Rojizo

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Lo que acaba de suceder durante la cena fue el motivo que dispararon estas líneas. Si algún día, Coca, encontrás a mi apreciado amigo, por favor no lo tomes a mal. Ha comenzado a ser mi confidente y mi refugio para poder expresar lo que no me atrevo a decir en palabras. Aunque no lo creas, hay cosas profundas que me las reservo y no es que no desee compartirlas. Todo lo contrario, siento que no pueden compararse con tantas otras vivencias, como las de mamá por ejemplo.

Estos tremendos celos que me surgen hacia vos son porque temo perderte. Eso me alivia. ¡Llegué al punto de pensar que me comportaba como una persona envidiosa! Confundida, me culpaba por creer que pertenecía a esos otros. La envidia no es sana. El cristianismo la calificó como uno de los siete pecados capitales y según los escritos de la Biblia, se centran en la ruptura de la comunión con Dios.

Si estás leyendo estos reglones, seguramente estés sonriendo. Clara citando la Santa Biblia, es que necesitaba convencerme de que no estaba cometiendo pecado.

Recuerdo aquella mañana de noviembre en mi despedida con Carmela. Con tan solo tres años conocí el enojo, un enojo que para una niña fue demasiado. Única. De mamá y papá, y de pronto dejé de ser el centro de atención.

Me observé sola, entre mis juguetes color rosa que habían elegido especialmente para mí y ahora había que aprender a compartir; todo aquello que alguna vez me perteneció comenzaba a ser tuyo.

Me fui en brazos de alguien más. Desaparecí porque en mi interior sabía que no estaba preparada para semejante llegada. Aunque al embarazo de mamá no lo recuerdo, me quedan imágenes de su profundo llanto entrecortado y de su gran barriga a punto de estallar. La profundidad de sus ojos pardos y sus lágrimas rodando por sus delgadas mejillas, me lo dijeron todo.

Dos días de ausencia recorriendo Capital Federal con nuestros amados tíos. Lluvia de regalos me taparon ese día de tu llegada y tan solo a cambio debía escribirles una tarjeta de bienvenida dirigida a vos y a mamá.

Sentada sobre el regazo de la tía Irma, con su mano sobre la mía, comencé a trazar lentamente cada letra que me costaba interpretar. Destellos dorados mágicamente dibujaron dos palabras: Daniela, mamá.

Finalmente te tuve frente a mí. Apenas se asomaba tu melena negra y tu piel tan delicada como una seda. A los ojos de los demás y en brazos de mamá, despertó el caudal de celos. Una sensación extraña me recorría por las tripas.

Celos, orgullo, amor. Te observé pequeña e indefensa, aunque tus pataleos y la fuerza de tus manos ya comenzaban a demostrar un ferviente coraje. Me prometí estar a tu lado, para siempre.

Rojizo, olvidé contarte. Quiero ser periodista... estoy ansiosa por inscribirme. Dicen que la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de La Plata es una de las mejores universidades de Latinoamérica. ¡Latinoamérica!

Estamos en octubre y ya me preocupaba desconocer qué sería de mi futuro. Estoy feliz. La semana entrante averiguaré toda la información necesaria para comenzar esta travesía.

¡Ah! Rojizo... es pública y gratuita. Eso me consuela. No será una preocupación para mamá.

Eterna Clara (primeros capítulos) Nueva edición en físico por Ediciones FeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora