El primer día de Estela con un extraño

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Estela estaba semidesnuda en su cama, en la oscuridad y el silencio de la noche. Su pareja , con quien estaba en proceso de separación y división de bienes, dormía en otra habitación. Sus dos hijos estaban ya dormidos en sus respectivos cuartos.
Ella, después de 17 años con su pareja, con quien nunca se casó, era infeliz y también insatisfecha sexualmente como la mayoría de mujeres en su vida conyugal.
Pero Estela hacía unos meses atrás había sentido curiosidad por ver videos pornográficos y había aprendido a tocarse, a explorar su propio cuerpo y a darse mucho placer. Placer que difícilmente había recibido todos estos años, porque su marido, a pesar de ser mujeriego, parecía (al menos con ella) no saber nada de cómo complacer a una mujer. Todo se limitaba a una rápida y rutinaria penetración, que por lo general terminaba muy pronto, y Estela muy pocas veces era capaz de alcanzar el orgasmo con la sola penetración.
Su marido le hizo creer que era una mujer fría, pero después de tanto tiempo pudo sentir que su cuerpo estaba vivo y que con la estimulación adecuada respondía correctamente. Descubrió así que estaba conviviendo con un mal amante que sólo se preocupaba por su propia satisfacción.
Esa noche particularmente tenía muchos deseos, retiró su ropa de dormir y se entregó a las caricias durante un buen rato. Caricias que como siempre la condujeron a un orgasmo tras otro hasta alcanzar por lo menos tres. Sí, porque aparte de descubrir sus zonas erógenas y su punto g, había descubierto que era multiorgásmica, aunque desafortunadamente su marido no había sabido aprovechar esa condición.
Quedó agotada, sudada, con las sábanas humedas pero satisfecha. Pensaba en el viaje de trabajo del día siguiente, así que decidió darse un duchazo, cambiar las sábanas y entregarse al sueño.

Ya en el viaje, había pasado una hora de camino cuando el autobús hizo una parada en un pueblo cercano para recoger más pasajeros. Viajaba en autobús porque el auto lo usaba su pareja, y ella no había logrado comprarse uno.
De repente vio subir a un hombre de estatura media, bien vestido y atractivo. El tipo miraba en su tiquete el número de la silla que le correspondía y casualmente estaba al lado de Estela. El hombre la saludó y ella quedó aún más impresionada cuando sintió el aroma del perfume que él despedía; tímidamente respondió el saludo, lo había hecho muchas veces en sus viajes cuando hombres de todo tipo se sentaban a su lado, pero esta vez aquel individuo le causó un extraño interés; y no solamente por su físico, porque hombres más apuestos habían sido sus compañeros de viaje, simplemente le parecía interesante y ella no sabía el porqué.
El viaje continuó y como era de esperar el hombre empezó una conversación con Estela, al cabo de unos minutos y varios kilómetros habían compartido nombres, los respectivos motivos de viaje, y hablado de diferentes temas que iban surgiendo.
Estela tenía 42 años y él, de nombre Sebastián tenía 34; era viudo hacía dos años, y desde entonces no había tenido ninguna otra relación.
Al llegar a la estación él le invitó un café y siguieron charlando hasta que ella vio que debía irse para no llegar tarde a sus asuntos laborales, y se marchó no sin que antes intercambiaran sus números telefónicos.
Estela era contadora y habitualmente tenía que ir a aquella ciudad a visitar varias empresas que requerían sus servicios. Siempre buscaba un hotel modesto donde quedarse, pero sus viajes, al igual que su vida, eran rutinarios y por lo general se la pasaba allí encerrada sin salir a ninguna parte, excepto cuando salía a visitar a sus clientes y cuando ya debía regresar a casa.
Pero aquella tarde recibió la llamada de Sebastián, quien la invitó a cenar esa noche. Ella, yendo en contra de su habitual forma de comportarse, y olvidándose del riesgo de salir con un extraño, aceptó.

Se encontraron en el restaurante y cenaron compartiendo más detalles de sus vidas, avanzando cada vez más a sus asuntos privados.
Estela estaba convencida que este era uno de los tantos hombres que se le acercaban buscando sexo, pero está vez parecía querer seguir el juego, tal vez para darle un poco de color a su monótona vida, y porque ya no se sentía comprometida con su marido, de quien se estaba separando.
Al salir del restaurante Sebastián pidió a Estela que lo acompañara a su pequeño departamento a escuchar unas canciones románticas, el típico pretexto para estar a solas.

-No crees que es muy pronto para invitarme a tu departamento, ya sé que ese "escuchar música ", significa que quieres que tengamos sexo en el lenguaje masculino - dijo Estela.

-Pues no pasará nada si no quieres, solo quiero que me regales un momento más en tu compañía.

-Te puedo dar mi compañía en cualquier lugar, no sólo allí.

-Quiero llevarte a mi pedacito de mundo, eso es todo.

Estela se fue con él, sabiendo lo que podía pasar, teniendo claro que él la quería llevar a la cama y dándole a entender que ella también quería estar con él en la intimidad. Ella se desconocía, nunca en su vida había actuado así ante el intento de seducción de un hombre, jamás se hubiera imaginado pretendiendo vivir una aventura con un hombre 8 años menor que ella.
Bebieron vino escuchando música suave y romántica de los años ochentas, él se acercó y la besó y ella le correspondió. Entonces su mano se empezó a colar por debajo de la blusa de Estela, y está le pidió que parara.

-Sólo tuve dos novios incluyendo a mi marido, a los 19 años tuve el primero y sólo me besé con él, y a los 23 conocí al padre de mis hijos con quien me fue a vivir dos años después. Solo hasta ese momento estuve con un hombre, y desde esa ocasión no he vuelto a tener intimidad con nadie más. No es fácil, me da mucha vergüenza, y más porque mi cuerpo no es el de una joven esbelta, ni mi piel tan lozana como en ese entonces.

-Entonces te haré el amor sin verte para que no sientas vergüenza - dijo él con picardía haciéndola reír.

Estela, un poco encendida por el alcohol lo besó apasionadamente. Él la tomó de la mano y la condujo a la habitación. Se besaron nuevamente y el trato de desvestirla pero ella no lo dejó.

-Dijiste que no me verías.

-Entonces apagaré la luz.

-Aun se alcanzan a ver nuestras siluetas con la luz apagada.

-Entonces véndame los ojos, para que estés tranquila.

Estela vendó los ojos de Sebastián y este se sentó en la cama. Ella se desvistió por completo y se acercó parándose frente a él. Sebastián, sentado, empezó a pasar sus manos por los pechos y la cintura de Estela quien estaba de pie. Parecía que estaba dibujando en su mente, a través de lo que tocaba, los atributos de aquella mujer.
El hombre se levantó y se besaron nuevamente, Sebastián se quitó la ropa y llevó a la cama a Estela quien se acostó algo tensa.

-Relájate, disfruta este momento - le dijo Sebastián mientras se quitaba su ropa interior y quedaba sobre ella.

El hombre siguió explorando cada parte del cuerpo de Estela, acariciaba su cabello rizado, y sus suaves mejillas, se detenía en sus senos, y luego bajaba a sus piernas, tocando con ternura la cara interna de sus muslos. Ella se fue relajando y permitiendo que él hiciera su placentera labor, su sexo ya estaba muy húmedo, sus pezones erectos y su piel muy sensible.
Sebastián acercó su mano a su parte íntima, y empezó a esparcir la humedad sobre su clítoris y sus labios. Se tomó todo el tiempo del mundo para acariciar esta parte.
Estela estaba sintiendo un placer que hacía mucho no disfrutaba, aquel hombre en vez de afanarse por hacer rápido el acto, parecía querer prolongarlo más y más.
Sebastián escuchó la respiración agitada de Estela, pudo sentir que ella estaba demasiado excitada no sólo por la abundante humedad sino por los movimientos de su cuerpo.
Decidió entonces bajar y estimularla con su boca, rozó muy levemente con la punta de la lengua el clítoris de Estela, lo tocaba de manera muy pero muy leve, como si no quisiera rozarlo... Fue una sensación demasiado agradable e intensa. Luego siguió con su lengua rozando alrededor de su capullo, lamiendo en círculos sin afán alguno, del mismo modo con su dedo frotaba aquel pliegue de forma circular, ella estaba respondiendo con mucho placer, con mucha humedad, y entonces ocurrió su primer orgasmo.
Estela se sentía cómoda, sin complejos por su cuerpo, ya que Sebastián tenía los ojos cubiertos y no la estaba viendo. Su autoestima, afectada por las críticas de su marido, no estaba como otras veces entorpeciendo su intimidad.
Sebastián se fue a sus pechos, los besó exageradamente, pero se detuvo a estimular con sus labios aquellos duros pezones mientras seguía con su mano estimulándole la entrepierna. Movía dentro de ella sus dedos, acariciándola hacia arriba, buscando detrás de su clítoris el centro de placer de su cuerpo.
Luego de un momento bajó de nuevo, hundió su cara entre las piernas temblorosas de Estela, y está vez lamió desde dentro de ella, hundiendo su lengua lo más que podía en su vientre. Quería saborear al máximo su feminidad, hacerla explotar de nuevo, hacerla estremecer y darle una noche inolvidable. Ella estalló en su segundo orgasmo, se sintió enloquecer, quería gritar pero no se atrevía, aunque él la instaba a que lo hiciera. La vergüenza la dominaba, tenía acumulado prejuicios y miedos de muchos años, pues su compañero la había hecho sentir muy insegura.
Luego Sebastián se tendió boca arriba.

-Tócame, hazme tuyo - le dijo.

Estela se sonrojó al ver aquel miembro desafiante izado y firme. Pero fue un alivio ver a Sebastián con los ojos vendados sabiendo que no estaba mirando sus expresiones, eso la ayudó a decidirse al fin a complacerlo.
Besó el abdomen de Sebastián, la cara interna de sus muslos, masajeó sus pechos, acaricio su cara, pero no se atrevía a tocarle el miembro.

-Vamos, tócame, olvida tus miedos, estamos solos, deseo estar en tus manos- le dijo Sebastián.

Estela empezó a acariciar su falo con sus dedos, movía había atrás su piel y lo apretaba con fuerza.

-Así, sigue preciosa, no te detengas - decía él casi susurrando.

Estela disfrutaba estar proporcionándole placer a aquel hombre. Con sus manos lo estimulaba con antojo, con curiosidad y con deseo, hasta que no aguantó más y lo introdujo en su boca. Hacía mucho no hacía aquello, y las pocas veces que lo había hecho, más que por gusto había sido por petición de su pareja, pero está vez le pareció disfrutar tener aquello en su boca y saborearlo entre su lengua y su paladar. Continuó hasta que él le avisó que pronto explotaría, pensando que ella deseaba evitar que terminara en su boca, pero Estela más intensamente continuó hasta que lo sintió venirse en ella .
Luego se vistió rápidamente y le quitó la venda. Sebastián la besó y le pidió que pasarán la noche juntos, y si era posible cancelara su estadía en el hotel y pasara  con él aquellos días, pero ella no aceptó, no se sentía preparada para amanecer de nuevo al lado de un hombre y convivir con él aunque fueran pocos días, se había acostumbrado a la soledad, a la independencia en todo sentido. Tomó un taxi y se marchó al hotel, y allí seguía dándole vueltas en su cabeza a aquello que le estaba sucediendo, ¿como era posible que hubiera cedido a aquella locura? (Continuará)

5 días de Estela con un extraño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora