Capitulo II

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Quizás aquél pequeño niño pelirrojo, de brazos regordetes y ojos esmeralda no lograría sobrevivir al azote de las enfermedades a causa del frívolo lugar donde se quedaría en lo que apareciera un familiar.
La mujer castaña que ayudó a su difunta madre a traerlo a la vida tenía de nombre Madeleine, y su cónyuge que era un poco más viejo y testarudo, Alexander. Ambos acogieron al pequeño copo de nieve durante algunas semanas.

El retoño huérfano estaba vestido con ropas rasgadas y largas, se notaba que aquella pareja no tenía muchos recursos. Sin embargo, la época dejaba a varias familias incapacitadas de trabajar privadas de un sustento económico y aquel matrimonio no era la excepción.
Aveces, los llantos del más chico resonaban por la sala. Sin embargo ninguno atendía a su llamado. ¿Qué era lo que quería aquel con su desesperado llanto?.

... Calla a ese niño... — La voz ronca del hombre resonó además de los llantos del pelirrojo. El hombre hojeaba el periódico cada cinco minutos mientras tenía sus piernas cruzadas sobre la mesa cafetera de cristal, fumando un cigarrillo.

Estoy escribiendo la carta para su abuela.

Contestó Madeleine harta del comportamiento abusivo de su marido, dejó la tinta a un lado, junto con el rotulador que usaba para escribir. Aventando con cierta fuerza con sus caderas robustas la silla en la que se sentaba, haciendo notar a el sr. Alexander lo molesta que estaba.
Enterrando los tacones en el suelo se aproximó hacia aquella cuna improvisada con madera y cartón que tenían a la esquina de la puerta para el corredor, era un lugar limpio y caliente por una vela que sólo iluminaba ligeramente, ya que no era del todo necesaria gracias a la luz del medio día, o bueno, lo poco que alumbraba, a causa de las espesas nubes grises que tapaban el sol, sin embargo, algunos rayos de luz mantenían la ciudad iluminada.

Con cuidado, la castaña tomó al ojiverde en sus brazos, adormeciéndolo hasta que este cayó dormido.

Anda viejo, ve a entregar esta carta al buzón.

Dijo de buena forma. El hombre, a cambio respondió de forma brusca chasqueando la lengua para así arrebatar de las manos la carta que la señora sostenía con una tenue sonrisa.
Quizás él no era el mejor esposo, pero siempre mantenía la vista en alto y controladas la mayoría de las cosas.
El señor Alexander salió de la casa de madera azotando la puerta haciendo vibrar la ventana dentro del marco. La mujer exhalo con fuerza, y sentándose en la silla antes ajetreada por el cuerpo de la misma, giró su mirada gris al niño que dormía ahí, ¿cuán desafortunado se debía ser para perder a tus padres?. Ese pobre niño tendría que pasar una triste vida. Pero a pesar de eso, siempre se podía tranquilizar rápidamente, aunque claro, eso no reflejaba mucho.

El hombre llevaba su saco negro y su sombrero del mismo color para evitar el frío y verse formal. A paso rápido iba saludando a las personas que pasaban a su lado por la acera, inclinando algunas veces su sombrero hacia enfrente como era de costumbre. Habían algunos ruidosos coches pasando a lentas velocidades a su lado, algunos vendedores y personas entregando periódicos. Al pasar de unos minutos, el hombre llegó a su destino; en cada esquina se ubicaba un buzón de color rojo oxidado, cubierto de nieve y hielo. Sacó de su bolsillo derecho la carta y la dejó dentro de la rendija para el buzón. Ahora concluyendo su mandado. Pensó que así sería la manera más sencilla de deshacerse del "mocoso" que cuidaba temporalmente su mujer.
El recorrido de regreso fue el mismo, pero los rostros abundaban.
Y así fue como volvió a su hogar, dejando su sombrero y saco sobre el perchero de madera oscura del lado derecho de la puerta, sacudiendo antes la poca nieve que se había acomulado sobre esta.

¿Cuánto tardará?. —Preguntó en voz baja volviendo a sentarse en su sofá.

No lo sé... pero en realidad espero que no mucho. Sabes, le tengo cariño a este niñito pero no debería estar aquí más tiempo con este par de desconocidos, además no estamos capacitados para estar cuidando a un niño. —
comentó con melancolía, susurrando cada una de sus palabras para evitar a toda costa que Niven despertara de su placido sueño.

Sólo pasaron dos semanas más para que la carismática abuela y única pariente del pequeño apareciera en la alfombra de aquel hogar, cargando consigo unas maletas de cuero café oscuro. Lucía con un vestido largo y gris, con el llamado esponje. Su cabello era largo y platinado agarrado por un molote y un sombrero oscuro y plumas de avestruz. La señora dio el pase a la anciana, dejando que pasara a su hogar de forma rigurosa y tallando sus manos por el frío.

Está helando allá afuera. — Dijo entre ligeras risas, aquella señora adulta parecía que no le importara que ahora su hija había fallecido.

Ajá. —

Asintió el viejo amargado nuevamente hojeando el periódico ahora pasando a la sección de noticias, entre ellas estaban algunas como engalaciones de nuevos monumentos, edificios o centros comerciales más al centro de la ciudad.

Mucho gusto, mi nombre es Chesire. —

Comentó la viejesilla haciendo una ligera reverencia ante sus palabras.

— Y bien... ¿dónde está el niño?. —

preguntó ansiosa, asomando su pispireta cabeza por los muebles para averiguar el paradero de su nieto. Madeleine asintió con su cabeza, formando una tranquila sonrisa en sus desgastados labios rosados trayendo al niño dormido en brazos hasta Chesire. Quien de forma estrepitosa sacudió sus manos irradiando emoción.

¡Tiene cabeza de calabaza!. Me recordó a mi ya difunto hijo.— Exclamó burlándose de la cabellera roja del joven Niven, despertando a llantos a su pequeño nieto de "cabeza de calabaza". —Shh, shh, no lloriquees pequeño... ¿Cuál es tu nombre?. ¿Cuál es su nombre?.

su nombre es Niven, señora Cherise. —

Dijo tranquilamente la castaña mujer, quien se le notaba triste, confundida y feliz por los acontecimientos, sin embargo, nunca perdía el respeto hacia la que ahora era su mayor.

El Relojero | PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora