El banco, el reloj y el dibujo

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Estoy sentada en mi lugar de siempre.

En lo alto de un edificio.

Viendo como el atardecer pinta el cielo de un naranja furioso.

Las personas van de un lado a otro por la plaza y la calle.

Sin darse cuenta de todo lo que se pierden.

Siempre pensando en lo que creen querer, ignorando lo que tienen.

Siempre andando tan apurados que no tienen tiempo para disfrutar.

Siempre ofuscados, viendo sólo con los ojos y cegando a su corazón.


Entonces, él llega.

Como todas las tardes, un muchacho llega y se sienta en el banco frente a mí.

Él es distinto.

Él no es ambicioso, ni apurado, ni ciego.

Él vive, vive de verdad.

Lo puedo ver en sus ojos oscuros, llenos de una luz cálida.

Sé que es hermoso, aunque esté demasiado alto como para verlo bien.

Con una piel de canela, cabello de noche y ojos de sol, sé que es hermoso.

Mira en mi dirección y sonríe.

Pero no me ve, no puede verme.

Solamente mira el enorme reloj bajo mis pies.

Toma su mochila y saca un bloc de hojas.

Dibuja. Siempre dibuja.


Las luces de las farolas ya se han encendido, cuando él levanta la vista de sus hojas.

Respira profundo y me mira.

No, mira al reloj. Eso me digo.

Me parece que me guiña un ojo, pero no lo creo.

Mira en todas las direcciones.

Luego, lentamente, arranca una de las hojas de su cuaderno.

Escribe algo en ella.

La dobla cuidadosamente.

Y la deja en el banco.

Se va por donde vino.


Curiosa, bajo rápidamente de donde estoy.

Cuando llego, tomo la hoja de papel y la abro dulcemente.

Es un dibujo.

El dibujo a lápiz de una mujer, de un ángel.

El cabello dorado y las plumas níveas se agitan con la briza.

Debajo dice, con letra pequeña y torcida:

"Sí te vi."

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