CAPITULO DOS: "Confusiones"

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La noche vuelve a caer en la ciudad. Las personas van y vienen, algunas sin rumbo fijo. Otras intentan escapar de lo que les persigue. Muchos, ponen la vida en juego en ello.

Ya no puedo escapar, me falta el aliento. Las sombras se ciernen sobre mí, como la luna en la noche oscura y fría que nos acompaña. Ellos me persiguen, me quieren matar. Y yo que pensaba que era quien los perseguía...

No pensé, o quizás no quise pensar que todo fuera tan turbio. La realidad me sobrepaso y lo peor de todo, es que no creo que pueda contárselo a alguien.

 Los escucho venir, los siento acercarse como lobos hambrientos en busca de su presa, de su ansiado botín. Me rastrean como venado, como un maldito animal inútil que merece morir.

¡Mierda! ¿Por qué no pensé? Tendría que haber sabido que seguir esta pista no era tan fácil como parecía, que todo podría volverse un callejón sin salida. Mejor dicho, con una sola salida: la muerte.

Paso a paso sé que se acercan, que me estudian, que planean una y mil formas de hacerme dejar de respirar. No puedo verlos, se ocultan bien. Solo sus sombras desdibujadas aparecen intermitentes en las paredes de este lugar oscuro, de esta ciudad maldita.

Caigo en una emboscada, no cabe duda. Soy engañado hasta el último maldito segundo, ejecutor de mi propia muerte. Solo me queda, antes de morir, llevarme a tantos como pueda. Ahora esa era mi única misión en lo que me queda de vida.

Sus sombras deformes se pasean en este callejón olvidado por Dios. En los ladrillos opacos como la noche, las luces de faroles gastados por el tiempo muestran el paso de los soldados de la muerte. Hasta un gato oscuro como mi futuro, se ha quedado paralizado por el terror que causaban aquellos seres.

De pronto, parece que todo quedo en silencio, que solo mi respiración agitada es lo único que se escucha cortando el aire.

Mi corazón late con furia. Por momentos no sé si los que suena en aquel lugar son mis latidos o sus pasos cada vez más rápidos, más cerca.

En un instante una lata o algo metálico choca contra el piso. Instintivamente giro por el borde de la pared y disparo locura, rabia. Aprieto el gatillo con los ojos cerrados por la furia de quien está acorralado, mientras escucho como las balas pegan contra todo lo que hay alrededor. Las vainas rebotan contra el piso y el olor a pólvora se vuelve una nube que me llena los pulmones tapados por la desesperación.

Sigo apretando el gatillo pero ya no quedan balas. De manera idiota me entregue, queme una a una las únicas chances que tenía para salir vivo. Ahora siento que ya no hay nada.
Sin dudas ellos contaron mis disparos. Son profesionales; yo también lo haría. Por eso intuyo que sus pasos se calmaron, saben que no tengo salida. O quizás es mi mente que me juega una última mala pasada y detiene el tiempo, vuelve todo más lento para pasarme un flashback con los momentos importantes de mi vida (como dicen las películas que le sucede a todos los que están por morir).

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