El cuarto día de Estela con un extraño

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Al irse Sebastián, Estela se levantó y con curiosidad se paseó por el departamento de él. Parecía ser un hombre ordenado y pulcro, en una mesa tenía un retrato de su fallecida esposa y tenía también un estante con una colección enorme de libros.
Estela se fue al hotel, luego cumplió con una diligencia que debía hacer esa mañana y quedó desocupada el resto del día, precisamente el mismo día que Sebastián estaba lejos.
No dejaba de pensar en aquel hombre que, a pesar de ser prácticamente un extraño en su vida, le había regalado momentos maravillosos en los pocos instantes que habían compartido juntos.
Almorzó y se fue de nuevo al hotel, para seguir con su rutinaria vida. Pero luego decidió salir a caminar, y fue a un hermoso parque cercano donde se sentó a respirar aire fresco, a ver los niños jugar acompañados de sus padres, y también a despejar su mente. Veía todo más bello a su alrededor, parecía que el amor había tocado a su puerta nuevamente, aunque ella se negaba a aceptarlo. Se deleitaba en la melodía que las aves cantaban al Creador y en mirar los inmensos árboles que le regalaban una relajante sombra.
De pronto su móvil timbró, era Sebastián. Sus ojos se iluminaron y respondió la llamada con inmensa pero disimulada alegría.
Él la saludó y le dijo que estaba trabajando, y que la había extrañado cada minuto del viaje y cada segundo desde que se habían separado en la mañana. Ella sonrió y no respondió nada, aunque moría de ganas de decirle que ella tampoco lo había dejado de pensar un solo instante. La conversación fue corta, pues Sebastián estaba algo ocupado, pero prometió comunicarse más tarde.
Estela aprovechó también esa tarde para llamar a casa y hablar con sus niños, el mayor tesoro que ella tenía. Lo hacía cada vez que podía, disfrutaba saludarlos y escucharlos, eran un pedazo de su vida y de su corazón.
La mujer se paseó por aquel parque y luego fue a una tienda cercana a comprar algunos detalles para sus niños. Luego regresó al hotel contenta por haber hablado con sus hijos y, obviamente, por haber conversado con Sebastián.
Vio un poco de televisión, leyó un poco, y luego salió a cenar algo en la cafetería del hotel.
Al regresar su móvil sonó de nuevo, era él, el hombre que no salía de sus pensamientos desde hacía muchas horas.
Sebastián le informó que ya estaba instalado en el hotel donde iba a pasar la noche, empezaron a conversar e inevitablemente la charla fue tomando un color intenso, orientada hacia los deseos que sentían en ese momento el uno por el otro.
Él le pidió una foto de sus pechos y ella se la envió sin pensarlo, era la primera vez que hacía eso, nunca se imaginó que sería capaz de hacer algo así. Inexplicablemente, e invadida por el morbo, le dijo a Sebastián que quería verlo, que deseaba ver como estaba su virilidad. Él sin demora le dejó ver lo excitado que estaba. Iniciaron una video llamada donde empezaron a desnudar sus cuerpos frente a la cámara del móvil, y fueron a la distancia, llevándose el uno al otro a ese estado placentero donde los dedos de ella y las manos de él representaban al otro y daban vida a aquella intensa fantasía sexual de hacer el amor a través del chat. Estela, que ya era experta en darse placer con sus dedos, ante Sebastián sacó a relucir la pericia con que se tocaba y pronto su cuerpo se humedeció abundantemente, y entre jadeos alcanzó su primer clímax ante los lujuriosos ojos del hombre, que, estimulado por lo que veía y por los sonidos orgásmicos de Estela, estaba con sus manos jalándose su miembro que estaba como un roble.
Estela disfrutaba mirar lo que él hacía, cómo jalaba la piel de su sexo hacia atrás y dejaba descubierto ese deseable glande que estaba brilloso por el fluido que salía, eso aumentaba su deseo, la hacía tocar con más pasión, con hambre del miembro de su hombre que estaba al otro lado del móvil. Con una de sus manos sobaba sus pechos y con sus dedos hacía movimientos  circulares alrededor de los pezones para darse placer en sus senos.
Con la otra mano estimulaba su entrepierna, pasaba los dedos por entre sus labios, frotaba el capuchón de su sensible capullo, y luego hundía su dedo medio y el índice dentro de su vientre hasta enloquecer de placer. Sebastián lamía sus labios antojado de aquel manjar que ella, de vez en cuando, abría con sus manos para mostrárselo abierto sin ningún pudor.
Estela sin prejuicio alguno gimió y gimió hasta que su cuerpo estalló en otro orgasmo. Sebastián, incapaz de aguantar más terminó mientras Estela veía como su esencia escurría por su miembro y por su mano, cual la lava que baña las laderas de un volcán que acaba de hacer erupción.
Habían hecho el amor a la distancia, y continuaron hablando hasta muy tarde en la noche. Quedaron saciados y felices, pero ninguno de los dos olvidaba que el día siguiente sería el último que Estela estaría allí, y que luego partiría a su casa para regresar solo después de muchos meses, cuando sus clientes volvieran a requerir sus servicios.
Pero en ese momento no quisieron hablar de eso. Solo se despidieron para dormir, felices y emocionados por haberse entregado el uno al otro de nuevo. (Continuará)

5 días de Estela con un extraño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora