❀ : ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 1

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La tormenta había cesado escasos minutos atrás, apenas se oía la lluvia o el repicar de las gotas rezagadas que caían del alfeizar de las ventanas para marcar un ritmo descompás al que le acompañaba los pies descalzos del hombre moreno que caminaba por el pasillo de la mansión apenas alumbrado.


La brisa que entraba por las pequeñas rendijas de las ventanas, moviendo sutilmente las cortinas de seda perlada que decoraban estas. Su piel se erizó con levedad bajo la fina camiseta blanca que cubría su pecho mientras que sus pies se movían descalzos por el frío suelo de madera del lugar.


Cualquiera diría que buscaba algo en concreto en aquella madrugada dónde las luces se veían demasiado tenues a comparación de la luz de la Luna que se colaba por el pasillo creando una vista más pura y fantasmal del pasillo, pero aún así, sus pasos no se detenían, pues extrañamente lo fantasmal aquella noche no parecía tan aterrador. Ni las sombras de las ramas, ni los crujidos de la madera, ni esa canción que escuchaba por las noches haciéndole estremecer.


Hak Yeon no sabía porqué su corazón latía tan fuerte cuando sonaba la melodía a piano que inundaba todo el hogar. Tampoco comprendía como esa noche en vez de girarse en su cama y seguir con aquél maravilloso sueño que le acompañaba junto a las notas estaba de pie en busca de la figura que pudiera estar acariciando las teclas del piano de la sala de música.


Había logrado ver la puerta entreabierta de la estancia, quedando con la espalda pegada a la madera maciza que separaba el pasillo de la sala de dónde se seguía escuchando música. Por la pequeña rendija se veía la luz suave que podían producir unas velas tintineantes a la brisa que parecía correr de un lado a otro alterando el lugar que, lejos de sentirse frío y lúgubre, se sentía con más calor y cariño de lo normal.


El moreno y heredero de la mansión Cha estaba seguro que el piano de esa sala pocas veces había sido tocado a la luz de la mañana, más bien estaba prohibido hacerlo. Nadie podría tocar el piano de su difunta madre, incluso el mismo que había sido un joven celoso del instrumento había dejado de mirarlo, acariciarlo, o sentirse cómodo cerca de el. Esa sala siempre estaba cerrada a todos menos a las doncellas que llegaban a limpiar las estancias. Pero allí estaba, abierta a una persona desconocida que hacía que su corazón se estremeciera como si estuviera enamorado de la música que producía.


Abrió la puerta sigiloso, llegando a fijar su mirada en la figura que seguía reclinada sobre el piano, tocando las teclas como si fueran el objeto más preciado del mundo, algo que se podía escuchar en como las notas y la melodía recorría por el lugar haciendo que fuera un lugar seguro para el moreno quien seguía observándole.


Sus ojos pasaron por el rosado cabello del hombre, corto, despeinado y desigual. La camisa blanca tenía vuelo por el cuello, parecida a la que el mismo llevaba puesta, solo que la opuesta parecía más desgastada por el tiempo, con pequeños agujeros en algunas costuras que dejaban ver la pálida piel que tenía bajo la tela. Se quedó observando su espalda, ancha, fuerte, y por un instante sintió la necesidad de tocarla, de pasar sus manos por ella en una caricia que solo se produjo en su mente cuando sus ojos se cerraron.

En las noches de piano. [NEO VIXX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora