Cinco: Un Jucio Justo

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Sarah se intentó resistir con mucho ahínco, pero si se lucha con alguien que no ves es difícil obtener buen resultado. Así que desistió al cabo de un rato.
Sentía la ataduras, tan apretadas que a cada movimiento le rasgadan la piel.  Incluso llego a sentir como la sangre llego a correr.
No sólo en las muñecas, también en sus pies descalzos.
La llevaban arrastrando en volandas un buen rato, después de que le taparán la cabeza con un saco de patatas marrón con tejido basto.
Desde luego eso fue inteligente, si no es casi seguro que ya estarían más que muertos.  La muchacha les habría regalado collares verde con hojas en su cuellos.
Seguramente ellos lo sabían, los sucios pueblerinos ya sabían lo que hacía. Por eso la llamaban bruja.
La arena granulada dio paso a un terreno frío y punzante, pero sobre todo frío.
Escuchaba voces, y no pocas.
Una multitud la esperaba, a las masas inletradas les encantan las juicios y ajusticiamientos públicos, incluso los más católicos lo disfrutaban, y luego se escudan es que se desvío del camino de dios. Como sino se supiera que la señora Dugmon se a llevado a la cama a medio pueblo y el sacerdote no le diera a la bebida cada dos por tres.
Sarah dejo de creer hace años.
Si se equivoca las llamas la reclamaban, pero ella solo creía en la negrura de la nada.
Pensó amargamente que esperaba que disfrutarán del numérito.
Sus pies se chocaron con algo más afilado,  para ellos solo leña,  para Sarah cadáveres de inocentes.
Su ataduras fueron desatadas para recomponerse segundo después. Su brazos se abrazaban a un mástil, como si esperará piedad.
Le arrebato la tela que impedía su visión,  estés fue un tipo hosco y con bigote.
Su acompañante un joven con su edad de piel morena y oro de cabello. Pensó que parecía que le había hechado oro fundido en su cabeza.
Este le rocío una jarra de cristal sucio con un líquido que supuso que sería acelerante. Olía simplemente mal.
Se bajo de la futura hoguera con huesos calcinados.
Un viejo calvo por la coronilla y que vestía una túnica negra se acerco a ella y le pregunto :
-¿Te arrepientes de los horribles pecados de los que se le acusa señorita Renoir? -Le dijo, con esperaza de respuesta.
Anochecio, la oscuridad solo hace que la luz brille más.
Y también sea más espectacular.
La gente dejo un pasillo por donde Sarah paso. Entre la multitud pudo ver a las cabelleras incandescentes de su familias,  no creyó que les importará verla así pero no obstante su madre lloraba.
Y él hombre quería respuesta Sarah no se la negaría.
-Vete a infierno
No pudo usar su "demonio interior " ya que la zona era desértica y árida como ninguna.
Pierre, el sacerdote mostraba una máscara impasible.
- Prendela, que está cosa se valla adonde pertenece - ordenó, acto seguido se puso a recitar una oración como un cántico.
La lluvia comezó a caer antes de que la entendieran.
Sintió calor en sus pies, aún que no estaba segura si la llamas la rozaban.  Pensó es que cuando lamieran su piel las notaría si dudar, la muerte por fuego es la más dolorosa.
Miro las gotas de agua, se congelaron.
No sólo ellas todo estaba tan parado como en un cuadro.
La luz rojiza se quedó a un dedo de su pie.
Un hombre avanzó por el pasillo, su sombrero de copa, su basto y capa le hacía parecer todo un caballero. Fuera de lugar en medio de gente tan rústica.
A su lado todos eran estatuas.
Sintió algo frío en su muñeca y como la soga se desprendía, cayendo como un pájaro que dejó de volar.
Se encontró cara a cara con el chico de antes,  estés le ayuda a salir del lugar sin quemarse.
Y así juntos se dirigieron al formal señor.

Cuentos para Elizabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora