocturnas no acababan sino hasta el amanecer, cuando la sangre bañaba sus manos, sus ojos ardían de odio y dolor, esa amalgama extraña que anuncia a gritos la perdición de un alma, la ruina de un nombre, y la caída de un hombre.
Todo ello escondido bajo la oscura capa de un hombre que volaba en las noches, de un hombre que olvidaba en su hogar el fin de su casa.
Y entonces, de repente, de la nada y sin explicación había ocurrido.
Lo imposible, lo hermoso, lo inesperado.
Esa esperanza que promete el cielo y anuncia el infierno.
Una voz que entre las sombras desvelaba un bufón.
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El coleccionista de venenos
FanfictionProbablemente no lo sabes, pero yo... me enamore a primera vista.