3. SEBASTIAN STAN

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- Vino tinto:

El olor a tabaco inundó mis fosas nasales apenas pasé por la mesa de la esquina, en todo el establecimiento. Tomé un paso más rápido para evitarme el no agradable olor y tomar esa orden lo más veloz que lograra hacerlo.

Una vez llegué, abrí el cuadernillo lista para comenzar a escribir y logré oir como la voz del cliente carraspeó y prosiguió con calma.

—Un vino tinto.

Apunté y esperé en caso de que ordenara una cosa más, pero el silencio entre nosotros no hizo más que crecer.

—¿Algo más señor?— pregunté golpeando el suelo con la punta de mi tacón, suave e inaudible.

Él negó y así pude retirarme para continuar atendiendo a más mesas, y llegar a la cocina después...

-1 dia después-

El dia anterior había transcurrido con un orden normal y básico, por un ligero detalle, aunque, si fuera considerado tan ligero probablemente no me hubiera puesto así de nerviosa, ante esa mirada azulada.

Él no paró de mirarme durante todas mis rondas de la noche, cuando llevé su vino tinto incluso, se molestó por sonreir y agradecer el gesto, caracteristica suya que no tenían los demás miembros de la clientela en su mayoría. Pasadas unas cuantas horas después de ese "alocado" acontecimiento, de reojo, logré captar cuanta atención me tenía mientras atendía las mesas vecinas. Más de una vez levantó su copa enflautada y brindó a mi salud, siempre sonriendo con seguridad, y yo sin perder el tiempo la devolvía con gusto.

Y ahora, me veía completamente patética y boba arreglando mis cabellos que sobresalían de mi peinado, una vez que acabé con ese detalle de poca atención en  anteriores ocasiones salí en busca de que esa mirada se pusiera en mi otra vez.

Con una sonrisa, firme, y con el uniforme más limpio posible me encaminé a la segunda sección del restaurante, donde él siempre permencía durante tres horas, con exactitud.

Una vez crucé el umbral de cuatro metros de ancho divisé su mesa apenas lo hice, y ahí estaba. Con un distinguido traje de color negro y su maletín elegante en la silla a su lado izquierdo. Era el mismo orden habitual. Con la respiración entrecortada me acerqué preparando mi cuadernillo.

—¿Está preparado para ordenar señor?— pregunté con elegancia y voz firme. El asintió enseguida con una sonrisa que me mostraba su perfecta dentadura y entonces ahí asentí.

—Deseo el vino de siempre, y algo que no es precisamente comestible— él guiño con descaro una de sus ojos y carraspeo  nerviosa.

—¿Que es eso que quiere, entonces? —cuestioné mientras anotaba su corta orden en el cuadernillo, pero aún así sentía que su vista no se me quitaba de encima.

—Tú número, cariño.

-1 mes después-

Con ese maletín refinado y su traje impecable de siempre debí de haber asumido que Sebastian, tal y como el se presentó únicamente aquel día hace una semana, era un hombre de negocios, probablemente bien adinerado. Pero eso no me interesaba, lo que de verdad esperaba de él era su visita nuevamente a éste restaurante, o si no era mucho pedir, que por fin llamara. Cada día que pasó desde ese esperaba verlo a la misma hora y por el mismo periodo de tiempo en esa mesa, o incluso en otra, pero estaba equivocada.

Llevaba una semana sin saber de él.

-4 meses después-

Una nueva orden fue mi prioridad por quinta vez en lo que llevaba de avanzado la oscura y estrellada noche. Así que caminé en dirección al cliente tomando su orden con rapidez y deslizandome suavemente a la cocina, donde pegué el pequeño papel sobre la pared, en el debido sitio.

Pasé mis manos por sobre mi frente mientras picaba algunas verduras para las salsas cuando de nuevo Marie llamó.

— ______  ¿podrias atender a la mesa nueve?— pidió con una sonrisa tierna y con emoción acumulada saqué el delantal y corrí al baño.

¡Esa era la mesa donde él siempre estaba, y justo era la hora!

Al salir noté como varias miradas extrañas se posaban sobre mi cuerpo, no le tomé mucha importancia en realidad, y aún así salí sujeta a la esperanza.

-4 meses y un día después-

En incontables ocasiones las personas suelen aferrarse a diferentes cosas. Un creyente en Dios puede aferrarse a él si lo necesita, y un no creyente puede aferrarse a nada y a la vez en todo. Yo me había aferrado a mi propia y mísera imaginación que aveces desbordaba ideas, unas más estúpidas que las demás. Y eso fue lo que pasó aquella noche que salí corriendo en mis zapatillas bajas por el comedor del restaurante.


En aquella mesa había un hombre, sí.

Pero no era Sebastian.

ONE SHOTS; SebastianS&BuckyB Donde viven las historias. Descúbrelo ahora