Siempre me gustó pensar en mi vida, como si fuera un enorme campo, cuadrado y delimitado por una cerca gigante que no te permite ver nada mas allá. Éramos pocos, y todos teníamos anclas. Cadenas y anclas. En algún momento todos avanzábamos hasta un punto en que hallaríamos nuestro lugar favorito; se suponía que tirásemos nuestras anclas, con seguridad, en el mejor de los casos. El problema es que muchos solo arrojaban cadenas pesadas, se colgaban un tiempo para ver el lugar o sencillamente las amarraban a un lugar conocido, en caso de que el viento los llevara demasiado lejos, pudieran jalar de la atadura y volver a salvo.
Yo no tiré ni el ancla, ni la cadena. Ningún sitio me gustó lo suficiente y , para ser franco, ni siquiera sé si tal ancla existía para mi. En cualquier caso, me tardé demasiado, me replanteé mirar mas allá del cerco incluso cuando el universo me decía a gritos que no se podía. Miré a lo lejos, me incliné y resbalé como cualquier temerario sin experiencia y no aguanté la inclemencia de lo desconocido. Estaba solo.
Eventualmente encontré a otros, de otros cuadrados, de otras cercas. Algunos salieron voluntariamente, de un salto, sin más. Abandonaron sus anclas sin peso, dejaron las cadenas atrás y exploraron fuera de los límites. Otros tambien cayeron por accidente, pero supieron adaptarse como si el exterior fuera de ellos por completo. Y luego yo, había caído... por curioso, y aún temía andar mi camino. No sabía como. Ahí fue cuando me encontré con el viento que, al verme sin ancla, dubitativo y sin compañía aparente, decidió arrastrarme a su antojo, como si fuera un juego.
Vivía en una ciudad pequeña, llena de ojos, llena de oidos y de bocas, pero con falta de almas. Quizá yo era uno de los sujetos que pasaba tardes y noches entre el sofá y la cama, pero estoy seguro de que había algo mas... o al menos eso me gusta creerme. Si no estuviera consiente ahora mismo dudaría de mi propio espíritu. No estoy seguro de que tanta frialdad fuera capaz de dirigir mi rumbo, pero así pasaron años entre pianos y vasos llenos que se vaciaban con las horas y la desazón.
El destino no fue lo que esperaba. Quizás el error fue imaginarlo tanto, darle una forma irreal que luego se desvaneció frente a mis ojos. El cuadrado se esfumó, mi ancla nunca estuvo, y el afuera era demasiado grande para mi. No había un sitio que me perteneciera, ni en el mundo, ni en mi propia mente.
Un día sentí que toda mi piel se calaba, se translucía y dejaba pasar el aire como un colador. La mugre, las hojas, el polvo se acumuló entre mis grietas y rendijas y me sentí demasiado sucio. Quise correr pero el viento seguía acumulando su basura en cada lugar de mi cuerpo. Me sentí liviano, me sentí impotente y sin fuerzas. Estaba lleno de nada y parecía que por los hoyos también se me iba algo mas. Estaba al borde de un edificio donde vivía encerrado, cual prisión. El vacío del precipicio parecía tan similar al vacío de mi pecho, que no temí fundirme con él y me lancé. Cerré los ojos, sentí las luces de la calle pintando de naranja mis rasgos aplanados por la gravedad y caí en cuenta de que acababa de impactar contra el concreto. No habían mas cuadrados ni pesos. Solo era yo, otra vez, solo y mirándome a mi mismo sangrar... como tantas veces.
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Todo lo que no hicieron por mi
Fantasía"Soy nada. No existo. No siento el viento, pero me muevo con él. Es mi nuevo cuerpo, invisible, liviano y aún lleno de memorias. El suelo, la altura, mis penas... la vida." Fantasma está preso. No puede escapar de su propio destino y está condenado...