Algunas veces las palabras se atoran en mi interior y resuenan cada instante cuando estoy segura de que sé la respuesta, pero no me atrevo a contestar aquello que, quizá, muy en el fondo, pueda llegar a ser cierto.
Y entonces resurge esa monstruosa, oscura y dolorosa sensación de angustia, miedo y bronca por no poder expresar lo que siento. Un bloqueo que se apodera de mi cuerpo, como si por las profundidades de mis venas corrieran las inseguridades y se multiplicaran un poquito más.
Esa sensación la tengo desde mi niñez. ¡Si pudiera enfrentarla! Bueno, eso de mi niñez merece un segundo apartado. Hoy no me alcanza el tiempo. Tengo los minutos contados y no me detendré en esa compleja y complicada etapa de mi vida, por lo menos en estas simples líneas por las que decidí comenzar a escribir.
Ni idea, no sé cómo voy a seguir. Es un sentimiento encontrado como si fuese menester tener que compartirlo con alguien más, es que se presentó de repente mientras dormía mi adorada siesta.
Qué sé yo, a lo mejor algún día sea la autora de un gran libro de esos que dejen una enseñanza y que dentro de cincuenta o cien años sea parafraseada en las universidades del mundo. Como Nietzsche quien en su época, allá por el siglo XIX, fue catalogado como loco y que, sin embargo, actualmente es uno de los pioneros del pensamiento filosófico contemporáneo de toda nuestra historia.
¡Ay, Friedrich, si estuvieras vivo para verlo! En este mundo de los otros, lo diferente todavía asusta y en dos siglos no cambiamos naranja.
Igual te cuento un secreto, no soy de esas que generalizan. A ver, ¿cómo lo expreso? No es que no conseguimos cambiar en absolutamente en nada, ¿eh? ¡No! Tampoco perder la esperanza es lo que me caracteriza. Lo que quiero decir Friedrich, es que estoy fervientemente convencida de que algunos podemos cambiar algo de este mundo, aunque sea desde el pequeño lugar que nos toque.
En cantidad, somos unos pocos, pero te juro, amigo mío, que los valores del corazón, la bondad y transparencia superan en número el despelote de amor que podemos lograr para transformar la realidad.
Justiciera. Modestia aparte, ninguna. En algo se me tiene que perder la humildad... eso me dice mamá. En algunas circunstancias me animo y le digo, ¡Carmela, yo no soy así! Ofuscada, le corto el teléfono.
¿Cómo mamá me lo va a decir? Ella no pertenece a los otros. Ella es mi mamita, dulce, tierna. Jamás la vi enojada o al menos nunca la escuché reprochar nada. Será el amor de madre. Siempre me enseñó que quien persevera, triunfa.
Ya lo sé, Carmelita, lo sé. Por eso vos también sos parte de mi esperanza. ¡Tenés un corazón tan grande!
A borbotones surgieron estas inmensas ganas de relatar y, por curiosidad, experimento lanzándome a la escritura. Quiero conservar mis pensamientos plasmándolos en este papel. Mas qué sé yo... me fui por las ramas y todavía tengo tanto por contar. Los dedos derechos reclaman por un descanso, pero mi cabeza va con mayor velocidad que la de mis manos.
Por unos instantes me obligo y me lo repito como pájaro carpintero: Clara, ¿por qué no lo dijiste? ¿Y si lo hubieras dicho? ¿Si por una milésima de segundo antes de irte encabronada hasta los huesos, largabas lo que pretendías decir? ¿Qué habría sucedido? Ay, Clarita mía, como dice mamá, si tan solo supieras, entendieras que no todos son como vos. ¿Y si tan solo sigo el curso, la rutina y me acoplo a los demás? Y si, y si... si, si...
Pues, a este mundo de locos, vine a vivirlo una y otra, y otra vez hasta que el último suspiro me envuelva al más allá, a ese lugar desconocido que te hacen imaginar. Cuando ese momento llegue, a veces pienso que estoy de paso terrenal, me imagino colgada entre las nubes, observando desde arriba a quienes todavía debo ayudar a transitar el camino de la humanidad. Mientras tanto, mi lucha y mi esencia es contra el resto que se hace llamar normal, por lo menos en estas tierras mundanas.
Juro que ciertas veces me veo en una batalla perdida. Como si, en un chasquido, el sentido de la vida, de los seres que amo, incluido mi perro Mike, se desvaneciera por culpa de esos otros a los que, más de una vez, les he temido. Otros que conviven día a día conmigo. Que están mucho más cerca de lo que imagino y que se convierten en pesadillas y gritos de impotencia cuando nuevamente me veo enredada tratando de construir la respuesta precisa y adecuada.
Y esas palabras, las benditas palabras, se atoran en la garganta hasta hacer sangrar mis ganglios que piden... soltar.
Esos otros, seres con patas que van y que vienen aprovechándose de la vulnerabilidad de los demás. Yo soy la reina de las vulnerabilidades, pero me sobra un tantito de fuerzas para repartirlas para quienes se sienten vencidos.
Vacíos, oscuros, sin almas que no tienen destino al celeste cielo. Ay, Clarita, me digo una, dos, tres millones de veces. Y a Clarita le tiemblan las manos, se pone bordó y le duele la garganta cuando intenta expresar lo que siente. Y cuando lo logra, Clara, de repente, es el centro de atención de todos, de esos otros que descarada y prolijamente consiguieron su cometido. "Tan callada Clarita", "tan buena Clarita". Y Clarita explotó ante la codiciada mirada del resto.
Ocasionalmente pienso que es mejor callar, pero no puedo perder la batalla. Por no soportar el accionar de la bendita sociedad que todo lo etiqueta y todo lo "sabe", es momento de actuar. La "justiciera" Clara toma su arma, esa libertad de expresar que, más de una vez, le jugó en contra cuando se permitía escupir las letras que se hilvanaban desde su pequeña bocota.
Desafío al individualismo, ¿si no cómo creés que puedo estar escribiendo esta historia? Para que el mundo sea más justo y solidario, primero hay que ponerse del otro lado del charco y segundo construir desde lo colectivo. Me cuestiono constantemente, ¿alguna vez seremos capaces de lograr empatía apartando nuestras miserias humanas? Al menos lo intento y muchos lo intentan por mí. La indiferencia es peligrosa cuando se trata del otro, convirtiéndose en la peor enemiga del hombre, porque se es incapaz de reconocerla estando presente ante nuestros mismísimos ojos.
¡Estoy en guerra! En guerra para hacer el amor. Que me llamen desquiciada, qué más da, no importa. Los niños, los borrachos y los locos dicen la verdad. Eso me comentaron. Vos serás mi gran confidente.
Colocó su apreciado diario sobre el escritorio de pino que ella pintó, de color chocolate, con sus propias manos, un día de esos que la azotaba el aburrimiento. Procuró cerrarlo bien y acarició el cuero rojizo que lo envolvía aceptando que comenzaba una nueva relación platónica entre letras, versos y sabiduría. Mientras tanto, encontró la manera de comenzar a formular una respuesta. Ese día estaba feliz. Carmela supo que era lo que andaba necesitando y Simón, sorpresivamente la estaba esperando justo en la puerta de su casa.
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Eterna Clara (primeros capítulos) Nueva edición en físico por Ediciones Fey
Teen FictionA Clara no le gusta su nombre, aunque la describe a la perfección: optimista, justa e inquebrantable. Pero los tormentos del pasado y un amor, que solo existe en la complicidad del silencio, hacen que sus palabras se atoren y solo pueda contarlas a...