—Tengo alguien en Rocadorada. Podríamos ir allí. -Yamil propuso su idea luego de que los otros dos habían estado discutiendo sobre dónde refugiarse. Ysset miró negando al príncipe, no le parecía buena idea.
—No veo por qué es mala idea. ¿Los Bryn no eran nuestros vasallos?
—Ya no hay rey, mi señor...
—Soy el rey legítimo, si vamos a Rocadorada podremos pedir su ayuda.
La Maestre intentó proseguir pero Dagon detuvo la discusión y se apuraron para conseguir transporte, pues debían ser más rápidos que sus perseguidores. Aún había tiempo antes que amanezca.
El reino de Lord Bryn tenía un particular puerto al que sólo algunos barqueros experimentados podían acceder. Yamil, como navegaba cada tanto allí con permiso del Maestro Herrero, conocía uno que sabía que llevaría al príncipe.
Los tres ya estaban en la orilla pero no había nadie cerca, ni señales de que lo haya estado en horas. Demasiado como para lo que ocurría cerca de ahí.
Localizaron la góndola alargada que, según Yamil, los llevaría pues era de quien conocía.
—Tendría que estar aquí. No sé qué podría retrasarla.—Herrero... -la Maestre hizo que los dos voltearan hacia donde ella miraba; la figura de persona que salía del bosque y venía hacia ellos. Escondía su cabeza bajo una capucha oscura, además de un barbijo pegado a su piel que tapaba su boca y nariz, ocultando parte de su rostro. El chico fue el primero en avanzar, dando confianza a Ysset y Dagon para avanzar también.
—Me preocupé por un momento.
—No me gustan los extraños... -miró por encima de Yamil y reconoció a una Maestre por su atuendo. —¿En qué te metiste?
—Es demasiado para explicar ahora. Pero resumiendo, él es Dagon Kurpica.
Aunque poco se pudiera leer de su rostro inmutable, se notaba la duda en todo el ser de la encapuchada. Sus ojos, acuosos y oscuros como el agua en la noche, se fijaron en el príncipe.
Iba a hablar pero los pasos de varias personas se escucharon avanzar hacia ellos para luego dar paso a la luz de antorchas, tapadas por el espeso bosque. La mujer hizo una seña desganada con la mano para que vayan a esconderse en su barco.
Cuando los soldados llegaron, ella los recibió pacíficamente con las manos juntas en su espalda baja. Eran Ladios, cuatro lanceros y un Caballero.
—Buena Noche.—Ser Kyle, representante de Sanyam y Astar, reyes regentes de Édafos. ¿Qué lleva ahí, barquera?
—Manzanas y telas para Rocadorada. Nada que le sirva a sus reyes, Ser Kyle.
—¿Por qué usted iría a Rocadorada a estas horas? Hay un festín en los Salones.
—No todos podemos permitirnos fiestas, Ser.
—... Eres demasiado lista para mi gusto.
El Caballero se adelantó con pasos metálicos y la hizo a un lado a la fuerza, tirándola al suelo. Estaba a unos pasos de la góndola cuando cayó pesadamente sobre una de sus rodillas.
—Ser Kyle... sólo manzanas y telas. -la barquera tenía la mano extendida hacia el Caballero, sus dedos flexionados ejercían una presión sobre él. Se acercó habiéndose parado, y, como si fuese un tirón de cuerda, sacó una bolsa de agua rojiza de la espalda del sujeto que ahora bajó hasta el suelo en un estruendo de metal.
Ser Kyle se encontraba pálido y temblando descontroladamente en el suelo. Por los dedos de la mujer que controlaba la bola de agua, corrían gordos hilos celestes en forma de venas. Se marcaban hasta debajo de su párpado izquierdo, recorriendo su cuello y mejilla. Sus ojos azules y turbulentos brillaban suave, como si la Luna iluminase la superficie del mar.
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Crónicas de un Ascendente
AventuraLos murmullos siempre eran para denotar respeto por el nombre que se pronunciaba entre curiosos, y los reflejos en las miradas gachas de los paisanos al pasar no eran más que una suma de muchas leyendas narradas... Es que era inevitable no expresar...