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Narra Allium

Era ya tarde en la noche, llevaba sin salir de casa un par de días, desde que Alan subió la foto. No se porque me deje de nuevo en sus garras, osea, sabía que me iba a dañar pero, no se, quizás se daría cuenta de su error.

Miré el chat de instagram, muchas solicitudes, ¿a quién me habría puesto en contra? Empecé a leer y se me cayó el mundo al suelo. Gran parte de las personas que me conocían me ponían de puta para arriba. Solté el móvil en la mesita del salón y me hice bolita rompiendo a llorar.

En esos dos días me había quedado sola. Intenté salir de casa pero no existía día que no me encontrara a Alan o a algún amigo suyo e intentara meterme mano. No entendía ese comportamiento, me dolía ese comportamiento. Por un segundo sentí que no podía aguantar más. Alan me superaba. Me quitó mis apoyos y el seguía cavando el agujero. ¿Por qué no usarlo?

Miré el móvil por una vez y subí un par de historias contando la verdad de Alan. Acto seguido, me acosté.

Por la mañana sentí que quizás todo podría mejorar, ya había contado la verdad. El problema era, ¿quién me creería? Alan les hizo creer que yo buscaba eso. Claro, un pasado con trabajos turbios, automáticamente todos creen que eres fácil, no que te trajeron de un país extranjero para ganar dinero.

Suspiré pesadamente y preferí no mirar el móvil. Fui a la cocina y desayuné, lo primero que me sentaba bien tras unos días. Me apoyé en la encimera con una taza llena de café y miré al techo, pensando en como ese cabrón me dio las alas y, como si de dios se tratase, me las cortó poco a poco.

Recordé como llegó a aquel antro del que yo venía, vestido de traje y con una gran maleta. Al principio los empleados "dignos" del lugar nos sacaron de exposición. Cerré los ojos dejando que me vendieran, quizá salir de ahí fuera lo mejor. Tenía miedo, mucho, hasta que le vi. Nos miraba con atención, parecía que nos analizaba. Posteriormente me enteré de que era psicólogo. Le susurró al dueño del lugar unas palabras y este me miró fríamente.

—Allium. Ve por tus cosas. Te vas de aquí — Dijo con una sonrisa fingida. Como alma que lleva al diablo eché a correr y recogí mis pocas pertenencias. Mientras lo hacía, el chico se posó en el marco de la puerta mirandome. Pensé que ese sería el principio de mi libertad y, así lo fue, al menos los primeros meses.

Consiguió mi corazón con detalles tontos, sabía con quien trataba pero, cuando menos me lo esperé, me vi encerrada y como un juguete sexual pero, al menos estaba con él. Era alguien tóxico y seguía siéndolo años después. Cuando conocí a Edith me abrió los ojos como ninguna y conseguí salir de allí pero Alan nunca perdió esa visión de que yo le pertenecía.

Tras recordar todo eso, con mucho más detalle, por supuesto, limpie las lagrimas de mis ojos y me acabé el café de un tirón. Al poco me encontré en el baño echando todo lo ingerido. Me hice bolita en una esquina del mismo llorando de nuevo. Alan seguía haciendome la vida imposible, y ya no era solo él, si no también sus amigos. En un determinado momento escuché el teléfono. Fui abrazándome a mi misma y, al ver el nombre de quien me dañó, preferí dejarlo sonar pero, como esperaba, mi fijo empezó a sonar. Respondí tras suspirar y tras respirar profundo, no quería que viese que estaba ganando.

—¿Sí? — Dije firme apoyándome en la pared del baño.

—Zorra. ¿A qué coño viene lo de contar TÚ verdad en redes? — Dijo borde, me esperaba esto. Suspiré pesadamente. — Al menos responde. — Sonaba impaciente, no le estaba saliendo todo como quería

—Quise contarlo... Quizá quería que se supiera todo. — Dije mirando mi baño al completo, me servía para no llorar

—.Eres subnormal Allium. ¿Sabes? No te creen. Me creen a mi. ¿Sabes cómo se daría el caso de que te creyeran? Si estuvieras muerta porque, ¿por qué mentiría una chica muerta? O quizás seguirían viéndote como la mala. Solo tienes una solución. Admitiendo que la cagaste. — Suspiré y esa frase se quedó en mi ente grabada.

— Así que... ¿Por qué mentiría una chica muerta? ¿Es esa la cuestión? Entiendo... Nos vemos Alan... O quizás no... — Colgué el teléfono llorando de nuevo y tomé mi cartera llegándome a la tienda junto a mi casa. Busqué unas cuchillas y compré unos analgésicos. Salí de la tienda y volví a casa.

Una vez allí me encerré en el baño, sin dejar de llorar. Abrí el botecito de las pastillas y me tomé gran parte del bote. Me pegué a la pared y empecé a arrastrarme por la misma hasta que acabé sentada en el suelo. Ya me sentía más débil. Saqué una de las cuchillas lo mejor que pude y la posé con suavidad sobre mi muñeca, no sabía como hacerlo exactamente pero, sin dudar mucho, presioné abriendo lo que creí que era una vena. Cerré los ojos tras un ruidito de dolor. Los analgésicos aún no habían hecho efectos. Arrastré la cuchilla por mi antebrazo hasta quedar cerca de mi codo. Llorando como nunca en mi desesperación, hice lo mismo en el otro brazo. Decidí mostrarle a Alan que había ganado. Tomé mi móvil como pude, llenando todo de sangre y tome el bote de pastillas. Coloqué todo y saqué la foto. Acto seguido la subí con la frase que seguía rondando mi cabeza, ¿Por qué mentiría una chica muerta.

Deje caer el móvil y miré mis brazos, no sangraba tanto como al principio, pero sangraba. Justo en ese momento, entre lagrimas y nauseas por la sangre acabé vomitando. Acto seguido cerré mis ojos dejando que la sangre fuera fluyendo y, por fin, lo vi todo negro.

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