una vida en el infierno

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habían pasado ya varias semanas desde que Carmen se había resignado de cierta forma a su nueva vida, pero a pesar de todas las comodidades que Leo le había proporcionado en su estadía no dejaba de sentirse incomodada y asfixiada ante el hecho de que era prisionera de aquel siniestro charro Diariamente Carmen diariamente se levantaba temprano para el inframundo pues la vida en ese lugar comenzaba ya bastante tarde casi pasado el medio día ya cuando el sol había perdido gran parte de su fuerza, en cuanto terminaba de vestirse y de peinar su larga y hermosa cabellera la delicada chica se dirigía más a fuerza que de ganas al gran comedor de la hacienda donde le aguardaba el almuerzo, donde almorzaba sola simplemente acompañada por la sombra de las sirvientas quienes casi nuca le dirigían la palabra por temor al siniestro charro que hora podría entenderse que era como su marido.

Carmen se sentía vacía y decepcionada del rumbo que había tomado su vida pues sentía que todos sus sueños de enamorarse y de casarse con aquel hombre al que amara se habían vuelto una verdadera pesadilla llena de soledad y de angustia aun cuando diario trataba de ocupar su tiempo en sus muchos pasatiempos como el bordado, la costura, la pintura y le cabalgata y de que Leo había cumplido con su palabra de proporcionarle todas esas comodidades no podía evitar sentirse completamente abrumada y solitaria en aquella mansión que cada día parecía que la encerraba un poco más, ya que con los únicos con los que tenia algún tipo de contacto era con Rosendo el cual aprovechaba cada ocasión para incomodarla con sus miradas y sus comentarios lascivos y con Leo el cual había adoptado una actitud fría y distante casi tan impersonal que las únicas ocasiones en que conversaba con el era en las cenas que compartían por las noches y en ellas se limitaba a solo preguntar por su estado y en aquellos momentos de intimidad donde solo le ordenaba complacerle con su cuerpo. Carmen no podía evitar sentirse como un objeto, un precioso y lujoso objeto que ornamentaba los salones de la hacienda y que solo existía como un trofeo del siniestro espectro que hará tenia como supuesto esposo.

Carmen había soñado de niña con el hermoso de su casamiento, en el vestido blanco que llevaría orgullosa hasta el altar de la gran catedral de Puebla, había imaginado la mirada complentemplativa de sus padres que al igual de ellos se sentirían orgullosos de ella, vería a sus familiares y a sus amistades contentos por ella y sabría que había empezado una nueva parte de su historia, había soñado que con aquel hombre con quien se casa será aquel que pudiera detener su corazón con tan solo una mirada, que pudiera enajenarla completamente de la realidad y de algún modo llevarla a u mundo diferente al que conocido, pero desgraciadamente todo aquello solo había sido una ilusión una vana y triste ilusión pues aquel hombre que logro causar todo aquello en ella resulto ser la peor de sus desgracias y la tragedia de su familia, pues en todo el tiempo en que había estado en los dominios de Leo, Carmen había permanecido completamente ignorante de la desgracia de su familia , pero de forma para normal de algún modo ella presentía dentro de su ser que algo no han daba bien respecto a ellos.

Carmen se sentía profundamente sola, cada día en que se encontraba cautiva en aquella prisión de oro se sentía cada vez más desesperanzada de poder retomar su vida anterior, cada vez en ella se iba sembrando la terrible idea de arribarse la vida de golpe y así terminar con su sufrimiento, pero aun así esa idea era demasiado radical aun en su desesperación.

Leo por su parte había aprendido a gozar de aquella situación en la que Carmen se encontraba en su completo control, pues por primera vez en mucho tiempo podía tener compañía dentro de su solitaria vida. Aun que después de que Carmen se confrontara con él se había comportado de una manera fría y distante con ella puesto que en su interior cada que estaba con ella removía una parte de su casi extinta humanidad que causaba una guerra interna entre el demonio y el humano, ante ello la parte demoniaca del Charro Negro, que habitaba en Leo trataba de alejarse lo más posible de aquello que le hacía perder el control sobre Leo. Aquel monstro en su interior le impedía gozar plenamente de la compañía de Carmen pues obligaba a Leo a tratarla con desprecio y menosprecio en cada ocasión que intimaba con ella o en cada momento en que convivía con ella, incluso le forzada de tal modo a envenenar su mente en su contra para que la mantuviera alejada de su lado, abandonándola en la inmensidad de su hacienda.

Leo había pasado aquellos largos meses tratando de ignorar y de enterrar los sentimientos que le habían nacido por Carmen, sentía que aquel demonio en su interior tenía razón en quiere alejarla de ella, hasta en alguna ocasión llego a pensar en asesinarla para libres de ella, pero algo muy dentro de él se lo impedía, le pedía a gritos que la mantuviera cerca de el, a pesar de que ella le odiara o le repudiara, a pesar de que ella lo debilitara, pero lo fortaleciera a la vez.

ambos se encontraban en un mismo lugar en un mismo, mundo y en una misma realidad pero parecía que estaban en universos separados que se distanciaban a años luz. Leo veía esta situación como su primer gran fracaso.

yo, el Charro NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora