Capítulo XII

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Lanza un gruñido por lo bajo cuando lo ayudo a incorporarse.
—Diablos—lo delata la mueca que hace al enderezarse.
Sigo sin entender cómo es que puede moverse siquiera, en su lugar estaría deslizándome como un gusano seguramente. El dolor físico es algo a lo que no estoy tan habituada, ya que la S.O desarrolló diferentes métodos de curación que combaten cualquier tipo de heridas.

Observo de cerca sus brazos, surcados por pequeñas cicatrices blancas, si hubiera traído conmigo el spray... no obstante él debe saber a la perfección lo que es el dolor, me repito una vez más.


Deseo hacerle muchas preguntas pero no es el momento, nuestra prioridad es escapar.
Paso su brazo por detrás de mi cuello para que apoye su peso en mí.
—¿A dónde vamos?— le dirijo la mirada.
—Al único lugar donde estaremos seguros. El Paraíso.



Hace varias horas que caminamos sin descansar, la lluvia nos dio una breve tregua.
El suelo está muy resbaloso y el trayecto se hace interminable.
La herida de Treep empeora a cada minuto, le quita las fuerzas y nos hace aminorar el paso.
Tenemos que llegar a destino antes de que el sol salga, sino seremos presa fácil para cualquiera de las bestias que habitan éste bosque.
Hago un esfuerzo sobrenatural para no cerrar los ojos; los hombros me arden por el roce de la ropa mojada y el agarre del brazo de mi acompañante.


No sé si podrá aguantar mucho más así.


Avanzamos en silencio para escuchar los ruidos y detectar cualquier amenaza.
Solo se oye el crujir de las hojas y las ramas que pisamos.


Mi mente no cesa de revivir de forma incesante los acontecimientos de los últimos días, si tan sólo hubiera aceptado como cualquier otra a mi idóneo no estaría en ésta situación. Sin embargo no me arrepentía.

Lo escucho toser y vuelvo a la realidad. Cae al piso de rodillas y no consigo sostenerlo.
—No puedes seguir en éste estado, debes descansar. Tienes que pensar en un lugar donde podamos refugiarnos hasta que recuperes las fuerzas— le ordeno esta vez yo.
Asiente, pero no responde.
Sé que no quiere hablar, porque hasta respirar le hace arder la herida.


Cambiamos de rumbo hacia otro sendero. Francamente no comprendo cómo hace para orientarse, para mí el paisaje es el mismo por donde se lo mire.
Sin embargo la noche y la poca visibilidad deben ser las principales causantes de ello.


—Aquí es— dice mientras se detiene en seco.
Giro la cabeza para identificar el lugar y no veo otra cosa más que árboles y lodo.
¿Querrá que trepemos un árbol? No creo que su condición se lo permita.
Se agacha y con las palmas tantea el terreno. Corre las hojas y escarba con ambas manos.
Sigo sin entender pero lo acompaño en su búsqueda para acortar tiempo.
Mis dedos chocan con un material duro, levanto la vista y Treep me hace un gesto para que le despeje el camino.
Los músculos del brazo se le tensan, la mandíbula se le nota rígida por el esfuerzo.


Una tapa: una puerta.


Entre los dos cubrimos con barro y restos de hojas, la gruesa madera.
Acerco mi cabeza al pequeño hueco, solo observo una interminable oscuridad y detecto un intenso olor a encierro.
Tengo miedo, no sé con certeza qué nos aguarda en ese lugar, pero una vez más no tengo otra opción.
Desciendo con cuidado el pequeño túnel inclinado hecho de tierra, hasta que se acaba obligándome a dar un salto.
Mis pies al fin se afirman en el suelo.


Estoy inmóvil, todo mi cuerpo se encuentra en alerta y la oscuridad me inunda.
Treep entra y coloca la tapa nuevamente en su posición original.
Por un momento lo siento respirar muy cerca mío, casi rozándome los labios.
Levanto las manos para tocarlo pero me topo con el vacío, ya no hay nadie frente a mí.


Giro sobre mis talones y descubro una chispa de fuego brotando de un encendedor.
La llama se expande y vuelve a su lugar.
—Si enciendo una fogata para calentarnos el humo nos delataría, entre otras cosas— me sorprende su voz —Puedes sacarte la ropa y tenderla por ahí. No puedo ver nada, al igual que tú—de pronto vuelve a hacer silencio.

Lo cierto es que no quiero que deje de hablar, me asusta éste lugar.
—¿Quién eres?— lo increpo.
—¿Quién eres tú?— me devuelve.

Puedo sentir cómo se mueve mientras se desviste.
Agradezco que no pueda ver lo roja que me pongo o cómo el calor me llena las mejillas.


No digo nada.

 
Decido quitarme algunas prendas también, con la esperanza de que mañana estén en mejores condiciones.
Me muevo suavemente sin hacer demasiado ruido. 

La respiración entrecortada me delata, estoy aterrada.
—Necesito que encontremos a mis amigos— susurra desde algún lugar —Intenta dormir, yo estaré alerta. Temprano retomaremos el camino.

Fuera, un ruido llama mi atención y el corazón parece querer salir de mi pecho.

OlvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora