Soñaba. Era bastante confuso estar atrapado allí sin poder despertar pero lograba descifrar algunas imágenes entre toda esa brumosa oscuridad. La charla externa entre varias personas se mezclaban con las voces precavidas que susurraban entre la negrura.
Fervor... Príncipe... Jinete.
Un chispazo tomaba bocanadas de aire entre la comprimida oscuridad, queriendo liberarse a toda costa y generando así cada vez una combustión que duraba más tiempo.
A su vez, los susurros trataban de llamar mi atención cada vez más, dejando escapar las mismas palabras que no parecían tener un sentido en absoluto.
—¿Qué es esa cicatriz en su palma? Parece antigua.
—Calla, está despertando. -oí unos pies ligeros apartarse en un salto y, aunque la luz era escasa, sentía una irritación increíble con solo entreabrir los ojos. Me acurruqué sobre un costado, tapando mis ojos, pero un dolor me hizo terminar de despertar, olvidando la molesta luz del lugar.
Los mismo pies que se alejaron, volvieron a mi para acomodarme en mí posición inicial. —Tranquilo. Te recuperaste prematuramente. -pude ver unos ojos extraños sobre los míos. Abiertos y atentos, viéndome de una manera extremadamente tranquilizante. En cuanto separó su mano de mi cuerpo, el dolor y todo malestar se había ido, como si fuese magia.
Pocos son los dichosos de poder ver a un Dios y sólo se tienen leyendas que no se confirman de Hombres en contacto directo con Dioses. En su lugar, como una señal para los mortales, habitan seres que en alguna rama de su vasto árbol ascendente, fueron tocados por Celestiales, que fueron purificados con la cósmica presencia de un ser concebido sólo en la mayor excelencia.
Seres que fueron dichosos de compartir la misma sangre que un benévolo Celestial.
—¿Te sientes bien? -sus palabras me sacaron de mi ensimismamiento. Me reincorporé en el lugar donde reposaba para verlos. Dos Aasimar hombre y mujer frente a mi, emanando aquel aura personal que hacía que, sin poder evitarlo, sintiera que estallaría de alegría. Impedimenta a que me preocupara de cualquier cosa en ese momento.
Mierda, de verdad son hipnotizantes.
De belleza extraordinaria, eran lo más hermoso que un humano podría apreciar en toda su existencia y resultaba aterradoramente antinatural.
—Estaban muy mal heridos y no pudimos evitar ayudarlos. Han pasado por mucho. -analizando lo que decía, me dí cuenta que faltaba aquella joven. Anticipándose, la Aasimar me detuvo con sus palabras. —Ella está durmiendo aún. No comieron por varios días pero ya está resuelto. Tenemos suficiente comida como para invitados. -se volvió a su compañero y este se retiró.
Antes de que pudiera hablar, me interrumpió:
—Confiamos en que no harás mal a la Comarca. Si sigues el camino encontrarás un río donde puedes asearte.—¿Cómo te encuentro luego? -pude notar como ladeaba la cabeza, ingenua.
—En unas horas resaltarás en el banquete. Yo te encontraré. -y finalmente cruzó la pequeña puerta de la morada en la que estaba.
Toda la estructura del bonito lugar en el que me encontraba se consolidaba naturalmente en los troncos de unos árboles a cada esquina. El techo contaba con varias e irregulares curvas pronunciadas por capricho de las raíces jóvenes y sólidas que lo formaban. La luz -espontánea- de la habitación iluminaba libremente ahora que el atardecer caía.
Ya no podré irme hoy.
Aunque resaltaba -de la mala manera- aquella gente me trataba por un igual. Hospitalidad y calídez era lo que los caracterizaba pero tuvieron que alejarse de sus ideales de ayudar al prójimo por la persecución que la estirpe Aasimar había sufrido a lo largo de su historia.
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Crónicas de un Ascendente
MaceraLos murmullos siempre eran para denotar respeto por el nombre que se pronunciaba entre curiosos, y los reflejos en las miradas gachas de los paisanos al pasar no eran más que una suma de muchas leyendas narradas... Es que era inevitable no expresar...