Capítulo XVIII

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Las personas no son nuestra vida y no debemos de darles ese poder. Todos y cada uno somos responsables únicamente por nosotros mismos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que decimos, cómo actuamos.

Pero cuánto influyen los que están a nuestro alrededor para todo esto.

Rachel no era mi vida, no era el mecanismo que la mantenía a flote ni la que la hacía seguir, sin ella mi vida hubiera seguido su curso... sin embargo, le he dado el poder para que sea un motivo de felicidad, de color.

Alguna vez llegué a creer que era la vida de mi vida, que faltándome Rachel, nada tendría sentido. Todo lo tuvo, pero ese todo no tenía un plus, EL plus.

Es bueno sentirse acompañado, qué mejor que estar acompañado por la persona que amas y que te ama de vuelta.

Y he tenido la fortuna de tener tres oportunidades de estar con ella. La primera oportunidad fue conocerla, saberla en mi mundo, girando alrededor de mí y yo de ella, cada una era el campo de atracción de la otra.

La segunda oportunidad que me brindó la vida, o el destino o que para el caso nos brindamos cada una, fue reencontrarnos en Mckinley; sí, la cagamos completamente, tomamos rumbos distintos, nos destrozamos y destrozamos a otras personas.

Sin embargo (y por algo existe ese dicho) todo pasa por algo, cada cosa tiene una razón de ser, cada situación.

He llegado a pensar que las cosas sucedieron de ese modo porque necesitábamos ser adultas maduras para poder comprender nuestro cariño. Necesitábamos la experiencia de los años para manejar el amor que nos tenemos.

¿Si un amor es destructivo es amor?

No quiero entrar en filosofías, hay gente que ama de ese modo, porque no sabe amar de otra manera, no se le ha enseñado; esa es la única forma que posee.

Esa era la escuela que yo tenía. El matrimonio de Judy y Rusell fue el único ejemplo que tuve en la vida. Yo no sabía amar de otra manera.

No era que no lo sintiera, pero comprendía, tenía impreso en la mente, que para amar, hay que herir un poco. Y la realidad es que no se trata de eso.

Es inevitable, pero no es un deber.

Había odiado la infidelidad de Russell y sin embargo repetí el patrón. Sin justificaciones, soy culpable de lo que sucedió. Era una lección que debía aprender en carne propia; nunca comprendí cómo era que mi padre podría ir por la vida sin sentir culpa, sin pensar por un solo instante en el dolor que sentiría Judy, en cómo cambiaría la imagen que yo tendría de él. He llegado a pensar que no todas las personas somos tan empáticas, tan comprensibles, tan humanas.

Entendí en el momento en el que mi mundo se desbarató, que lo que había hecho no debía pasar jamás.

Estoy convencida que si hubiera tenido otra relación formal después de Jennifer, no hubiera podido ser infiel.

Aprendí pues de aquello. Lo que quiero y no quiero para mí y lo que quiero y no quiero hacerle a otros.

Aprendí cómo se siente tener el corazón roto y perder las esperanzas de la vida, de pensar en morirte y hacerlo a diario. Descubrirte pensando en la forma más fácil de matarte y luego, pensar en razones por las que no lo harás.

Nunca te sientes tan jodido como cuando sucede esa ruptura, cuando le dices adiós a la persona que más has amado en la vida. Porque, ojo, puedes volver a amar, no hay dudas, pero jamás así. Entendamos que por eso somos individuos, todo está conectado, a cada persona la amas o la quieres o deseas de un modo único e irrepetible.

Y, yo nunca pude amar a nadie como amé a Rachel.

Quizás alguna chica me enamoraba por los ojos, o por la forma de su boca, el largo de su cabello y su textura, tal vez por su voz. Pero no era el ser completo, no era su alma, no había chispa ni cosquilleo en esa parte del sino que no se alcanza a describir ni ubicar pero que sabes que existe.

Nunca es demasiado tardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora