1- Confusión

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Corría, no podía hacer más que eso. Si me atrapaban, los guardias iban a cortarme los dedos, como hacían con los jóvenes ladrones. Aunque nunca lograban hacerlo, siempre era cauteloso y conservaba algo que tapase mi rostro.

Crucé rápidamente por un callejón y escalé por salientes de las demacradas paredes que ya tenían brotes de algunas plantas. En algunas hasta había películas de hongos, lo que hizo que haga más esfuerzo para no resbalar a esa altura.

Ví a un guardia recuperando el aire, mirando hacia arriba en mi dirección. Reí, pero mi risa desapareció para apurar la escalada. El otro estaba cargando la ballesta, me pareció exagerado pero luego recordé que no hurté en un buen día; hoy nuestro Señor daba su recorrido por el Reino.
Maldito imbécil...

Mis dedos encontraron al fin el cerco de la ventana que tenía como objetivo. Casi resbalo pero por suerte estaba abierta y solo tuve que dar un último impulso con mis piernas para llegar y caer dentro.

Estaba tratando de no prestar atención al simple hecho que era el objetivo de una ballesta para no entrar en nerviosismo, pero el silbido y la posterior rasgadura en mi pantalón a la altura de la pantorrilla por la flecha antes de sentir el suelo de la sala en la caí me recordaron los peligros que corría por delinquir.

Ya habiendo perdido a mis seguidores, fuí a mi "guarida"; era dentro de un árbol, se podía ver todo desde ahí, pero era difícil ver hacia adentro de él porque pasaba desapercibido entre los demás árboles. Estaba en la entrada de el llamado Jardín de Hiedra del Reino-que-ahora-no-recuerdo-el-nombre. Es que no suelo quedarme en un mismo lugar mucho tiempo, y había llegado a este hace unos días en un carro tirado por unas mulas. En fin...

Me dediqué a desenvolver de mi paño lo recolectado del día: unas monedas que a un descuidado no le hacían falta, y la barra de pan por la que esos guardias intentaban apresarme. El Sol comenzaba a esfumarse a lo lejos, lo que me indicó que debía comenzar a preocuparme por las criaturas de este "jardín".

¿Cuánto más vas a durar así? digo, hasta que te mates... o te maten.

Mi mente organizaba las ideas, pero se trababa a cada mordida que le daba al pan, degustando y deleitándome por la primera y última comida que iba a tener en estos días hasta que se me ocurra otra forma de alimentarme.

Fue cuando terminaba de tragar el mordisco que le restaba al pan que me acomodé para dormirme, o tratar. Pero algo cruzó muy cerca de mi mejilla antes de hacer lo dicho. Fue muy rápido, escuché clavarse algo en la madera interior del árbol-refugio

Comencé a sangrar, tenía una apertura formada en mi pómulo izquierdo. Aunque no era tan profunda, me apresuré a cubrirme, optando por una cobertura correcta al ver la dirección en que estaba clavada lo que distinguí como una flecha en la oscuridad.

Mierda, ¿y ahora?

Estiré la mano para tomar la flecha. Mala decisión; otro proyectil inmediatamente golpeó mi mano, atravesándola casi por completo. Solté un grito desgarrador, casi tan grave como la flecha que desgarró la carne de mi mano.

Trataba de calmar mi respiración, pero el escozor y el dolor invadían todos los nervios de mi cuerpo, empeorando todo. Envolví con mis dedos el cuerpo de la saeta y la partí, dándome a mi mismo otra dosis de dolor en todo el perímetro de mi muñeca.

Tenía miedo. No podía ver nada más que la sangre controlada que salía del tapón que recibí gratuitamente. Apretaba los dientes, como si fuese a servir para dominar las lágrimas, la rabia y la impotencia.

-¿QUÉ QUIERES? por todos los Dioses. -Mi mandíbula temblaba, ya no sé por qué. Suspiré pero no terminé de hacerlo cuando oí los pasos callados de una persona aproximándose a mí con un caminar muy pausado. Parecía calmado. No emití ningún sonido, hasta podía escuchar el pálpito de las arterias en mis oídos.

Tomé aire y cerré los ojos cuando las pisadas ya se habían detenido a muy poco de mí. Luego de lo que pareció una eternidad, una mano me sacó del hueco en el árbol y yo aterricé de cara al suelo, apenas pudiendo frenar la caída con una mano. La otra sólo me transmitía la aflicción que no había dejado de estar presente en el dorso de mano.

-Mierda... -llegué a oír salir de la voz rasposa del sujeto antes de desmayarme. No pude ver su cara pero seguramente expresaba lo mismo que su dicción: una confusión.

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Fragmento de historia al azar ^

BlakkB.

Crónicas de un AscendenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora