Sus alas. Sus alas son lo más cautivante que haya visto en mi vida. Las alas de aquel muchacho tirado casi inconsciente entre tanta basura se ven tan suaves y etéreas como el humo y, a la vez, tan fuertes y sólidas como la obsidiana. Las negras plumas caían sobre su cuerpo como un manto, un escudo, un refugio.
Me acerco al muchacho, es un muchacho, no mucho mayor que yo, diecinueve años, tal vez veinte. Sólo viste un jean viejo y sucio. Parece estar herido, su torso desnudo está cubierto de moretones y sangre oscura brota de un corte en su pecho. Tiene el cabello tan oscuro como sus alas y la piel blanca como el algodón. No puedo ver su rostro, que permanece oculto entre las sombras de sus alas.
Me es imposible creer estar ante la presencia de un ángel. Debe ser un ángel, ¿qué otro ser, humano o no, podría tener aquel par de hermosas alas? ¡Un ángel! Y en este callejón. Herido y abandonado entre dos contenedores de basura en un oscuro y asqueroso callejón. Las paredes de los altos edificios están cubiertas de grafitis y el suelo es una repulsiva alfombra de colillas de cigarrillo, cajas aplastadas, y bolsas de basuras destripadas y cuyo contenido inidentificable se esparce por todos lados.
Doy un paso más, alejándome de la tenue luz que me proporciona la única farola que funciona en la cuadra. No estoy segura de qué hacer. Algo, probablemente la única pizca de racionalidad que me queda, me dice que debo alejarme, correr lo más lejos posible. Pero por otra parte, tengo un incontrolable e irracional deseo de acercarme al joven ángel. Tengo que estar junto a él, tengo que tocarlo.
Doy un último paso, escuchando los acelerados latidos de mi corazón. Estoy tan cerca que si extiendo mi mano podré rozar las plumas de sus alas. Pero no lo hago. En cambio, caigo de rodillas junto a él, y su sangre moja mi pantalón y zapatos.
Él levanta su rostro.
Es imposiblemente hermoso. Tan hermoso que hace que mi corazón tartamudeé y mi estómago sea invadido por un millar de insectos alados. Su rostro se asemeja al de un dios. No, él es un dios. Con aquellos labios carnosos, largas y espesas pestañas, y pómulos altos, hundidos y elegantes. Y sus ojos. Aquellos ojos del color de la noche en el infierno. Tan negros que la pupila se confunde con el iris, tan brillantes que parecen iluminar todo el callejón.
—¿Qué eres? —susurro con voz temblorosa—, ¿Eres un ángel?
Él no contesta. Sólo sonríe. Con una simple y suave sonrisa que muestra un par de hoyuelos, y hace que mi corazón dé un vuelco.
Y, en ese momento, toma mi rostro entre sus manos. Extasiada por la sensación de su tacto firme y suave, contemplo aquellos ojos negros. Me pierdo en ellos, ahogándome en la sensación de sombras cerniéndose sobre mí; ansiando hacerlo.
Lentamente, él acerca sus labios hacia los míos. Demasiado sorprendida para moverme, cierro instintivamente los ojos.
Me besa.
Sus labios rosan delicadamente los míos, enviando escalofríos por todo mi cuerpo. Ráfagas de hielo y fuego recorren mis venas. El beso se torna profundo y hambriento. Su agarre se vuelve férreo y posesivo. Mientras sus alas me cubren como un manto, como una prisión.
Intento alejarme. Pero en ese momento la oscuridad de sus alas traspasa mi cuerpo asfixiando cada partícula de mi ser. Una inmensa oscuridad parece deslizarse como una sombra sobre mí.
Me paralizo ante la helada sacudida de saber que algo está mal, completamente equivocado. Me invade el horror de no saber en qué terminará este beso. Una sensación de vértigo se apodera de mí. Estoy cayendo. Caigo por un abismo mientras las tinieblas me cubren. Pero no es mi cuerpo el que cae. Es mi alma. Es ella la que se sumerge en aquel agujero negro, la que escapa de mis labios, la que él se devora.
Abro los ojos, desesperada por zafarme de su agarre, pero mi visión se vuelve oscura y borrosa. Dejo de sentir mis piernas y brazos. Mi pecho arde rogando por aire. Mi corazón golpea desesperadamente en mi pecho luchando contra las tinieblas. Estoy débil, estoy yendo a la deriva en un mar de aguas negras y espesas. Sigo cayendo, internándome en las profundidades de aquel mar.
Siento como la última gota de mi alma escapa de mis labios.
Y mi corazón se detiene.

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Lunario
PoesieEsta es una antología de cuento y poesía. Son las palabras que se me escaparon en algún momento, las que nadie conoce. Qué sé yo. Esta soy yo, hecha de papel y delirios.