La vida me visita

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Floto sobre las baldosas del piso y desaparezco. Soy un fantasma. Tengo el poder de volverme invisible ante los ojos del mundo. Una mirada rápida parece captarme escondido entre las partículas de aire y al segundo se olvida, entonces me camuflo de nuevo, sonrío, veo todo desde un rincón.

El antifaz sobre mi rostro se llena de colores que poco a poco se apagan con el frío del viento que rasguña cruelmente el espectro de mi piel. Siento ira. La gente sigue viviendo.

Las horas simplemente llegan, pasan y se van; lo que espero se disuelve, lo que sucedió volverá a suceder y de lo que huyo es eterno. Quiero llorar, pero no recuerdo como, entonces vuelvo a sonreír, el viento se burla y vuelve a calarme los huesos que desaparecieron hace mucho tiempo.

Tomo de a poco el brazo del aroma imperceptible de algo que flota a mi alrededor, y salgo de paseo junto a él, que se expande, se dispersa y se esfuma en la misma inmensidad en la que de pronto me abandona y me deja por mi cuenta. Me encuentro con el sol, y la tierra que alardea de la magia de la vida; mi inexistente cabeza mira el suelo con ojos de fantasía, encuentra viejas memorias entre los dientes de los niños que corretean las calles en busca de algo que alguna vez querrán olvidar para volver a la inconsciencia. Siento vértigo, pero decido que ya debería estar acostumbrado. La luz del día me abruma, me martiriza, me recuerda sentimientos muertos, vuelvo a sentir algo en un cuerpo marchito. No recuerdo como llorar, entonces sonrío.

Vuelvo a mi rincón. Paso un día mas de mi existencia fantasmal acurrucado contra el muro helado, gastado, y áspero. Recuerdo la sensación de miedo, pero ya no la siento; recuerdo la dureza del concreto, pero ya no me detiene; recuerdo la calamidad, la vergüenza y el amor, pero ya no tengo mi parte humana para volver a experimentar ninguna de esas vagas reminiscencias. Algo más que ya no existe.

Las horas siguen pasando sin importar. Mi mirada imaginaria traspasa el antifaz ahora gris, y se queda fija a lo lejos de mi prisión de gruesos barrotes oscuros construidos por el inviolable humo negro de la desgracia. La noción del tiempo se rinde ante el desahuciado del antifaz, pide clemencia y se descontrola. Los segundos ya no cuentan, ni corren; las semanas se cuelgan del nombre de los minutos, y los años se pasan en un suspiro. Me despierto.

Vuelve el viento a burlarse de mi inexistencia. Sonrío por costumbre. Me imagino mis manos y me cubro aquello que alguna vez estuvo sobre mis hombros y sin embargo todavía puedo ver. Afuera, del otro lado de la ventana, la gente camina, habla, los autos levantan polvo, el viento se divierte y juega amablemente con ellos, lo que vive. Estoy casi seguro de que nadie lo nota demasiado. Entonces él se enoja, y sopla más fuerte, como tratando de recordarle a la multitud todo eso que no ven, todo eso que no sienten. Se frustran, se enojan, vuelven a sus casas con el cabello alborotado y yo todavía estoy en el mismo lugar.

El sol y la brisa desplazan al viento. Reclaman su lugar y reinan otra vez con su simpática tiranía. La gente sale otra vez. Los niños gritan, los adultos hablan de banalidades, los hombres fortachones tratan de parecer inteligentes y otros simplemente lo observan todo... casi como yo... me acerco a un animal que se relaja a la sombra acogedora de un frutal callejero, me mira, me ve y olfatea el aire; ofrece un gesto digno de los seres nobles y decide que no le intereso; vuelve a relajarse. Deseo poder decidir lo mismo, pero no puedo y lo observo con admiración por un momento; sé que me siente; decido no atormentarlo.

El cielo me susurra sonidos, letras y algunas palabras; floto sobre los techos, veo la vida más allá de mi antifaz. Las personas se reúnen, son dichosos, se interesan; crean cimientos sobre cosas que en cierto momento simplemente se desmoronan.

Me detengo en una callejuela y miro como el calor del sol borra lentamente el agua que alguien pudo haber derramado a su paso sobre el asfalto no muchos minutos antes. Adelante, sigo el rastro del origen del vapor que traspasa el vacío de mi piel; avanzo con la velocidad de la eternidad pintada sobre mi nombre, y veo una gran masa de cabello. La vida vestida de seda, llena de colores, dejando una huella de agua, transparente, pura y prontamente evaporada.

La veo con extrañeza. No es la primera vez que nos encontramos. La vida y yo. Alguna vez fuimos cómplices, pero las fraternidades no duran, y la confianza de pierde.

De todas las maneras en las que la he admirado, esta era mi preferida. El júbilo se apoderó de la nada que me pertenecía. Decidí que me interesaba. Vuelo delante de sus pasos, y me prendo de su mueca dócil e inocente. Pasa un espectro gris y melancólico danzando frente a sus ojos despreocupados que miran sin ver. El viento le revuelve el pelo, y se ríe con soplidos de mi presencia. Vuelvo a mi rincón. Rio de tristeza.

El humo de los barrotes me arrastra de nuevo a mi prisión. Miro hacia afuera una vez más; puedo pasar otra eternidad sin salir. 

Todo lo que no hicieron por miWhere stories live. Discover now