Dos: La Bruja de la Casa Abandonada

13 2 0
                                    

Catherine Morgan persiguió al gato por callejuelas, praderas y calles con tiendas de todo tipo.
La persistencia de la niña era inagotable,  el tenebroso animal más que huir por miedo a ella jugaba como el conejo blanco y Alicia.
Todos la miraban, todos la consideraban rara, en especial en el colegio.
Solo por que no le interesaban lo más mínimo su compañeros, y mucho menos los chicos.
Y aún menos parecerse a ellas.
Ese gato la conocía bien cual viejo amigo, lo nombró Salem; por el felino de la bruja televisiva y el pueblo.
O quizás por las acusadas, quienes perdieron la vida por simple histeria local.
El gato solía cazar en una casa en desuso cerca del río grande que separaba el pueblo en dos, justo en la otra punta de su casa.
A ella no le importaba, por el contrario Cath disfrutaba. Cuando volvía se pasaba por la biblioteca y por un restaurante de comida en el que compraba una hamburguesa.
En cuánto a la hamburguesa siempre la disfrutaba, sus padres eran vegetarianos,  y imponían la dieta a todos sus hijos adoptivos.
<<Ya me devolverán- pensó con amargura y un poco de alivio-. Siempre lo hacen, siempre vuelvo con las hermanas. >>
Y en cuanto a lo segundo, solo contaba con doce años pero ya le fascinaban y entendía las antiguas obras de los autores clásicos.
A parte sentía gran empatia por sus protagonistas, en especial Dorian Gray y el monstruo de Frankestein.
Ambos tenía más en común de lo que parecía, ambos fueron monstruos esculpidos por criaturas inocentes.
Cada día la sorpresa de la bibliotecaria se acrecentaba.
Sus zapatos a cada toque con el suelo producían un Toc.
La única persona que no le trataba diferente, a parte de Salem era Michael,  su hermano adoptivo.
Sin embargo era más próximo a un amigo. Hablan durante horas de cualquier tema sin perder el interés.
A pesar de ser cuatro años mayor.
Una auténtica pena que por su edad no la dejarán entrar en el club de poesía. A pesar de ser claramente más madura que muchos de los presentes, quines dedicaban poco elaborados versos a estupideces.
Él debía encontrase allí en aquel momento.
Los comercio dieron paso al campo abierto,  con hierba baja y verde.
La casa abandonada se alzaba imponente rodeado de una malla metálicas que no protegían ni de un perrito de las praderas.
La gente rumoreaba, como con todas las casa abandonadas y desvencijadas que se encontraba encantada.
Unos decían que el espectro que meridiana fue una niña que se ahogó,  otro el de una novia que se ahorcó por un desamor la noche antes del casamiento y algunos que era un hombre que mató a su familia y luego se suicidó.
Mejor así no estaré sola, pensó la niña.

Nadie entraba en la casa salvo Nadie, por lo tanto Cath debía serlo. Eso era lo que todos especulaban.
Se quedó allí un rato, mirando las habitaciones en otros tiempos ocupados por personas que desconocía y acarició a Salem un rato sentada en el pollete de la ventana del piso superior.
Salió del recinto con Salem en los brazos, cual bebé feo y peludo.
Se dio cara a cara con quien menos deseaba encontrarse.
Un grupo de chicos y chicas de entre doce y catorce años la rodeaba.
Entre ellos Dakota, una chica de su clase con la que no tenía la mejor relación.
Algunos vestían con gorras y sudaderas modernas, algunas chicas con blusas.
- Mirad, si es la rara.
El chico que lo dijo se interpuso en su camino con la bicicleta.
Dakota se acercó a Cath y comezó a decirle cosas no muy agradables.
La ignoró, pero sin querer apretó los puños. No quería que ocurriera, sabía lo que sucedería pero no le gustaba ni un pelo.
-Que pasá Miércoles Adams, tu gato te ha comido la lengua.-dijo la chica de rosa. Sus pendientes de aro dorados brillaban a cada movimiento.
Un cosquilleo le recorrió la caja torácica.
Los insultos volaban pero para ella solo eran susurros.
Dakota lanzó un rápido pero certero puñetazo a la nariz de Cath, no menos doloroso que preciso.
Ella soltó a Salem y se desplomó en el suelo.
Cuando levantó la cabeza ellos ya se hallaban varios metros lejos de la chica. Los seguía viendo, solo que del tamaño de Salem.
Este le lámia y olisqueaba el pie.
Se limpio el gran hilo de sangre que le corría por debajo de la nariz con el costado de la mano .
Los miro, los odiaba de pies.  Alzó mano como si parará un coche imaginariamente.
O puede como señal de poder.
Al rededor de sus acosadores las hojas volaron como en un remolino.
Luego las bicicletas,  y por último les siguió las personas.
Dakota se estrelló con un árbol,  produciéndole numeroso arañazos en la espalda.
El otro chico tubo peor suerte, se encontraba tumbado con los ojos vidriosos mirando al cielo, dormía con lo ojos abiertos. De almohada tenía una roca.

Cuentos para Elizabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora